Sergio Dahbar (ALN).- Acaba de fallecer la escritora argentina Liliana Bodoc. La trilogía ‘La saga de los confines’ fue un gran éxito de ventas y de traducciones. Y su vida fue una verdadera novela. La conocí en la Feria del Libro de Bogotá y conversar con ella fue una suerte de revelación.
En un mundo hiperconectado por internet, sobrecargado de información, cada día resulta más difícil descubrir personajes interesantes. Es el caso de la escritora argentina Liliana Bodoc, que acaba de morir, cuando regresaba de la Feria del Libro de La Habana.
Podría haber sido la suya una historia común de una mujer de provincias, pero un día decidió escribir para escapar de las obsesiones cotidianas. Y así nació La saga de los confines, trilogía fantástica que tiene su raíz en la épica indígena latinoamericana.
Casi todas las noticias sobre su fallecimiento insisten con razón en la importancia de una escritora que desapareció joven y dejó una obra singular en el planeta diverso de la literatura de América Latina. Pocos sin embargo recuerdan la vida de novela que tuvo Bodoc. La única periodista que atendió con su curiosidad y talento habitual este aspecto fue Leila Guerriero, en un perfil sorprendente.
A los 15 años descubrió que su padre se volvería a casar, con una joven de 17 años. Fue un choque tan duro que decidió huir. En esos días pasaba un circo por Mendoza y ella se unió al grupo
Liliana Bodoc nació en la provincia de Santa Fe en 1958, como Liliana Chiavetta. La familia se mudó a Mendoza cuando ella tenía dos años. Sus primeros recuerdos no fueron placenteros.
En uno de los golpes de Estado que castigaron a Argentina en los años 60, su padre -comunista- escapó hacia la clandestinidad, y su madre, una mujer de clase media, aterrorizada, incendió la biblioteca de la casa para preservar a su familia. “Ese fuego se llevó algo con él”, confesó Bodoc, como si fuera un personaje de Fahrenheit 451.
La madre fallece cuando ella tiene siete años. En la calle, ante sus ojos. Y ella crece con tres hermanos y un padre, que era ingeniero y deseaba ser actor. La vida se complicó. Había muchos libros de poesía, ropa que nadie recogía, y mal rendimiento en la escuela. Bodoc fue una adolescente intensa.
Pintaba sus túnicas con técnicas de batik y tomaba cerveza con amigos ocasionales en los bares. Nunca decía dónde estaba ni la hora a la que iba a regresar. Llegó a robarle el huesito del coxis al esqueleto del colegio y se lo puso en el cuello.
A los 15 años descubrió que su padre se volvería a casar, con una joven de 17 años. Fue un choque tan duro (“De pronto llegaba otra mocosa y se quedaba con mi papá”) que decidió huir. En esos días pasaba un circo por Mendoza y ella se unió al grupo de mujeres barbudas, enanos trapecistas y domadores de tigres.
Recorrió el país contenida en un mundo de ficción y fantasía. Pero cierto día mandó señales sobre su paradero y logró que su padre la rescatara de un nomadismo que ya la había agotado. Regresó, conoció al que sería su marido, Jorge Bodoc, y a los 19 años se casó. Como ella misma relata, necesitaba “apoyo, hermandad, consuelo”. Y lo consiguió.
Cuando tuvo su primera casa y dos hijos, algo cambió en su vida. Devino entonces en una obsesiva de la limpieza, del orden, de las obligaciones cotidianas. Se convirtió en una pesadilla para la familia. Comenzó a darse cuenta de que algo andaba mal cuando advirtió que la ropa se le hacía vieja sin que la usara. Podía pasarle lo mismo con la vida.
En 1994 la Sociedad Árabe de Mendoza certificó que Liliana Bodoc se convertía a la religión islámica. Del comunismo del padre pasó a ser musulmana. Y a las cinco oraciones diarias y al ayuno y a lavarse de una manera particular y poner la alfombra en el piso en dirección a La Meca para los rezos. Todos estos ritos la tranquilizaban.
Pero el tema de la limpieza seguía ahí. Tres años más tarde de convertirse al Islam, empezó a escribir. Nunca antes había querido ser escritora. Como bien acota Guerriero, “Lo que quería Liliana Bodoc con toda la fuerza de su corazón, era -profunda, desesperadamente- dejar de limpiar”. Entonces se hizo escritora. Pero no cualquier escritora.
Un encuentro revelador
Su primera obra es una trilogía, La saga de los confines (Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego), que ya ha vendido más de 120.000 ejemplares en 13 ediciones. Y ha comenzado a remontar la cuesta de las traducciones. Al principio los editores no creyeron en ella: desconocida, de la provincia, mujer… Pero hubo uno, Antonio Santa Ana, de Editorial Norma, que se detuvo en la imaginación de Bodoc. Sintió que esa mujer tenía algo diferente.
¿Qué era diferente en ella? Una épica fantástica latinoamericana, en donde circulan guerras, héroes, tierras antiguas, batallas épicas y personajes complejos, como en la vida real que tanto le dolía a la autora. “Lo fantástico es mi espacio de compromiso y rebelión”, confesó al periódico El País de España, cuando la editorial Edhasa lanzó sus libros en Madrid.
En 1994 la Sociedad Árabe de Mendoza certificó que Liliana Bodoc se convertía a la religión islámica. Del comunismo del padre pasó a ser musulmana
Después vinieron los reconocimientos internacionales, cartas de famosos que celebraban su aparición en el planeta literario (Ursula K. Leguin le escribió: “Vuelvo a casa luego de dos viajes. Pero el suyo me ha llevado más lejos”).
Conocí a Liliana Bodoc en la Feria del Libro de Bogotá. Después de haber leído el periplo de una vida cargada de pesares, experiencias límites y desconciertos, y de adentrarme en su obra -que tiene mucho de viaje y de autoconocimiento-, encontrarme con ella para tomar un café y conversar fue una suerte de revelación. Al final del túnel, aparecía en cuerpo presente un mito indescifrable de la literatura latinoamericana.
Liliana Bodoc sentía que la vida le había dado demasiadas cosas en un tiempo muy corto. Que pedir más sería un abuso. Murió de un infarto a los 59 años. En los confines están de luto.