Pedro Benítez (ALN).- No se puede interpretar como una victoria para Venezuela la salomónica decisión de un tribunal comercial de la Alta Corte de Londres según la cual ni el Gobierno de Nicolás Maduro, ni el Interinato que encabeza Juan Guaidó, pueden disponer de las 31 toneladas de lingotes de oro venezolano (con un valor estimado superior a los mil millones dólares) que custodia en sus bóvedas el Banco de Inglaterra. Muy por el contrario, son evidencia clarísima del fracaso de Venezuela como Estado nación.
En primer lugar porque es absurdo, desde todo punto de vista, que un país donde parte importante de su población más vulnerable (niños y adultos mayores) padece desnutrición, no pueda hacer uso de esos recursos. Volvamos a recordar que según los datos de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2021, dos tercios de los hogares del país están en condiciones de pobreza extrema de ingresos. Es decir, pasa hambre. Eso por no mencionar el aterrador drama de miles de migrantes venezolanos deambulando por América Latina.
Por supuesto, también es absurdo que el país con una de las mayores reservas de hidrocarburos del planeta, justo cuando los precios del oro negro se cotizan a más de 100 dólares el barril, se encuentre en condición de lamentable decadencia.
Oro venezolano ¿Triunfo para quién?
No obstante, resulta incluso hasta inmoral que los mismos que denuncian, con toda razón, la denominada “crisis humanitaria compleja” en la que está sumido el país no duden en presentar la decisión del citado tribunal como un triunfo. ¿Triunfo para quién?
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Desde el otro lado de la talanquera política cierta propaganda oficial no ha dejado pasar la oportunidad de calificar esta situación como nuevo despojo contra la soberanía nacional. Esa interesada versión de los hechos pasa por alto que fue el Gobierno de Venezuela, como han hecho otros de otras partes del mundo, el que depositó voluntariamente ese oro en custodia por las facilidades que Londres como segundo centro financiero del mundo ha brindado para realizar distintas operaciones de este tipo.
Decisión sobre el oro venezolano recuerda otras épocas
Sin embargo, es imposible que la decisión de ese tribunal británico no nos recuerde otras épocas en la cuales la debilidad de Venezuela, su precariedad y su pobreza, así como las interminables disputas internas, se le hicieron imposible defender sus defender sus intereses nacionales.
Esa fue la historia venezolana desde la separación de la Gran Colombia en 1830 y hasta bien avanzado el siglo XX. Un país al cual el atraso, la pobreza, décadas de guerra civiles e inestabilidad política le dejaron como legado (entre otros aspectos) la continua pérdida de su territorio original.
País pobre (o que se empobrece, como ha sido el caso) es un Estado nacional precario que no puede defenderse. Un país pobre y dividido menos.
El Gobierno de Venezuela promovió la fundación de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960, denunció en 1962 ante Naciones Unidas el Laudo Arbitral de París de 1899 que arteramente despojó al país de la Guayana Esequiba y el presidente Raúl Leoni ordenó ocupar militarmente Isla de Anacoco el 12 de octubre de 1966, porque tenía con qué.
Victimismo latinoamericano
Hoy puede parecer ciencia ficción pero durante décadas Guyana y Trinidad y Tobago vivieron con el temor de que la potente Venezuela de otras épocas se los tragara.
Es revelador que este sea el resultado de dos décadas del machacón discurso chavista de soberanía e independencia nacional. Nunca, desde el triste capítulo del bloqueo naval de tres potencias europeas contra los puertos venezolanos en 1902, la soberanía nacional de Venezuela ha estado tan interferida por intereses foráneos. El país es sencillamente incapaz de resolver sus más elementales problemas internos sin asistencia del exterior. Hasta para que una parte dialogue con la otra se necesita un facilitador.
Una vez más el discurso oficial se refugia en la nefasta, gastada y patética retórica del victimismo latinoamericano en la que siempre somos los pobres una y otra vez burlados, engañados, robados y dignos de lástima.
El Gobierno de un país exitoso no clama para que lo reconozcan. No debería estar en discusión el control de Citgo, Monómeros o de las 31 toneladas de lingotes de oro venezolano depositadas en el Banco de Inglaterra, porque nadie debería creerse el dueño del país. Aquí reside la parte fundamental del problema.
Tratados como niños
Desde que llegó al ejercicio del Poder Público Nacional el chavismo comenzó a imponer una concepción patrimonialista del mismo, concibiendo a la nación y a sus recursos como una propiedad de la facción. Esa actitud sectaria ha sido replicada por sus adversarios y ahora cada parte se cree dueña de su pedacito de país del cual no debe rendir cuentas a nadie. Efectivamente hemos retrocedido más de cien años.
La verdad verdadera de este episodio es que la jueza del Tribunal Superior de Londres, Sara Cockerill, tomó una decisión en la que trata a los que se dicen representantes legítimos de los venezolanos como niños incapaces de saber qué les conviene. No te lo doy a ti, pero al otro tampoco.
Por lo tanto, no estamos hablando de ninguna victoria sino de un fracaso del país como proyecto nacional. Un tema que por pudor habría que lamentar. Pero a fin de cuentas es un fracaso en el que no caben como excusas culpar a Francis Drake, a Henry Morgan, al imperialismo estadounidense, ni al cubano ni al ruso (porque a estos dos últimos se les abrió las puertas voluntariamente). Son dos décadas y dos años, con sus días y sus noches de errores, disparates, soberbia y egoísmo. Ese es el fracaso del cual hay que rescatar a Venezuela.