Rafael Alba.- Antiguos concursantes y jurados del programa expresan públicamente dudas sobre la validezde Operación Triunfo como plataforma de lanzamiento. La propaganda y el seguidismo de los medios de comunicación exageraron la dimensión sociológica del talent show.
Quizá se acuerden de lo que voy a contarles, porque se trata de un suceso reciente. Pero, por si acaso, les refrescaré la memoria. Hace sólo unos meses, el regreso de Operación Triunfo (OT) a la parrilla de la televisión pública no fue sólo un gran acontecimiento televisivo con capacidad para aglutinar frente a la pantalla a unos cuántos millones de espectadores. Que también. Incluso llegó a tener una dimensión social inesperada. Muchos analistas, comentaristas, expertos de mesa camilla, tertulianos y hasta algún político despistado -Iñigo Errejón, entre ellos- quisieron hacer una lectura más trascendente del asunto y aseguraron que el programa, y sus maravillosos concursantes (y ‘concursantas’) millennials, encarnaban los valores de una presunta España nueva y pujante dispuesta para superar los retos del turbulento siglo XXI. Los triunfitosy triunfitas representaban el futuro de un país donde florecerían las esencias del feminismo, la tolerancia, la creatividad, la inteligencia. ¡Y qué sé yo cuántas cosas más!
Aunque no todos están pagando el mismo precio. Entre las más castigadas están las dos intérpretes de Lo malo, Aitana y Ana Guerra, cuya sinceridad, sin embargo, habla bastante bien de ambas, y muy mal de quienes se inventaron para ellas un perfil que no era el suyo.
La repanocha, señores… Y hasta se puso como ejemplo de esa maravillosa conjunción astral que se había abierto paso hacia el interior de nuestros hogares gracias a las pantallas de todos los dispositivos disponibles a Amaia, la concursante que resultó ganadora y que tuvo el dudoso honor de representar a este embelesado país en Eurovisión. La artista navarra daba el tipo, desde luego. Se trata de una jovencita de voz adorable con el desparpajo y la naturalidad suficientes para soportar la presión de un potente entramado publicitario que quería convertirla en un icono de los nuevos tiempos. Y ella, consciente o no de lo que sucedía, realizaba gestos de interpretación multipolar y perfecta para el clima generado por las movilizaciones feministas del 8 de marzo. No tenía problemas, por ejemplo, en colgar en sus redes sociales una foto en la que podían apreciarse a la perfección sus axilas sin depilar. Un gesto revolucionario que fue interpretado como punto de inflexión en la lucha por la liberación de las mujeres españolas.
Evidentemente, la chica no tuvo la culpa de la utilización política de su imagen efectuada por algunos iluminados. Y, quizá tampoco, de la aquiescencia con la que los responsables de las dos potentes empresas de la industria del ocio que sacaban partido del negocio –Universal y Gestmusic– aprovechaban esa ola favorable para echarle leña al fuego de la rentabilidad. Desde los despachos de esas compañías, y desde los de la TV de todos, se alimentaba el mito, con canciones como Lo Malo, de Brisa Fenoy, que harían famosas a Ana Guerra y Aitana. Las otras dos figuras emblemáticas de un concurso donde los artistas masculinos parecían meros príncipes consortes. El tema, en cuestión, una canción pop con buenas hechuras, se convirtió en un gran hit, a pesar de perder la carrera para ir a Eurovisión. Y ya le digo, no estaba mal, pero tampoco era exactamente una joya que aprovechaba los recursos de la música urbana para poner en cuestión los roles de género dominantes en nuestra estructura social, como explicó algún propagandista entusiasta.
Las críticas de la exjurado Mónica Naranjo encendieron las alarmas
El mal resultado de Alfred y Amaia en Eurovisión supuso el primer jarro de agua fría, sobre un entramado que a esas alturas ya había generado una buena cantidad de beneficios. Está por ver si algún día sabemos exactamente cuántos y en qué bolsillo terminaron. Pero todavía muchos se resistían a creer aquello de que los reyes son los padres. Y mucho menos, los nuevos concursantes de una segunda edición, impulsada por las mismas tres empresas que la primera, quienes asumieron su sitio imbuidos ya de esa condición de iconos generacionales que sus antecesores no habían tenido al principio. La burbuja empezaba a ser tan excesiva que, en un rasgo de lucidez inesperado, la mismísima Mónica Naranjo, pieza angular del jurado en la primera edición del programa explicó en una entrevista concedida a la revista Lecturas que el formato de OT era “muy rancio” y un “coñazo”. A la par que aseguraba que para ser artista hay que sacrificarse, prepararse y emprender un camino que los chavales que concursan en estos programas desconocen.
Aitana ha admitido en un par de entrevistas que es demasiado joven para saber si en realidad su carrera avanza por el camino correcto. Un rasgo de lucidez que le honra.
Es cierto que quizá debía haber hecho esas declaraciones antes. Pero su llamada de atención no surtió demasiado efecto. Al menos no inmediatamente. Aunque quizá fuera el principio de un proceso de descrédito que, en las últimas semanas, parece acelerarse. Poco después, una foto indiscreta nos dio a conocer a todos que en el guión que reciben los miembros del jurado, en este caso Brisa Fenoy, podría haber unas directrices claras sobre qué concursante debe quedarse y quién debe ser eliminado. O que Rosa, la gran Rosa de España, triunfadora hace un par de décadas de la primera edición de OT, abandonaba Universal por la puerta falsa tras haber encadenado los fracasos en una carrera que nunca avanzó por los caminos correctos. Ahora, hasta Manuel Carrasco, ilustre concursante de la segunda edición del programa y uno de los grandes divos de la canción melódica actual asegura que ha llegado a la cima, a pesar de las dificultades que se encontró en el camino, perjudicado por el efecto negativo que tuvo para su carrera haber participado en este talent show.
Y todavía faltaba la guinda del pastel. Algunos aún no dan crédito, pero sucedió el pasado 16 de octubre en el programa nocturno Late Motiv, que dirige el showman Andreu Buenafuente en el Canal Cero de Movistar, la televisión de pago de Telefónica. Allí, Roberto Enríquez, alias Bob Pop, un ácido e irónico comentarista que tiene una divertida sección en la que proyecta su peculiar visión sobre algunos asuntos de actualidad, se permitió poner en duda que se pueda recurrir a una muchacha millennial –a quien luego calificaría como cantante de karaoke– que participa en un talent show, como símbolo de referencia de la lucha contra la homofobia. Pop hablaba de María, una de las concursantes de la última edición de OT, que se negó, en principio, a pronunciar la palabra mariconez, en su interpretación del tema Quédate en Madrid, una famosa canción de Mecano, compuesta por José María Cano. La chica pensaba que la inclusión de ese vocablo en la letra de la tonada, inventado, por cierto, por su autor de la tonadilla, suponía una falta de respeto evidente hacia el colectivo gay. Y por eso no tenía sitio en un programa como aquel, espejo de la diversidad, la modernidad y la tolerancia.
Artistas como Ana Guerra empiezan a ser víctimas del acoso de los haters
La polémica, en la que también intervino Ana Torroja, cantante del célebre grupo que ahora trabaja como jurado en OT, incendió las redes sociales y saltó a los medios de comunicación durante una temporada. Un sector defendía a José María Cano que se negó a retocar la letra de su canción, argumentando que deben preservarse por encima de todo las libertades de expresión y de creación. Otros se posicionaban con María. Pero, esta vez, la discusión y el debate acalorado en los medios y las redes no ha beneficiado al programa. Más bien al contrario. Puede que sea porque el huracán Rosalía se lo ha llevado todo por delante, o porque el público empieza a saturarse, pero la reflexión de Bob Pop -“Elegimos bien las causas, pero mal a sus representantes”- parece haber caído en tierra propicia. El vídeo de su intervención en Late Motiv se ha convertido en viral y se ha visto reforzado por la opinión de otros críticos, como Víctor Lenore, por ejemplo, columnista de El Confidencial, que ha elegido el álbum de Brisa Fenoy, una de las presuntas artífices intelectuales del feminismo de pasarela de moda, como uno de los peores del año.
Tras la polémica provocada por la concursante de OT y su deseo de cambiar la letra de la canción de mecano, algunos autores de temas de éxito como Rozalén, entre otros, han admitido en un reciente reportaje publicado por el diario El Mundo que ese clima les influye a la hora de componer. Resulta muy difícil sentirse libre con la presión ambiental creciente que quiere reescribir la historia del pop y enterrar de un plumazo 40años de éxitos. Aunque quizá resulte exagerado atribuir únicamente a este programa televisivo el auge de una tendencia que ya llevaba tiempo manifestándose en las redes, desde luego. Pero no hay duda de que sí contribuyó a amplificarla. Como mínimo. Lo cual, quizá, no sea del todo censurable. Si no fuera por la rapidez con que alguno de estos millennials de OT, teóricamente comprometidos con ese mundo más diverso e igualitario, han aprovechado su tirón para firmar contratos publicitarios que contradicen los supuestos ideológicos que decían defender.
La decisión de Ana Guerra de convertirse en la imagen de una firma de lencería, parece haber dejado al descubierto la debilidad de sus presuntas posiciones ideológicas.
Aunque no todos están pagando el mismo precio. Entre las más castigadas están las dos intérpretes de Lo malo, Aitana y Ana Guerra, cuya sinceridad, sin embargo, habla bastante bien de ambas, y muy mal de quienes se inventaron para ellas un perfil que no era el suyo. La primera ha admitido en un par de entrevistas recientes que es demasiado joven para saber si en realidad su carrera avanza por el camino correcto. Un rasgo de lucidez que le honra y en cuanto a la segunda, su decisión de convertirse en la imagen de una conocida firma de lencería, parece haber dejado al descubierto la debilidad de sus presuntas posiciones ideológicas. Y ha tenido consecuencias inmediatas en la Red. Ahora le llueven las descalificaciones, y las acusaciones de aprovecharse de esos supuestos colectivos a los que pretendía apoyar para hacer caja a su costa.