Nelson Rivera (ALN).- Aplicaciones como WhatsApp han conseguido que muchos estudiantes se entusiasmen por asignaturas en principio poco atractivas. También mejorar sus notas. Sin embargo, la desigualdad juega un papel clave. En África, Asia y América Latina el número de alumnos que dispone de recursos tecnológicos en sus hogares no alcanza a 21%. Y no solo eso. Otros autores se preguntan dónde quedan las voces imprescindibles del padre y la madre en la era digital, dónde la cultura, la calidez y las tradiciones.
Ocurrió el pasado mes de enero: en una escuela de Los Ángeles, un profesor de química creó un grupo de WhatsApp con los 22 alumnos de su clase. Explicó las reglas de uso: entre clase y clase, dos veces a la semana y durante dos horas los alumnos podían hacer preguntas para resolver los problemas de las tareas para el hogar o las dudas que les surgieran mientras estudiaban. El día previo al examen de cierre de período, la consulta se extendía a seis horas.
Llegó así el día del examen, a finales de mayo. Escribió 12 preguntas numeradas en el pizarrón. A continuación, ordenó a sus alumnos que activaran los móviles. Haciendo uso de WhatsApp distribuyó las preguntas: a cada alumno le correspondió contestar tres. Huelga decirlo: había prohibido que los alumnos se comunicaran entre sí, durante el tiempo de la prueba.
En Finlandia, la combinación de juegos y tabletas en la etapa preescolar está produciendo resultados admirables
En junio el profesor Mike Richardson presentó los resultados del experimento que realizó bajo su iniciativa: en días normales, 16 de los 22 alumnos le hicieron consultas. A menudo ocurrió que las dudas no fueron contestadas por él, sino por los propios estudiantes. El día previo a la prueba, los 22 formaron parte de los intensos intercambios.
En su balance Richardson sostiene: las horas oficiales de clase se duplicaron en la práctica. El “efecto WhatsApp” contagió a quienes menos entusiasmo tenían por la materia. Hubo estudiantes que, a través del sistema de mensajería, actuaron como docentes. El promedio de las calificaciones aumentó 26% en cuatro meses.
Las dificultades de la desigualdad
El experimento Richardson no es más que una muestra de la potencialidad que tienen las nuevas tecnologías para contribuir con la transmisión pedagógica. En Finlandia, tal como se ha divulgado en numerosos reportajes, la combinación de juegos y tabletas en la etapa preescolar está produciendo resultados admirables. Estos dos ejemplos, a los que se podrían sumar muchos otros, son la cara brillante de la moneda.
El reverso se refiere a la cuestión de la desigualdad. Salvo en Europa, en Estados Unidos y en países donde se han producido condiciones excepcionales como Singapur, las escuelas no disponen de ordenadores ni mucho menos de tabletas. En África, Asia y América Latina, el número de estudiantes que dispone de estos recursos tecnológicos en sus hogares no alcanza a 21%. Esto contrasta con la producción, por ejemplo, de aplicaciones para fines educativos. El portal Universia informaba en abril de 2014, que entonces ya existían al menos 80.000 aplicaciones educativas disponibles para docentes y público en general.
Los expertos advierten que estamos ingresando en la fase de los conocimientos integrados, donde textos, sonidos e imágenes fijas y en movimiento, interactuarán con niños y jóvenes. No solo les expondrán unos contenidos, sino que, en el mismo momento, les exigirán resolver problemas, contestar preguntas, formular conclusiones. En una sesión de 30 minutos, un alumno aprenderá y será evaluado: cuánto de la materia ha internalizado. El momento de aprender y de responder por lo aprendido muy pronto será el mismo. Pero resulta que ahora, apenas 20% de los alumnos del planeta tiene acceso a los recursos tecnológicos necesarios.
Otros debates en juego
Pero la desigualdad es apenas una de las inquietudes que el avance de la digitalización plantea a los planificadores. Inger Enkvist, famosa autora sueca de libros como La educación en peligro y La buena y la mala educación, se ha preguntado dónde quedan las voces imprescindibles del padre y la madre en la era digital, dónde la cultura, la calidez, las palabras, las tradiciones y la atmósfera del hogar, indispensables para la formación de personas con espíritu social y ciudadano.
En África, Asia y América Latina, el número de estudiantes que dispone de recursos tecnológicos en sus hogares no alcanza a 21%
En todas partes, y ello incluye a The New York Times, se levantan las alarmas con relación a “la googlificación de las aulas”. A docentes, pensadores y políticos les preocupa que un beneficio aparente, como que los padres puedan seguir el desenvolvimiento de sus hijos y tengan acceso a sus expedientes de escuela, puedan terminar después en manos de los posibles empleadores. La cuestión del uso de las nuevas tecnologías para la vigilancia de las personas inquieta a los pedagogos.
La otra pregunta significativa se refiere a la capacidad de las nuevas tecnologías para estimular la conformación de un pensamiento crítico. Hasta ahora, una abrumadora mayoría de las aplicaciones existentes operan a partir del procedimiento de compactar la información, las conclusiones, las preguntas y respuestas.
La mayoría de las aplicaciones ofrecen y “tragan” conocimientos en píldoras. Cuestiones como el desarrollo paulatino de las ideas, la narratividad de la experiencia, la confrontación de criterios diferenciados, los vínculos entre las realidades específicas y su contexto son todavía elementos que esperan por respuestas más complejas del mundo digital.