Juan Carlos Zapata (ALN).- Le pasó a los boliburgueses. Entraron en el juego de la corrupción chavista y no fue posible devolverse. Se metieron tan a fondo en la necesidad de ser ricos, millonarios, multimillonarios, que no observaron las consecuencias.
Es como si Gabriel García Márquez hubiera escrito La Mala Hora pensando en la Venezuela del futuro. Hay una frase en la novela que impresiona. Luego de que el juez Arcadio y el alcalde le han dado forma a un entramado de negocios, “ambos parecían de regreso de una penosa incursión por el porvenir”.
La frase es dramática. Es como decir, la corrupción no paga. O el crimen no paga. El crimen pesa en la conciencia. O el crimen tiene sus consecuencias. Y las estoy observando a futuro, en el porvenir. En el caso de Venezuela, el saqueo no paga. Porque esto fue lo que pasó con el chavismo. Se desató la corrupción con una desmesura tal que terminó siendo un saqueo de más de 400.000 millones de dólares. Eso vació las arcas del país, y vaciadas, no hubo gestión, no hubo nada. Y de allí lo que Venezuela es ahora. Un país sin infraestructura. Un país al borde de la hambruna. Un país al borde de una tragedia humanitaria. Un país que expulsa a su gente, que ya el éxodo suma 5.000.000 de personas en 20 años.
Es como si Gabriel García Márquez hubiera escrito La Mala Hora pensando en la Venezuela del futuro. Hay una frase en la novela que impresiona. Luego de que el juez Arcadio y el alcalde le han dado forma a un entramado de negocios, “ambos parecían de regreso de una penosa incursión por el porvenir”.
La Mala Hora es la tercera novela de Gabo. Y lo que se desarrolla en un pueblo es en realidad un país, un mundo. Allí la violencia, allí la tortura policial, el asesinato policial, el terror del gobierno, la persecución, la falta de libertades, y la corrupción. Es más, hoy podría asumirse como una alegoría de los tiempos que los pasquines que aparecen por las noches, portando chismes viejos o nuevos, sean las redes sociales por las que muchos disparan a diestra y siniestra. “Es todo el pueblo y no es nadie”, le dice la adivina Casandra al alcalde cuando este intenta llegar al misterio apelando a las cartas. En las redes, son todos y nadie, y es nadie y son todos. Todo esto concuerda con la Venezuela del Siglo XXI.
Gabo vivió en Caracas entre diciembre de 1957 y casi todo 1958. Cuando escribió La Mala Hora no pensaba en Venezuela. Pero desarrolló un texto político que indaga a este país. Y se adelanta, en esa penosa incursión en el porvenir a lo que es la Venezuela bajo el chavismo.
En el tema de la corrupción hace la apreciación correcta. Es cuando el juez Arcadio, con algo de remordimiento de conciencia, le confiesa al barbero –hombre de la oposición- que el alcalde, el teniente –de paso es un militar-, “se está hundiendo en el pueblo. Y cada día se hunde más”. En efecto Y aquí viene la explicación:
-Ha descubierto un placer del cual no se regresa: poco a poco, sin hacer mucho ruido, se está volviendo rico.
Esto fue lo que pasó con la jerarquía chavista, la civil y militar. Eran modestos tenientes, capitanes. Eran gente de provincia. Eran profesores. Habían sido militantes de izquierda, y honestos, sí. Pero desde 2002 comenzaron a robar, y en la medida que los precios del petróleo subían, se robaba más, y en los precios bajos, como ahora con Maduro, se sigue robando, y si no son los dineros del petróleo, son los dineros del oro; se roba hasta con los alimentos y con las medicinas en un país que sufre hambre y crisis sanitaria.
Comenzaron y no pudieron parar. Era imposible parar. Por la impunidad. Por el poder acumulado. Porque Chávez hacía lo mismo, y porque Maduro y su entorno hacen lo mismo. Había boliburgueses y bolichicos que apostaban a quién llegaba primero a los 1.000 millones de dólares. Y llegaron. Y superaron esa cifra. Y se divertían.
Pero, lo afirma el personaje de Gabo, como de ese placer no se regresa, siguieron acumulando hasta que el desastre se hizo evidente, hasta que el dinero de la corrupción intoxicó al país, e intoxicó bancos en el exterior, y alertaron las alarmas mundiales. Y como no podían parar, siguieron acumulando. Y como el alcalde que en la novela consultaba a Casandra para hacer un negocio, también los chavistas apelaron a brujos y adivinos para hacer lo que estaban haciendo.
Pero los brujos no les alertaron de la hiperinflación, ni del desabastecimiento, ni de la destrucción de PDVSA, y del hambre y el éxodo. Y si lo hubieran hecho, tampoco habrían prestado atención, entretenidos en lo que estaban, acumulando más, tanto que sólo en 2012, usando empresas fantasmas, saquearon 30.000 millones de dólares.
Acumularon a placer hasta que la soga reventó. Los brujos tampoco les hablaron de las sanciones. Y de la lupa en los bancos. Y del congelamiento de cuentas en los bancos. Y de la cárcel en los Estados Unidos y en España. Y de las investigaciones en Andorra. Y de informarles sobre todo lo anterior, tampoco lo hubieran creído porque andaban disfrutando por el mundo, en los mejores hoteles del mundo, en aviones privados de 50 millones de dólares, viajando en primera clase, comprando propiedades en París, en Madrid, en Miami, en Roma, en Buenos Aires, en Río de Janeiro, y consumiendo los vinos más caros, y luciendo los relojes de mayor lujo, y mirando las cuentas como Rico Mac Pato miraba sus bóvedas.
El hombre que levantó una gran fortuna haciendo reír a Chávez
Y por las disputas internas supimos que el placer era grande y tremendo. Ellos mismos después se denunciaron y con las denuncias se confirmó el saqueo de grupos y de individuos que habían acumulado, 1.000, 2.000, 5.000 y hasta 10.000 millones de dólares. Y estas son cifras que no tienen precedentes en el mundo. Ni siquiera en La Mala Hora a Gabo le era posible imaginar cifras de esa magnitud.
Lo que sí anticipó fue esto. Se lo dice el juez Arcadio al barbero. Que para el alcalde que es el gran poder, el gran corrupto, el teniente, la fuerza, la bota, el dueño del feudo, del pueblo, del país, “en estos momentos, no hay mejor negocio que la paz”.
Dicho y hecho. Es por lo que clama la boliburguesía chavista. Por paz. Por un arreglo que les permita seguir disfrutando de los placeres de los que no se regresa.