Pedro Benítez (ALN).- Comprender la Venezuela de 2021 desafía todos los convencionalismos ideológicos aceptados en el mundo político e intelectual durante los últimos 200 años.
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El proyecto que en su día fue bautizado como el “socialismo del siglo XXI”, y que tanto entusiasmo despertó en ciertos círculos académicos con sus promesas de justicia social y “distribución más equitativa de la riqueza”, ha terminado siendo en la práctica una privatización salvaje de todos los espacios que el consenso socialdemócrata consideraría como públicos.
No se trata de la privatización que planteó la señora Margaret Thatcher en los años ochenta del siglo pasado. Pasar empresas propiedad del Estado al sector privado, sometiéndolas a la lógica del mercado en el marco de un régimen político liberal.
Lo que Venezuela vive, desde hace varios años, es el sálvese quien pueda que caracterizó a todos aquellos países fueron parte del colapso del campo socialista de 1989 en adelante.
¿SERVICIOS PRIVADOS O GRATUITOS?
Salud, educación, seguridad social y seguridad personal son servicios casi totalmente privados. El que quiera o necesite disponer de ellos en la Venezuela de hoy tiene que pagarlos. Del Estado nacional no se puede esperar nada. Hay excepciones en algunos municipios con un nivel de renta algo por encima del promedio nacional. Pero son eso, excepciones.
Ya es normal, y aceptado, que al trasladarse por carreteras nacionales el transeúnte se encuentre con varias alcabalas improvisadas formadas por funcionarios de distintos cuerpos policiales, o de la Guardia Nacional (GNB) que, de distintas maneras y usando diversos argumentos, requieran su respectivo aporte económico. Cada carga de alimentos o distintas mercancías tiene que pagar esas numerosas gabelas informales, e ilegales, con el consiguiente incremento adicional para el consumidor.
Con los salarios que paga en bolívares el gobierno nacional, pulverizados por la hiperinflación, esa ha venido a ser una de las fuentes de ingresos de esos funcionarios. Las otras modalidades son tema para otro texto. Por su parte, sus mandos voltean la mirada hacia otro lado, plenamente conscientes de lo que pasa. Dejar hacer, dejar pasar es la consigna.
Lo anterior se aplica a cualquier cosa que tenga que ver con el Estado venezolano. Obtención de pasaportes, documentos oficiales, trámites, lo que sea. Cuando los procedimientos transcurren de manera normal y honesta, lo que a decir verdad a veces ocurre, se asumen como sorpresivas y agradables anomalías.
Lo mismo si se trata de servicios como la electricidad o la conexión telefónica. Lo más práctico que se puede hacer es pagar en privado para resolver el problema.
EL PROMETIDO MODELO NÓRDICO
En su momento el chavismo prometió establecer un “Estado del bienestar” según el modelo nórdico, muchas veces citado pero poco estudiado. No obstante, es cada vez más común iniciar campañas por las redes sociales a fin de recoger fondos en dólares (nunca en bolívares) cuando un amigo o familiar atraviesa una situación de salud delicada.
En Venezuela ya no hay un sistema nacional de salud público, aunque sea precario. Cada quien paga lo suyo como puede. Solo funciona la salud privada, financiada por los seguros privados pagados en dólares. Esto último, por cierto, no es una tendencia nueva; ya se había profundizado durante los primeros gobiernos chavistas.
El fallecimiento diario de niños por desnutrición o falta de atención médica adecuada, dentro de los hospitales públicos, ya no escandaliza. La tragedia se ha ido normalizando.
Ningún docente que trabaje para algún ente de la administración pública vive de su ingreso como tal. Tiene que dedicarse a otra cosa, y si no tiene un familiar que le envíe remesas desde el exterior, no tiene más remedio que emigrar.
Las únicas instituciones educativas (colegios o universidades) que efectivamente funcionan en el país, dictan clases, pagan a sus maestros o profesores, cubren sus programas académicos, etc., son aquellas cuyas fuentes de financiamiento son privadas. La fiebre revolucionaria chavista contra estas parece cosa del pasado.
LAS JUBILACIONES NO EXISTEN
Para todos fines prácticos las jubilaciones no existen en Venezuela. En la cultura del petroestado venezolano mucha gente hizo sus planes de vida con la confianza de que ese Estado podía asegurarle, o al menos aportarle, para un retiro más o menos digno. El colapso económico ha destruido esa ilusión. El venezolano en edad de jubilación que no tenga ahorros o ingresos en dólares, o no reciba ayuda de sus hijos en la diáspora, o que no haya podido emigrar, esta lentamente muriendo de mengua y desnutrición.
Es posible que el grueso de la migración venezolana hoy sean ex funcionarios públicos, o muchos de los que en algún momento se beneficiaron de las olvidadas misiones sociales.
Lo único que en Venezuela funciona con cierta eficacia es todo aquello de carácter privado, mientras la pobreza venezolana se va dolarizando.
Todo lo anterior son solo algunos síntomas de una sociedad que se ha empobrecido como ninguna otra en el mundo de una manera brutal. En la pobreza y la escasez no hay justicia ni equidad, tal como lo señalan los datos aportados por la más reciente Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2021, publicada por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
UNA PANDEMIA QUE ESCONDE LA CRISIS
Sin embargo, desde marzo de 2020 esta espantosa realidad ha sido encubierta por las medidas de estricto confinamiento implementadas por el Gobierno de Maduro, con el pretexto de prevenir los efectos de la pandemia en el país.
Desde ese momento Maduro decidió meter a todo el país, con sus problemas, en el congelador. Universidades, escuelas, instituciones públicas, gran parte de la vida cotidiana fue paralizada so pretexto de prevenir los contagios de coronavirus. No obstante, hay razones para pensar que su objetivo real era otro: desmovilizar el descontento y desconectar a la sociedad de sus malestares diarios.
Y hay que decir que esa estrategia le ha funcionado por casi dos años. La cuestión a continuación consistirá en realizar la labor forense de evaluar lo qué quedará. ¿Cuántas escuelas, universidades o instituciones públicas van a poder volver a su operatividad previa cuando se levanten definitivamente las medidas que las han mantenido cerradas? ¿Cuántos docentes o funcionarios no se habrán ido del país, o sencillamente no van a poder regresar a sus labores porque lo que cobrarán ni quiera les cubre los gastos de transporte?
Lo único que Maduro no ha podido meter en el congelador es la hiperinflación, la auténtica máquina de crear miseria y expulsar población.
GRITO AL CIELO
Por su parte, ante esta realidad, la filo chavista izquierda exquisita venezolana e internacional mira hacia otro lado. Esos intelectuales que abominan de los intentos de apertura económica de los noventa, e hicieron de la expresión “neoliberalismo” una mala palabra. Un insulto al nivel de fascista, otro de sus preferidos.
Intelectuales que pegan el grito en el cielo porque ahora Maduro, en medio de esta devastación, pretende crear áreas económicas especiales. Qué entiende el hombre fuerte y heredero de la revolución chavista por áreas económicas especiales es otra cuestión. Eso ni lo debaten.
Pero que se hable de autorizar casinos, cuentas en dólares, bajar aranceles o excepciones fiscales para inversionistas es pecado capital.
De la corrupción abierta y poco disimulada que por años encabezaron aquellos históricos del régimen, hoy caídos en desgracia, como Rafael Ramírez, Diego Salazar, Alejandro Andrade o Nelson Merentes no dijeron nada. No se le podían dar armas al enemigo. Así como tampoco comentan la cruel realidad social venezolana de hoy.
¿EL CULPABLE PARA MADURO? EL BLOQUEO
Por su parte, la respuesta del Gobierno de Maduro (con él como principal vocero como es lógico) es atribuir todo lo que va mal “al bloqueo” y a las sanciones internacionales. El chavismo tiene amplia experiencia en culpar a los demás de sus fracasos. Antes de las sanciones los empresarios eran los jefes de la “guerra económica”. Esos mismos empresarios a los que ahora se ven como la esperanza.
Porque el Estado/partido que lidera Maduro tiene otras prioridades muy distintas a atender la crisis social. Seguir sobreviviendo en el poder, administrar las sanciones dentro de su estrategia de perpetuación, con una elite de funcionarios y socios que se acomodan a disfrutar de las ventajas que otorga la pequeña Venezuela dolarizada, en medio del mar de miseria que le rodea.
Su vida está totalmente al margen de la de otras Venezuelas. La de la diáspora. Y esa otra que no puede emigrar.
Para ocultar un poco eso ha servido la pandemia del Covid-19 en Venezuela. Pero la realidad sigue allí, para el que la quiera ver.