Juan Carlos Zapata (ALN).- Toda corrupción es perniciosa. Y la de Hugo Chávez puede pasar por la más perjudicial de la historia de Venezuela. Todo un saqueo de acuerdo a los números que se manejan. Veamos esta primera cifra: ¿Qué fue de la suerte de los 1,3 billones de dólares que obtuvo el país en casi dos décadas de chavismo? Segunda cifra: los exministros Jorge Giordani y Héctor Navarro denunciaron el 2 de febrero de 2016 que al menos 300.000 millones de dólares habían sido malversados. La agencia Reuters, que entrevistó a Navarro, reportó que según cálculos de ambos exfuncionarios, aquel monto no cuenta con respaldo “suficiente”, “por lo que sospechan que fueron malversados a través de importaciones ficticias y sobreprecios”.
En 2016, cuando Navarro y Giordani afinaban cálculos, han debido percatarse de que la inversión social no fue tal, pues el país ya sufría los estragos de la hambruna, la escasez de medicinas, los apagones eléctricos, la deficiencia en los servicios de agua potable, salud y transporte, sufría una inflación galopante, el sistema educativo estaba en el suelo y reinaban la delincuencia y la violencia en todo el territorio nacional; y este cuadro comenzaba a producir un fenómeno nuevo: el éxodo masivo de venezolanos sin esperanza y sin alegría
Jorge Giordani y Héctor Navarro fueron ministros de Hugo Chávez. Ambos de la mayor confianza. Navarro ministro de varias carteras, entre otras de Electricidad, área donde la corrupción campeó. Y a Giordani se le reconoce como el mentor económico de Chávez, en tanto jefe de los ministerios de Planificación y Finanzas por tres lustros. En 2016 ya había muerto Chávez y Maduro llevaba tres años en el poder. Y Giordani y Navarro estaban fuera del Gobierno. Maduro los había echado. Y, quizá ese era el motivo por el cual ahora hablaban. Porque las purgas producen estos milagros. Que quienes han integrado las cúpulas y han sido excluidos se atreven a revelar secretos e intimidades -agregue el lector el caso de Rafael Ramírez– inclusive a riesgo de que pasen por cómplices, pues Giordani y Navarro –con el aura de hombres honestos- decían que los cálculos englobaban los últimos 10 años de ingresos, de 2006 a 2015, lo cual comprende los tres años de Maduro pero siete de Hugo Chávez, en los que ellos mandaron, tuvieron poder, y administraron recursos, diseñaban presupuestos, disponían de los dólares y prometían, igual que Chávez, estar construyendo un país potencia, un país de igualdad social, de inclusión social, un país de empoderados; el país más feliz del mundo.
El mismo Giordani, en uno de los últimos consejos de ministros presididos por Chávez, octubre de 2012, avalaba esta tercera cifra: que la inversión social alcanzaba los 500.000 millones de dólares en un lapso que comprendía desde 1999 hasta 2011. Giordani, sentado a la siniestra de Chávez –era zurdo- resaltaba que el índice de inversión social en ese periodo casi duplicaba la de los gobiernos anteriores de Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez, Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera, mandatos, por cierto, con los más bajos ingresos del petróleo. Y el presidente de PDVSA, Rafael Ramírez, al lado de Giordani, reafirmaba, según cita de un boletín oficial del Ministerio de Información, que “la Revolución ha creado las condiciones para redistribuir las ganancias petroleras de manera justa y equitativa para el pueblo y no para las transnacionales y el imperio. ‘Lo importante es conocer quién capta la renta petrolera y para qué se usa la renta petrolera (…). Nuestro Gobierno y usted (presidente Chávez) han sido abanderados en distribuir esa renta en beneficio de nuestro pueblo para su desarrollo social y económico”’.
La mentira de la inversión social
En 2016, cuando Navarro y Giordani afinaban cálculos, han debido percatarse de que la inversión social no fue tal, pues el país ya sufría los estragos de la hambruna, la escasez de medicinas, los apagones eléctricos, la deficiencia en los servicios de agua potable, salud y transporte, sufría una inflación galopante, el sistema educativo estaba en el suelo y reinaban la delincuencia y la violencia en todo el territorio nacional; y este cuadro comenzaba a producir un fenómeno nuevo: el éxodo masivo de venezolanos sin esperanza y sin alegría. ¿Dónde estaba el desarrollo social y económico referido por Ramírez? ¿Dónde la equidad? Giordani ha debido recordar que en 2012 era ministro de Planificación y Finanzas y era el año que se gastaba al “extremo” –según su propia expresión- para reelegir a un presidente moribundo, gasto que llevó el clientelismo y el rentismo a la máxima expresión, por lo cual se puede afirmar que aquello no fue inversión social sino gasto clientelar, y de allí que la crisis que estallara en la administración Maduro encontró al país sin condiciones de hacerle frente, y si bien Giordani, corresponsable del gasto extremo de 2012, quiso que en 2013 Maduro metiera freno al mismo, ya era demasiado tarde, pues la ecuación dinero, gasto clientelar, desmesura y poder, es un virus enquistado en el chavismo, difícil de curar, y es su dinámica de gobernar y forma de ser, con la consecuencia nefasta de más crisis, más profunda y más prolongada.
¿Y por qué? Porque el Estado tampoco invirtió los recursos que estaban destinados para infraestructura y desarrollo. Por ejemplo, a saber, esta otra cifra: los 144.000 millones de dólares trasvasados desde PDVSA, el Ministerio de Finanzas y el Banco Central de Venezuela al Fonden. El Fondo de Desarrollo Nacional nació en julio de 2005 como una estructura paralela exigida por Chávez –con el respaldo de Giordani, Ramírez, etc- con el fin de financiar obras que nunca se ejecutaron, o se ejecutaron a medias, o no existieron sino en el papel. Por Ley, PDVSA traspasó 82.000 millones de dólares y el BCV otros 62.000 millones. Ramírez ha escrito que a comienzos del periodo de Maduro traspasó al menos 45.000 millones de dólares. Así PDVSA vio menguar divisas para inversiones en campos y apuntalar la producción petrolera y el BCV se quedó sin reservas internacionales porque la filosofía de Chávez y Giordani era que los ahorros del instituto emisor eran inútiles si no se “invertían”. Pues no hubo inversiones ni desarrollo y además el BCV dejó de ingresar al menos 20.000 millones de dólares en intereses de haberse colocado esa suma de recursos.
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El Fonden, igual que PDVSA, se convirtió en otro brazo de la operación clientelar, y muchos de los recursos se destinaron a la compra de equipos militares y a financiar la geopolítica chavista en el Caribe, en particular Cuba, Centroamérica, el Área Andina y el Cono Sur, en particular la Argentina de los Kirchner, que en este país los escándalos con los bonos del Sur han implicado hasta a los expresidentes fallecidos, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. Los fondos fueron manejados a discreción de Chávez sin aprobación de la Asamblea Nacional. En la carta que publicó una vez que Maduro lo sacó del gobierno, Giordani revela que tanto PDVSA como el BCV eran, entre otras, instituciones que “se encontraban bajo el control del comandante”. En resumen, de lo dicho se desprende que prevaleció la concepción del gasto clientelar, el derroche y la desmesura con el fin de crear la ilusión de riqueza, que el socialismo chavista era un modelo superior a la democracia de partidos, que Venezuela era una potencia regional y Hugo Chávez el mejor presidente desde la creación de la República.
La corrupción que lo corrompe todo
Según el guion de Giordani y también de Navarro, si una parte de ese fabuloso ingreso fue gasto –fantasía y burbuja de consumo de unos pocos años- el resto, “al menos” 300.000 millones de dólares de la renta petrolera, fueron apropiados, mejor dicho, saqueados por los activistas de la corrupción. Un dinero expoliado de los fondos públicos que ha servido más para la acumulación de los jerarcas en cuentas en el exterior, el engorde de los testaferros, los lujos y excesos, los viajes, compra de aviones, yates, mansiones, la adquisición primitiva de tierras y ganado, y menos al propósito de montar una fábrica, iniciar un emporio comercial, construir edificios y conjuntos residenciales o de oficinas, o aventurarse por los caminos del capital de riesgo.
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En un análisis publicado en julio de 2018 en la revista Nueva Sociedad, el autor Marcelo Moriconi observaba un relato que se ha tejido en torno a la corrupción histórica. Mueve la economía. Se usa como “arma de influencia” para “estabilizar nuevas democracias y extender el capitalismo”. Afecta el desarrollo. Y agrega esta cita al texto: “En términos de crecimiento económico la única cosa que es peor que una sociedad con una burocracia rígida, excesivamente centralizada y deshonesta es una sociedad con una burocracia rígida, excesivamente centralizada y honesta”. La corrupción también se transforma en un arma geopolítica para extender las democracias liberales y el capitalismo. Así ha ocurrido en varias etapas de la historia. Al final, “el problema no es la corrupción sino lo que se hace con ella. El problema no es el medio, sino el fin. Por ello, la tolerancia electoral y social a la corrupción se justifica con el “roba pero hace”. Añade que “los medios no son ni buenos ni malos: son efectivos o no”. Pero la de Chávez, y ahora la de Nicolás Maduro, ni siquiera tuvo como resultado lo que anota el autor. El dinero que se usó en la estrategia geopolítica, bien con bonos del Sur, contratos e importaciones, terminó alimentando las arcas de los grupos de poder en América Latina. Y no creó un sistema permanente de defensa del llamado Socialismo del Siglo XXI, y los países que simpatizaron con el chavismo están de vuelta hacia otra posición política, destacando el caso de Ecuador donde el nuevo mandatario, Lenín Moreno, ha escarbado en la corrupción que dejó atrás Rafael Correa y el propio Chávez. En todo caso, tal apreciación es discutible. Ya que el expresidente Rómulo Betancourt no requirió en los años 60 de hacer uso de la corrupción para promover la Doctrina Betancourt que implicaba el aislamiento de las dictaduras y el reconocimiento de las democracias. Lo que sí pasa por cierto es que la corrupción chavista se convirtió en un esquema internacional, en un problema planetario, en un caso de altos volúmenes, de excesos, de voluptuosidad, de ingeniería financiera y lavado de activos. De allí las investigaciones adelantadas por las autoridades en América Latina, Estados Unidos y Europa, e incluso en China.
Aquí es donde cabe la afirmación: la corrupción más perniciosa de la historia que vacía las arcas, desmonta el contenido político y democrático, destruye la institucionalidad y el tejido legal, incorpora la Fuerza Armada al arrebato del botín, origina más desigualdad y dependencia clientelar, promueve la formación no sólo de grupos sino también de mafias del delito en el poder, que premia la lealtad antes que la formación, la educación, la capacidad, el ingenio competitivo y emprendedor, destruye valores, limita al trabajo y las fuerzas productivas, acaba con el mercado, y si lo anterior no bastara, esa corrupción tampoco dejó nada en el país, ni fábricas, ni infraestructura, ni servicios, ni empleo de calidad, ni esperanzas, ni sonrisas. Sólo crisis y miseria
Aquí es donde cabe la afirmación: la corrupción más perniciosa de la historia que vacía las arcas, desmonta el contenido político y democrático, destruye la institucionalidad y el tejido legal, incorpora la Fuerza Armada al arrebato del botín, origina más desigualdad y dependencia clientelar, promueve la formación no sólo de grupos sino también de mafias del delito en el poder, que premia la lealtad antes que la formación, la educación, la capacidad, el ingenio competitivo y emprendedor, destruye valores, limita al trabajo y las fuerzas productivas, acaba con el mercado, y si lo anterior no bastara, esa corrupción tampoco dejó nada en el país, ni fábricas, ni infraestructura, ni servicios, ni empleo de calidad, ni esperanzas, ni sonrisas. Sólo crisis y miseria. El expresidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, decía recientemente en Madrid, analizando lo que pasó con el PT y la Operación Lava Jato, que la corrupción en su país no era “normal” sino que servía para el sostenimiento del poder. Ese mismo esquema aplica al chavismo, en las versiones de Chávez y Maduro. El Estado se ha diluido en las prácticas del crimen. Se parecen. De manera que el saldo son los miles de millones de dólares que “duermen” en cuentas en el exterior y en muchos casos congelados o impedidos o con miedo por parte de “sus propietarios” de movilizarlos, debido a la vigilancia internacional sobre lavado de activos. Con el agravante de que el régimen chavista, con Chávez y luego con Maduro, colocó a Venezuela en la condición de Estado fallido y delincuente, lo cual a su vez conllevó a sanciones internacionales contra lo más representativo de sus funcionarios civiles y militares. Ni siquiera previeron el riesgo de que marginándose de la comunidad internacional ya no podrían hacer uso del expolio con plena libertad, y muchos de los recursos están allí, en cuentas bancarias. Así, por carambola, terminaron favoreciendo a la banca internacional y al imperio de los que tanto han denigrado, y a costa del desangramiento del país. Pero también es verdad que los activistas de la corrupción no tenían incentivos de incursionar en “negocios reales” en tanto, por un lado, las divisas estaban al alcance de la mano; por el otro, no podían estar seguros de su propia permanencia, pues la purga de los círculos de poder era un riesgo cierto, y, por último, ignoraban a ciencia cierta cuál sería el destino final de la propiedad privada en el entendido de que Chávez no se cansaba de repetir que quizá en el tiempo desaparecería o que de seguir existiendo tendría que estar subordinada completamente al dictamen del caudillo. De modo que el dinero se destinaba más al disfrute inmediato. Y personajes como Diego Salazar, el primo del exZar de PDVSA, Rafael Ramírez, y Alejandro Andrade, extesorero nacional, protegido de Chávez, constituyen el ejemplo puntal de la acumulación y de la voluptuosidad y los gastos sin medida. Ya en 2015, el presidente del partido Copei, Roberto Enríquez, le asignaba a Salazar una fortuna de 4.000 millones de dólares, y apuntaba que, según datos recabados en el Banco Mundial y en el Fondo Monetario Internacional, los venezolanos poseían en cuentas en el exterior alrededor de 450.000 millones de dólares, de los cuales 350.000 millones no tenían un origen claro. De estos 350.000 millones a los 300.000 millones de dólares de Giordani y Navarro no es mucha la diferencia. Cuadran las cifras. Y cuadran por todo lo que ha dicho después el fiscal de Maduro, Tarek William Saab, de Diego Salazar y Ramírez, el uno investigado y detenido en Caracas, y el otro, refugiado en un lugar del que no quiere que figure en el mapa ni en el radar. En fin. Lo dice un expresidente de Gobierno de un país europeo. El chavismo, tan adicto a expropiar, terminó expropiando a Venezuela. Este dirigente político tiene otro cálculo. Hay más de 400.000 millones de dólares en cuentas y activos en el exterior.