Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- Desde la campaña electoral, Donald Trump ha reiterado como promesa fundamental la construcción de un muro en la frontera con México, pagado, además, por ese país. Con esa retórica xenófoba movilizó -y mantiene- el apoyo de uno de los sectores demográficos que constituyen su “base política dura”, su electorado más leal y confiable. Pero el caso es que hoy se encuentra atrapado, en medio de un cierre presupuestario del Gobierno, por esa absurda promesa, hecha para resolver un problema artificial. En suma, un inmenso engaño.
Salvo en un tramo donde, literalmente, es imposible cruzarla, la frontera entre México y los EEUU ya está protegida por una inmensa reja. Este cercado, construido en el lado territorial estadounidense, se decidió en su momento como alternativa a un muro, porque los organismos de seguridad prefieren la posibilidad que ofrece la cerca para observar a través de ella lo que sucede del otro lado. De paso, los cuerpos encargados de la seguridad fronteriza y aduanas suman una fuerza de más de 45.000 agentes, y más de 25.000 efectivos, cuya actividad se concentra en las zonas críticas del paso fronterizo.
Por otra parte, según los estudios del PEW Center, en la última década el movimiento migratorio de personas indocumentadas provenientes de México ha sido superado por la cifra de migrantes que han regresado a ese país; en buena medida porque la economía mexicana ha experimentado mejorías relativas y por los permisos estacionales o temporales de trabajo, ambas cosas posibles bajo el marco del hoy renegociado NAFTA, rebautizado como Acuerdo Comercial USMC.
Es obvio que un plan de inversión y mantenimiento de infraestructura, urgente para los EEUU, incluyendo el financiamiento de un programa de asistencia para el desarrollo del Triángulo Norte en Centroamérica, por el orden de 400 millones de dólares anuales, tendría todo el sentido si se trata de resolver lo migratorio y lo económico, en lugar de construir ese inútil muro
El movimiento migratorio que llega a través de la frontera con México, creando la actual crisis de opinión pública, tiene su origen en el Triángulo Norte de Centroamérica. Propiciado por la violencia generada por el crimen organizado, ese desplazamiento de familias y menores en búsqueda de asilo ha oscilado entre 60.000 y 115.000 migrantes por año, según la gravedad de la crisis en la subregión. El incremento está asociado a la falta de inversión estadounidense en programas de cooperación para el desarrollo; particularmente, la Administración Trump dejó de ejecutar las iniciativas instituidas por el gobierno de Barack Obama. Nunca olvidemos por otra parte, que toda esa delincuencia organizada al amparo del narcotráfico tiene su mercado de consumo final en los EEUU.
Por otra parte, las cifras del Departamento de Justicia indican que los inmigrantes de origen latino no son un problema desde la perspectiva de la criminalidad. Por el contrario, constituyen el grupo étnico con el porcentaje más bajo en la comisión de delitos contra las personas y la propiedad. En este sentido es pertinente recordar que la Administración Obama promovió la reforma migratoria con camino a la ciudadanía y decretó protecciones migratorias para los jóvenes soñadores (DACA) y sus familias (DAPA), así como renovó los estatus de protección temporal (TPS) para un grupo de países (por ejemplo: Nicaragua, El Salvador, Haití); y también llevó a cabo una importante política de deportaciones que incluyó a personas de reciente ingreso, con muy corta permanencia en el país, así como a un contingente importante de indocumentados encausados por delitos.
En lo económico, EEUU ha agregado plazas de trabajo en el sector privado de manera sostenida desde 2010 hasta la fecha, para encontrarse en una situación de pleno empleo (menos del 4% de desempleo), incluyendo a los inmigrantes, cuyo empleo no ha restado puestos de trabajo a la población económicamente activa. En el campo salarial, la mano de obra de inmigrantes indocumentados es obviamente menos costosa que el salario mínimo federal de 7,50 dólares la hora, pero en estados como California, donde se concentra una inmensa parte de esa inmigración, el salario mínimo por ley estatal es de 11,00 dólares la hora. Por tanto, desde la perspectiva salarial el problema se puede manejar de otra forma, sin depender del asunto migratorio. Incluso, resolviendo la documentación de los migrantes para su ingreso legal al mercado de trabajo, se incidiría de forma positiva en el promedio de los salarios mínimos, con una aceleración importante del crecimiento económico de los EEUU, según lo demuestran varios estudios de prestigiosos “think-tanks” del país.
En consecuencia, todos los elementos de la retórica antiinmigrante hispana por la vía de la frontera son un inmenso engaño, puesto que han sido formulados para atender un problema que no existe.
¿Cuánto cuesta el muro de Trump?
Construir un muro a lo largo de la frontera implicaría un costo de no menos de 26.000 millones de dólares (estimaciones del propio gobierno de Trump) y, para empezar 2019, solicitan al Congreso un presupuesto por el orden de 5.000 millones de dólares. Es obvio que un plan de inversión y mantenimiento de infraestructura, urgente para los EEUU, incluyendo el financiamiento de un programa de asistencia para el desarrollo del Triángulo Norte en Centroamérica, por el orden de 400 millones de dólares anuales, tendría todo el sentido si se trata de resolver lo migratorio y lo económico, en lugar de construir ese inútil muro.
Esto que está a la vista, no los indicadores positivos que ya traía la economía y comienzan a evaporarse, es el efecto Trump. El excéntrico magnate devenido presidente ha agregado méritos para un inmenso problema económico que se asoma, en aras de proponer la construcción de un monumento a la xenofobia
Sin embargo, a contravía de la realidad y de la sensatez, Trump insiste en que le den el dinero para levantar la muralla (sin invertir un centavo adicional en la infraestructura del país); consciente de que no existe mayoría parlamentaria para eso, ni siquiera entre los congresistas de su propio partido; so pena de paralizar la actividad del Gobierno por falta de presupuesto ante la inexistencia de una ley o resolución que autorice el gasto público en general. Este cierre del Gobierno, que Trump se atribuyó como su responsabilidad exclusiva, cuando se reunió con los líderes parlamentarios del Partido Demócrata, el senador Chuck Schumer y la representante Nancy Pelosi, es una calamidad económica que se suma al desplome de las bolsas por la incertidumbre de la guerra comercial con China, ahora agravado por este impasse presupuestario.
Pero así lo ha deseado Trump. Esto que está a la vista, no los indicadores positivos que ya traía la economía y comienzan a evaporarse, es el efecto Trump. El excéntrico magnate devenido presidente ha agregado méritos para un inmenso problema económico que se asoma, en aras de proponer la construcción de un monumento a la xenofobia. Y a todas estas, nos preguntamos: ¿no decía Trump que ese muro lo iba a pagar México?