Juan Carlos Zapata (ALN).- Allí la foto. La que ya es imposible cambiarle el mensaje. Ni con retoques de última hora. Porque el mensaje es claro. La de aquel príncipe heredero que sufre la soledad. El rechazo de la alta dirigencia mundial. De los estadistas. De los socios y no tan socios, invitados y miembros plenos del llamado G-20.
Un club selecto, el G-20. En el que MBS, Mohamed Bin Salman, no cabe. No parece caber ya. Pues lo marca un crimen. Cruel asesinato. El del periodista Jamal Khashoggi, ocurrido en el consulado saudita de Estambul, Turquía. Que la CIA lo señala. Que Turquía lo señala. Que The New York Times lo señala. Que el mundo lo mira y lo señala, con la excepción de su amigo -los intereses comerciales vayan adelante-, del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
El detalle de la foto no es el saludo entre los presidentes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, en primer plano. El detalle es el fondo. Donde se observa al Príncipe. Solo. Nadie lo rodea. Nadie le habla
Pero sólo por cortesía, algunos de aquellos mismos que lo esquivan y lo evitan, admitieron alguna foto, algún gesto. Al fin y al cabo es Arabia Saudita. Comprador de armas. Comprador de voluntades. Reyes del petróleo. Inversores del mundo global.
La foto que publicó el diario ABC de Madrid es prueba evidente de la soledad del Príncipe. Dice la crónica menuda de Buenos Aires que el heredero de la corona saudí llegó entre fuertes medidas de seguridad, y que las mismas se habían dispuesto en las horas y los días que fue huésped en la residencia del embajador. De su embajador. En las estancias internas del G-20 no requería de guardias. Las medidas de seguridad eran iguales para todos. Por ello, el detalle de la foto no es el saludo entre los presidentes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, en primer plano. El detalle es el fondo. Donde se observa al Príncipe. Solo. Nadie lo rodea. Nadie le habla. Nadie está pendiente de su figura que sobresale por la vestimenta y por su propia dimensión corporal. Lo que es una ventaja se transforma en desventaja. Quien se acerque a compartir en plan de amigo, tampoco pasará inadvertido. Allá, entonces, se ve al Príncipe, en su soledad. Tal vez esbozando la sonrisa nerviosa que lo acompañó. Allá el Príncipe, un hombre de 33 años, con poder, mucho poder, desmesurado poder como para decidir la suerte de plebeyos y nobles, como aquellos otros príncipes que tuvieron por prisión el Hotel Hilton de Riad.
De los hechos más comentados de la cumbre, el saludo que compartió con Putin. El agarrón y golpeteo de manos. Y aquella sonrisa. La del Príncipe. ¿Qué pensaba Putin? En un saludo espontáneo. En un estrecho toque de aliado, en virtud de las últimas conversaciones entre Moscú y Riad en torno a cuotas petroleras. Pero también Putin pudo haber pensado en su propia experiencia. Las incómodas experiencias que lo asaltaron en dos citas internacionales y en las que se vio obligado a ofrecer explicaciones. La muerte en 2006 de Alexander Litvinenko. Un opositor muerto, envenenado en Londres con polonio 210. Una muerte tan cruel como ser asesinado y descuartizado. Y la muerte de la periodista, crítica de Putin, Ana Politkovskaia, en octubre de aquel mismo año. La periodista cayó abatida a tiros en el vestíbulo del edificio donde vivía. Ese mismo día Putin cumplía 54 años. Otra muerte cruel. Brutal. Por lo menos, estos cuerpos aparecieron. El de Kashogui es todavía un misterio. Como misterio ese saludo entre Putin y Mohamed Bin Salman. Si Putin pretendió oxigenarlo un poco -después aparecerían riéndose en una de las jornadas de la Cumbre- no es lo mismo lo que dice esta foto de Reuters reproducida por ABC. Allá, en el fondo. Toda una figura que purga la pena de estar en una fiesta a la que ha sido invitado pero donde no encuentra con quién hablar. En la vida común, se entretuviera revisando los mensajes de Whatsapp.