(EFE).- Hay 622 jóvenes formándose como sacerdotes en Venezuela y no todos serán consagrados al final de los ochos años de estudios, pero, ni dando sotanas al 100 % de los estudiantes se cubrirían las 1.136 parroquias del país, donde la fe católica va en caída, igual que en los seminarios, hoy con matrículas mermadas.
Hace apenas seis años, los 21 seminarios acogían a 1.425 futuros curas, un total que se redujo a menos de la mitad debido a un sexenio de recesión económica y a la migración masiva, que también se tradujo en iglesias menos concurridas y salas de oraciones vacías.
La nación caribeña, mayoritariamente católica, no escapa de la tendencia apóstata que se observa en toda Latinoamérica, el vasto territorio que ha pasado siglos rezando a las vírgenes que trajeron los europeos.
Pero la fe resiste como la miel y aún hoy endulza a decenas de jóvenes que atienden «la llamada» de Dios.
Un clérigo en ciernes
Dixon Torrealba entró con 18 años, la edad mínima requerida, al Seminario Mayor de Maracaibo, en el estado Zulia (oeste). En este lugar come, duerme, cursa el tercer año de estudios y de allí saldrá, si la vocación lo acompaña, en 2028, cuando podrá oficiar misas en un país que, previsiblemente, será menos católico que ahora.
A sus 20 años está sumergido en lecciones filosóficas previas a la «etapa de configuración», en la que se adentrará en la teología durante cuatro años, según el plan de estudios aprobado por la Conferencia Episcopal de Venezuela (CEV).
Está contento y habla con emoción sobre su vida actual -que incluye oraciones, deportes, quehaceres domésticos, memorizar textos-, así como cuando se proyecta en el futuro con su meta alcanzada, pues -subraya- «desde muy joven» sintió «la inclinación hacia la vida religiosa».
«Una de las maravillosas cosas que me motiva es ser administrador de los sacramentos (…) así, yo pueda perdonar, llevar reconciliación, llevar aliento a aquellas personas que lo necesitan», dice a EFE el seminarista que invita a los jóvenes a sumarse a «la gran obra que el Señor quiere hacer».
«Dios llama, nos toca a nosotros responder con mucha valentía», subraya.
Dixon sabe que cada vez hay menos interesados en la vida diocesana y, precisamente, esa fue una de las razones que alimentaron su vocación, consciente de «la falta de pastores» que tiene la iglesia de San Pedro, especialmente ahora, cuando el pueblo «está sediento de Dios».
A la búsqueda de curas
En Venezuela hay más templos católicos que municipios, una ventaja para este credo a la hora de penetrar aspectos de la vida laica, pues también controla escuelas, liceos, universidades y centros de salud que son regentados por religiosos y que sirven para reforzar la captación de potenciales curas.
El secretario ejecutivo del Departamento de Seminarios de la CEV, Alexis Piña, explica a EFE que las vocaciones se descubren principalmente en el seno de familias cercanas a la Iglesia, así como a través de promotores de las diócesis y de párrocos que conocen a su rebaño en cada pueblo.
La búsqueda de nuevos sacerdotes, prosigue el presbítero, se sirve también de dos seminarios menores, en los que más de un centenar de adolescentes de entre 14 y 17 años atraviesan actualmente por un proceso de discernimiento con el objetivo de clarificar sus ideas y encaminarse hacia la consagración adulta, o no.
«Muchos jóvenes, inclusive de grupos juveniles que estaban comprometidos en la Iglesia, se fueron a otros lugares y fue una riqueza para esos países», dice el sacerdote en alusión a los siete millones de venezolanos que emigraron en los últimos años en medio -según datos de una plataforma de la ONU- de la crisis económica que empezó a revertirse a finales de 2021.
De los 622 aspirantes a la sotana, poco más de 100 son jóvenes que ingresaron en octubre en los seminarios mayores, donde se les exige el cumplimiento de los sacramentos precedentes a la orden sacerdotal, es decir, estar bautizados, haber recibido la primera comunión y la confirmación, así como haberse confesado ante un cura.
Piña, con medio siglo de vida -la mitad de ella «formando clero»-, cree que la vocación es un «don de Dios» que llega y que seguirá llegando a los corazones de chicos «para hacer el bien en una comunidad».
La tarea es ayudar a que más jóvenes transformen sus inquietudes en auténticos caminos hacia una vida llena de «las cosas de Dios», añade.