Pedro Benítez (ALN).- Mientras que los presidentes Luis Ignacio Lula Da Silva y Gustavo Petro parecen dirigirse fatalmente a un fracaso diplomático en la crisis venezolana, revés de pronóstico reservado, pero nada halagüeño para Latinoamérica, al joven presidente chileno lo salvan de ese traspiés la distancia y el tiempo.
En su clásico libro de 1976, el periodista venezolano Carlos Rangel observa con agudeza la decencia que por mucho tiempo caracterizó a la política chilena en claro contraste con sus vecinos. Así, por ejemplo, el ex presidente Eduardo Frei Montalva negó a prestarse a cualquier maniobra que le cerrara constitucionalmente el ascenso a la primera magistratura de ese país a Salvador Allende en 1970, porque eso se hubiera interpretado como servirse a sí mismo; luego, en una determinación de dignidad personal, el malogrado mandatario socialista prefirió volarse la tapa de los sesos antes que entregarse a los militares que asaltaron el Palacio de la Moneda durante el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973; y, al parecer, algo de ese sentido de respeto al deber ser seguía vivo cuando la noche del 5 de octubre de 1988 el general Fernando Matthei, comandante en jefe de la Fuerza Aérea y miembro de la Junta Militar, se negó a convalidar cualquier maniobra que pretendiera desconocer el triunfo del No en el plebiscito efectuado ese día.
Tal vez por ser un país ubicado en un rincón del mundo, en una orilla del océano Pacífico, aislado del otro lado por la cordillera de Los Andes y por uno de los más inhóspitos desiertos al norte, la sociedad chilena ha desarrollado un carácter particular, en la cual el régimen militar (1973-1990) fue un trágico paréntesis en su vida nacional y donde todos los perdedores de las contiendas electorales presidenciales tienen por costumbre trasladarse a la casa de triunfador a felicitarlo personalmente. Esa civilidad que muchos en el vecindario envidian.
Boric, con la decencia estampada en el carácter
Gabriel Boric parece llevar esa decencia estampada en su carácter. Elegido en diciembre de 2021 en una ola cuasi revolucionaria y en medio de un proceso constituyente que prometía poner a Chile patas arriba, la inviabilidad de ese proyecto y su natural inexperiencia lo llevaron a tropezar una y otra vez. Sin embargo, ha respondido al fracaso guiado por sus principios y el sentido común. Parte de una generación que criticó con acritud los reformistas gobiernos de la Concertación nacidos del pacto con la Dictadura, se ha dedicado a aprender con humildad de sus antecesores y en particular de los consejos del ex presidente Ricardo Lagos.
Pero su mejor papel, probablemente de manera inesperada para él mismo, lo ha tenido en el terreno internacional. Cuando ocurrió la invasión rusa a Ucrania no dudó ni un minuto en condenarla, mientras buena parte de la izquierda mundial practicaba gimnasia mental a fin de defender al autócrata del Kremlin. Estoicamente aguantó las críticas incluso dentro de su propia coalición.
La misma actitud la ha tenido con Nicolas Maduro y Venezuela, una causa de la que la derecha chilena (su oposición) se había “apropiado”. Ese enfoque ha abierto todavía más un frente interno con sus aliados del Partido Comunista y el Frente Amplio. No es que la gestión de su administración esté libre de mácula en su relación con el régimen chavomadurista; por el contrario, todavía le pesa un presunto acuerdo de seguridad nunca aclarado que el gobierno de Caracas incumplió a las primeras de cambio. Pero no se ha detenido ante la circunstancia de que la importante migración venezolana sea instintivamente anti izquierdista, y que él mismo haya simpatizado con el chavismo en un pasado no tan lejano.
La naturaleza del chavismo
Como presidente, Boric se ha dado cuenta de la naturaleza del grupo controla Venezuela y no ha dudado en caracterizarlo como lo que es, aguantando las ofensas que la maquinaria de desinformación chavista le profiere. Sin mayor cálculo político, se ha guiado por su propio sentido de decencia personal.
Si uno se dice defensor de los Derechos Humanos, la Democracia, las libertades públicas y la dignidad de los menos favorecidos, no puede cohonestar con quienes hacen abiertamente todo lo contrario, aunque en nombre de los mismos valores.
A esto lo ayuda, como anotamos arriba, otro factor: el tiempo. Por una cuestión cronológica Gabriel Boric no pertenece a toda esa izquierda latinoamericana y europea que recibió financiamiento del régimen chavista, cuando no fue parte de sus negociados no santos, en la época que nadaba en la abundancia de los petrodólares. No fue parte del grupo integraron Lula (Odebrecht), Néstor y Cristina Kirchner (los bonos de la deuda argentina y las maletas de Antonini Wilson), Evo Morales y Rafael Corres, así tampoco se contrataron sus servicios de asesoría como sí fueron los casos de Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias. Es decir, no fue, ni podía ser, parte de la Internacional de la Corrupción del siglo XXI. La ventaja de no tener biografía.
Chile marca distancia con el chavismo
Tampoco parece ser casual que la portavoz de su gobierno, la popular Camila Vallejo, principal figura del comunismo chileno, haya aprovechado una reciente sesión especial en el Congreso de ese país para marcar distancia del régimen de Maduro. Por supuesto, en Chile el drama venezolano está muy presente.
A estas alturas parece evidente que Boric ve con reticencia las gestiones de Lula y no se ha dejado arrastrar por su liderazgo. Eso es notable. No seguir a quien la izquierda mundial ha tenido como su principal referente y es el presidente Brasil no es cualquier cosa. Pero el chileno aprecia lo que parece evidente para todo el mundo: Maduro quiere una negociación, pero no para salir, sino para quedarse en el poder. Él no va a ser parte de esa componenda.
En cambio, Lula está atrapado. ¿Puede lavarse las manos ante las tropelías de quien ha sido un amigo, aliado, socio y cómplice por muchos años? ¿Cómo aspira a sentar a Brasil en el Consejo de Seguridad de la ONU, junto con las grandes potencias, si no puede resolver esta crisis en su propio vecindario?
Si hace lo contrario, ¿puede quedar como avalando a un régimen que actúa al peor estilo y con la misma lógica de los gorilas militares de los años setenta? ¿Qué precedente queda sentado para el resto de la región si Maduro se sale con la suya?
Para Gustavo Petro el dilema es todavía más dramático.
Para decirlo en otras palabras: la profunda división en que la está metida la izquierda mundial ante la crisis venezolana (no exageramos), no ha sido provocada por las acciones de Nicolas Maduro, sino, más bien, por la postura ética de Gabriel Boric.
@PedroBenitezf
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