Nelson Rivera (ALN).- En Las leyes fundamentales de la estupidez humana, el historiador italiano Carlo Maria Cipolla se sirve de tres prototipos -los incautos, los malvados y los inteligentes- para confrontar y, así, delinear las características de los estúpidos. Cuesta imaginar lo peligrosos que pueden ser porque se nos escapa la lógica de su conducta.
Nos cuesta imaginar lo peligrosos que pueden llegar a ser porque se nos escapa la lógica de los procederes de los estúpidos. Peor que el malvado, el estúpido. ¿Y a quién cabe la calificación de estúpido? Copio la definición acuñada por el historiador italiano Carlo Maria Cipolla: “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
Lo que puede parecer un divertimento, no lo es en absoluto. Texto brevísimo, Las leyes fundamentales de la estupidez humana, tiene como Primera Ley Fundamental, una que nos compete: subestimamos el número de estúpidos. Siempre superan nuestros más desoladores cálculos. Además de imprevisibles, pueden aparecer en los lugares más recónditos. No hay lugar que se salve de ellos. Pasa que personas que no se habían mostrado como tales, en cualquier momento se suman a la categoría. Engrosan.
Esto nos conduce, por contigüidad, a la Segunda Ley Fundamental: la condición de estúpido no contradice otras características del sujeto. Se puede ser persona de varios atributos y estúpido. “Creo firmemente que la estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante”. Ello ocurre de forma independiente al tamaño del grupo. El estúpido aparece como si su presencia fuese irremediable.
Subestimamos el número de estúpidos. Siempre superan nuestros más desoladores cálculos. No hay lugar que se salve de ellos
Cipolla se sirve de tres prototipos –los incautos, los malvados y los inteligentes- para confrontar y, así, delinear al estúpido. Y esta plataforma, me parece, le permite extraer uno de sus mejores hallazgos: al sujeto razonable le resulta ajeno, casi inasible, comprender las conductas del estúpido. No así con el incauto. Ni con el malvado, cuya lógica es, la mayoría de las veces, evidente o deducible. En el estúpido hay un núcleo de absurdo, sombra que no alcanza a ser desentrañada.
A diferencia de los otros prototipos, el estúpido es el que más coherencia demuestra en su comportamiento: tiende a serlo en todas partes. Su hacer es regular, firme, reiterado. Puesto que están en todas partes, acceden al poder. Y, como sabemos, su facultad destructiva se acrecienta cuando se les entrega autoridad y/o capacidad de decisión.
No sólo subestimamos la demografía de los estúpidos. Hay algo peor: nos cuesta imaginar lo peligrosos que pueden llegar a ser porque, como ya se dijo, se nos escapa la lógica de los procederes de los estúpidos. Ello nos condena: resulta casi imposible anticipar el ataque de un estúpido. No es fácil defenderse de lo que no entendemos. Mientras el incauto reconoce su fragilidad; mientras el malvado disfruta de sus conspiraciones y ganancias; mientras el inteligente reconoce los privilegios de su mente, con el estúpido pasa esto: no sabe que es estúpido. Lo que le hace una de las especies más peligrosas de cuantas existen.