Rafael Alba (ALN).- Los nuevos dirigentes de las empresas del Ibex35 intentan soltar lastre y distanciarse de los gestores todopoderosos que las dirigieron en el pasado. Los contratos asignados al entorno del comisario José Manuel Villarejo complican la jubilación del expresidente del BBVA, Francisco González.
El régimen constitucional español que vio la luz en 1978 está en crisis. Y la enfermedad podría pasar en los próximos meses de grave a terminal. Lo han dicho en público y en privado, unas cuantas veces, tanto Felipe González como José María Aznar, los dos expresidentes del gobierno de España cuya imagen está más asociada a la vigencia y pujanza de un periodo de tiempo que se extendió a lo largo y ancho de más de tres décadas y media, generalmente considerado como el más próspero y fecundo que se ha vivido en el país. Tanto en lo social, como en lo político y lo económico. El fin de ese bipartidismo imperfecto, basado en la alternancia en el poder de un partido socialdemócrata, el PSOE, y otro conservador, el PP, que se apoyaban en dos formaciones nacionalistas moderadas, los vascos del PNV y los catalanes de CiU, para completar sus mayorías parlamentarias, ha generado una situación en la que parecen primar el desgobierno, la polarización, el bloqueo político y los discursos extremistas, que no pinta nada bien.
Al menos, por el momento. Y, como decíamos antes, en ese ambiente de fin de ciclo, despedida y cierre, no sólo se tambalean los cimientos políticos que instauró la admirada transición postfranquista. El epicentro del terremoto puede estar ahí, pero sus réplicas se han extendido por muchos otros ambientes e incluso ha llegado a territorios, teóricamente ajenos, como el mundo empresarial. Durante el final del siglo XX y hasta la gran crisis de 2008, los consensos inaugurados con los famosos Pactos de La Moncloa y un sistema de negociación y acuerdos que involucraba a los agentes sociales representados por la patronal y los sindicatos, fueron el terreno abonado perfecto para que algunas empresas hispanas, cuya actividad se concentraba en los grandes sectores básicos, como la banca, la electricidad y la telefonía, muchas concebidas como baluartes de un potente sector público para ser privatizadas luego, se convirtieran en poderosas multinacionales. Bueno, eso, y el crédito barato que podía captarse en los mercados gracias a la incorporación del país al vagón de alta velocidad del euro.
La era de bonanza alumbró también un puñado de grandes nombres. Ilustres empresarios con fama de conquistadores que ingresaron en los mercados emergentes a golpe de talonario, Latinoamérica, sobre todo, y hasta se atrevieron a adquirir compañías en los grandes países europeos y EEUU. Hombres que construyeron multinacionales a la medida del viejo sueño de la monarquía española de los años en los que este país era el más poderoso del mundo. Los Austrias, no los Borbones. Imperios empresariales en los que nunca se ponía el sol. Un ejército en el que destacaban algunos generales que hicieron fortuna en la bolsa y los mercados de valores, como el fundador de Beta Capital, César Alierta, el gran rival de Carlos Slim, quien hasta no hace mucho era el presidente de Telefónica. O Francisco González (FG, para los amigos), líder de FG Inversiones, que se convertiría en el presidente de BBVA, el segundo mayor banco español, y rivalizaría con Emilio Botín, hijo de una saga financiera clásica que fue capaz de introducir al Banco Santander en la liga de las grandes entidades globales y codearse con HSBC, Deustche Bank o Citigroup.
Francisco González tiene la “conciencia tranquila” pese al escándalo de BBVA
Reputación en peligro
Y algunos otros. Como el ingeniero industrial Ignacio Sánchez Galán, un salmantino que empezó a trabajar en 1972 en la empresa de baterías Tudor y se convertiría en presidente de Iberdrola, la gran eléctrica privada hispana, en 2006, tras estar cinco años como segundo de Íñigo de Oriol e Ybarra, el enemigo más amistoso que tuvo jamás Felipe González, en aquella lejana década de los 80 en la que los socialistas lograron hacer amigos en el sector empresarial, tras las desconfianzas iniciales. O Florentino Pérez, desde luego. El presidente del Real Madrid y de ACS. Un ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, que ocupó varios altos cargos políticos con la UCD de Adolfo Suárez en los primeros albores de la democracia española y que después volvería al sector privado, para convertirse en puntal de este dream team de ejecutivos legendarios que formaron la primera encarnación en la tierra de ese lobby al que los líderes sindicales primero, y los fundadores de Podemos después, bautizaron con el nombre genérico de Ibex 35.
Era, claro, una referencia directa al poder que ocupaban todos ellos en las grandes empresas españolas, ese grupo de corporaciones integradas en el principal índice bursátil del mercado de valores hispano. La escuadra multinacional de la que, en ocasiones, hasta los obreros más conscientes llegaron a sentirse orgullosos. Parecían todopoderosos. Y, sin embargo, ahora da la impresión de que también la crisis del sistema político que le ayudó a crecer puede terminar con ellos. Y no sólo porque les haya llegado la hora de jubilarse como a cualquier hijo de vecino. También sucede que algunas de las decisiones que tomaron en el pasado pueden empañar el legado de grandeza con el que hubieran aspirado a despedirse. Y quizá también recortar sustancialmente los grandes fondos de pensiones que se preocuparon ejercicio a ejercicio de engordar mientras estaban en los cargos para asegurarse una jubilación dorada. A lo mejor lo que pasó es que no debieron coquetear nunca con las altas esferas políticas ni aspirar a poner y quitar presidentes del gobierno o aupar o derribar partidos y líderes.
Así cayó Alierta, según algunas lenguas viperinas diletantes que suelen intoxicar a los periodistas con historias pánicas en las sobremesas que aún se desarrollan sobre ciertos manteles de los restaurantes más exclusivos de la Villa y Corte. En los tiempos más duros de la crisis el entonces presidente de Telefónica impulsó una suerte de lobby conformado por las multinacionales hispanas conocido como Consejo Empresarial de la Competitividad. Desde allí pretendían ayudar a la sociedad a superar el golpe. Hasta ahí todo es cierto. Lo que quizá no lo sea tiene que ver con una leyenda urbana muy extendida que sitúa a Alierta como presunto muñidor en 2016 de una fórmula de gobierno monocolor del PP, que debían apoyar Ciudadanos y PNV y salir adelante en el Parlamento con la abstención del PSOE. Era una situación parecida a la actual, pero de signo contrario. Lo malo es que para hacerla realidad se pretendía que Mariano Rajoy dejara su sitio a Soraya Sainz de Santamaría, entonces vicepresidenta plenipotenciaria. El gallego no lo hizo y, según estas versiones interesadas, su venganza fue terrible porque logró fulminar a Alierta, que tuvo que abandonar la presidencia de Telefónica, en favor de José María Álvárez-Pallete.
Las amenazas de Villarejo
Por cierto que Pallete se ha distanciado de su antecesor y mentor. Su estilo de gestión, centrado en lo puramente corporativo, se aleja mucho de los devaneos políticos. Y, aunque esta historia no sea cierta, que no lo será, porque ninguno de sus entusiastas narradores se ha preocupado jamás de aportar pruebas al respecto, sí que lo es, según algunos conocedores de la situación, que a algún empresario alguna vez, le ha dado por hacer de aprendiz de brujo. Visto lo visto, más le valdría a alguno no haberlo hecho. Aunque tal vez a muchos les hubiera bastado con abstenerse de contratar los servicios de José Manuel Villarejo, el policía laureado por sus méritos en la lucha antiterrorista que acabó como empresario privado de una red de espionaje paralela a las propias cloacas del Estado desde la que prestó servicio a muchos notables. El pasado 25 de noviembre, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), la institución que regula la actividad de la bolsa española, publicó una nota de gran contundencia, para advertir a las empresas cotizadas de la necesidad de que tomen medidas para cegar los posibles focos de corrupción que hayan podido desarrollarse en su seno.
Desde el organismo que preside Sebastián Albella se exige tolerancia cero para este tipo de prácticas. El texto del comunicado del supervisor deja poco lugar a la imaginación y ha sorprendido por su claridad a más de un veterano informador económico, acostumbrado al estilo sutil, y un tanto jacobino, del que suelen hacer gala las instituciones de control bursátil en todo el mundo. La CNMV, no da nombres. Pero está a punto de hacerlo. Sin embargo, ¿en realidad es tan grave la situación como para la CNMV haya tenido que plantearse dar este toque de atención a las grandes compañías cotizadas? Tal vez sí, porque Villarejo parece haberlo contaminado todo. El excomisario está ahora en prisión provisional por presuntos delitos de blanqueo de capitales, organización criminal y cohecho. Y parece haber participado en casi todos los asuntos turbios que han ocurrido en este país en las últimas cuatro décadas y en las que están implicadas las élites. El antiguo policía posee, además, un arsenal de grabaciones que desgrana a ritmo pausado a través de unos cuantos medios afines y sus disparos han arruinado ya unas cuantas reputaciones.
Hasta ahora sus víctimas se encontraban fundamentalmente en la clase política. Pero algo cambió el verano pasado. Ahora también hay grandes empresarios en su punto de mira. O eso dijo él, en una carta hecha pública el pasado mes de agosto en la que amenazó con poner el foco sobre algunas estrategias poco ejemplarizantes de un puñado de empresas entre las que se encontraban Repsol, Caixabank, Iberdrola, Santander y Telefónica. Algún notable miembro del dream team ya ha probado el veneno de su venganza. Por ejemplo, Francisco González, el exnúmero uno del BBVA, que ha sido imputado por el juez Manuel García Castellón en una investigación relacionada con alguno de los servicios que Villarejo prestó a este banco. Una bronca que intentan eludir los actuales gestores del banco, distanciándose de la gestión de aquella época aciaga. Hay más. Villarejo también pudo haber sido contratado por el exjefe de Seguridad de Iberdrola para que interviniera en una presunta guerra sucia orquestada por Sánchez Galán contra Florentino Pérez, cuando el presidente del Real Madrid intentó tomar el control de la eléctrica. Y si aquella pelea fue histórica, su reedición también promete dar algunas tardes de gloria a los expertos en información económica. En realidad, nadie sabe si Villarejo podrá materializar o no su anunciada venganza. Pero si lo consiguiera, es probable que estuviéramos de verdad frente al epílogo de una era dorada que quizá no lo fue tanto como aparentaba. El tiempo dirá.