Pedro Benítez (ALN).- La historia de todas las dictaduras, de izquierda y derecha, y de los regímenes autocráticos que han caído, indica que han cometido un error y alguien ha sabido capitalizar ese error. En la política, como en la economía, no existen los milagros. Existen las estrategias y las políticas acertadas en el momento adecuado.
La caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, en 1958, se empezó a gestar cuando decidió saltarse su propia Constitución. El dictador no salió por elecciones, salió porque se negó a ir a las elecciones de 1957 que su propia Constitución contemplaba. Justo en el momento cuando su régimen lucía invulnerable y monolítico, decidió montar una farsa electoral que nadie se creyó.
Pero esa historia tiene otra parte: la estrategia de la por entonces dispersa, perseguida e impotente oposición venezolana, que no podía organizar un mitin en la calle, ni tenía acceso a la radio, a la televisión ni a los periódicos de la época, y, por supuesto, ni soñar con las ventajas que las redes sociales nos permiten hoy. Los instrumentos de aquella gente eran los multígrafos, repartir papelitos y pintar algunas paredes.
La dictadura de Marcos Pérez Jiménez se derrumbó porque cometió un error y la oposición dio con la estrategia acertada para capitalizar ese error
Los dirigentes de la resistencia clandestina, principalmente del partido Acción Democrática, llegaron a la conclusión de que se habían equivocado en su estrategia al atacar a toda la institución militar. Si bien aquel era un régimen instaurado por militares y sostenido por militares, lo cierto era que en él no tomaban parte todos los militares, ni siquiera la mayoría.
Hasta ese momento la oposición había comprado el discurso según el cual el de Pérez Jiménez era el gobierno de las Fuerzas Armadas. Cuando en realidad aquel era el gobierno de una persona que tomaba todas las decisiones sin consultar a nadie, sostenido por la complicidad de la cúpula militar y la colaboración de algunos civiles.
Así que la oposición, con los escasísimos recursos materiales de los que disponía, decidió enfocar sus ataques en solo tres personas: Pérez Jiménez, que era el Presidente; Laureano Vallenilla Planchart, ministro del Interior; y Pedro Estrada, jefe de la Seguridad Nacional, policía política del régimen. Se buscaba aislarlos del resto de la estructura de poder, porque nadie gobierna solo, siempre hay gente que lo sostiene.
Cuentan los actores de la época que aún sobreviven, que cuando se dedicaron a acercarse a los oficiales del Ejército “descubrieron” que a ellos también los perseguía y hostigaba la Seguridad Nacional, así que aplicaron aquel principio leninista de agudizar las contradicciones del contrario.
Por otro lado, los mismos partidos políticos que cinco años antes habían participado (o llamado a votar desde la clandestinidad) en la elección de la Asamblea Constituyente de 1952 (elección que al final Pérez Jiménez se robó), decidieron boicotear la consulta plebiscitaria de 1957, no prevista en la Constitución del dictador y que resultó ser a todas luces una farsa grotesca. Esa fue la gota que derramó el vaso y de la cual se agarraron.
El error del dictador y la estrategia de la oposición
Pérez Jiménez no cayó por la crisis económica de ese año, aunque es probable que la circunstancia ayudara; tampoco porque su principal apoyo internacional, la Administración norteamericana de Dwight D. Eisenhower, le retirara el apoyo, todo lo contrario. Se derrumbó porque cometió un error y la oposición dio con la estrategia acertada para capitalizar ese error.
Esa es más o menos la historia de todas las dictaduras (de izquierda o derecha) o de los regímenes autocráticos que han caído. Un error y alguien que ha sabido capitalizarlo.
¿La lección? En la política, como en la economía, no existen los milagros. Existen las estrategias y las políticas acertadas, y por supuesto mucho, mucho esfuerzo.
En la política, como en la economía, no existen los milagros. Existen las estrategias y las políticas acertadas, y por supuesto mucho, mucho esfuerzo
Desde 1945, por lo menos, el fundador de Acción Democrática y padre de la democracia venezolana Rómulo Betancourt tuvo una política hacia el mundo militar. Hoy sabemos que probablemente fue el único político civil (comprometido con la democracia) que nunca descuidó ese frente. Los comunistas y la extrema izquierda copiaron a partir de 1957 la misma estrategia para su propia política y hoy sabemos que nunca la abandonaron. Allí están las raíces de los dos golpes militares que ocurrieron en Venezuela en 1992, tal como lo señalan los libros de los escritores Thays Peñalver y Alberto Garrido, entre otros.
Aun cuando se suele decir que la historia “nunca se repite”, el amable lector coincidirá en la pertinencia de plantearse hoy la siguiente pregunta: ¿Cuál es la política de la oposición venezolana hacia los militares?
En los días previos a su reciente fallecimiento el histórico líder de izquierda venezolano, opositor a todas las dictaduras, Pompeyo Márquez, no dejaba de repetir: “Los militares están fracturados, hay que apuntar allí”. Por algo lo diría.