Pedro Benítez (ALN / KonZapata).- Cerrar la posibilidad de un cambio pacífico y electoral del poder político ya es lo suficientemente grave para cualquier país, pues a los opositores, disidentes y descontentos solo les queda el camino de la violencia. Pero la historia demuestra que en esos casos los disconformes más peligrosos para el poder constituido no son los que están del otro lado de la acera, sino dentro del régimen.
En 1968, por primera vez en Venezuela, un jefe de Estado, el socialdemócrata Raúl Leoni, entregó pacíficamente el poder a un dirigente que venía de la oposición, Rafael Caldera, democristiano, de acuerdo a las reglas democráticas previamente establecidas. Para la accidentada historia nacional aquel fue un paso enorme. Se demostró que se podía cambiar de gobernantes sin disparar un tiro, sin violencia.
Eso es, precisamente, lo que el actual presidente, Nicolás Maduro, se propone destruir con su propuesta de Asamblea Constituyente.
En un país tan importante como México, un traspaso pacífico del poder de un partido a otro no ocurrió hasta el año 2000. En Brasil apenas sucedió dos veces, en 1960 y en 2002. En Argentina hay que remontarse a 1989, cuando Raúl Alfonsín adelantó el traspaso del poder a Carlos Menem en medio de un caos económico, y esa fue la primera ocasión desde 1928 en que en esa nación un mandatario civil le entregó el mando a otro presidente civil. En los tres casos citados, de por medio quedaron décadas de golpes de Estado, guerras civiles, dictaduras militares y mucha violencia.
Si Maduro consigue consolidarse, el mal ejemplo va a cundir por todo el continente. Ya hay varios candidatos dispuestos a imitarlo
La propuesta de Asamblea Nacional Constituyente por parte de Nicolás Maduro está haciendo retroceder a América Latina a la época en la cual la oposición tenía vetado el acceso al poder por la vía pacífica. Solo podía conspirar. Esa es historia conocida y nunca ha terminado bien.
Si Maduro consigue consolidarse, el mal ejemplo va a cundir por todo el continente. Ya hay varios candidatos dispuestos a imitarlo. Basta con revisar la lista de países que le han dado su apoyo en la votación de la Organización de Estados Americanos (OEA) que tuvo lugar este lunes. Empezando por Nicaragua (que bastante ha avanzado en ese propósito), un nuevo tipo de autoritarismo se estará consolidando en la región, de modo que a la vuelta de pocos años vamos a tener no uno sino varios conflictos como el venezolano.
Pero si por el contrario ocurre lo que la mayoría ve venir (y teme), una escalada de la violencia terminará en un quiebre del poder de Maduro antes o después de la “elección” de su Constituyente.
Por supuesto que hay casos conocidos de dictaduras o regímenes autocráticos que se han extendido en el tiempo por razones geopolíticas (Cuba) o por exhibir algo de crecimiento económico y estabilidad (México durante el dominio del PRI, Brasil entre 1964 y 1985, y el Chile de Augusto Pinochet).
Sin embargo, Venezuela es todo lo contrario a un ambiente de estabilidad. La mezcla de catástrofe económica con represión política es mortalmente explosiva. Si el chavismo fuera un caso de éxito económico tal vez otro gallo cantaría. Sin lugar a dudas, Maduro juega con su suerte.
Sin legitimidad
Su Presidencia se va a quedar sin ningún rastro de legitimidad. Por más que Venezolana de Televisión (VTV), la red de medios públicos y sus voceros aseguren que todo es constitucional y democrático, lo cierto es que suena tan poco creíble como que la Constituyente es garantía de paz.
Si en Venezuela la legitimidad de origen (no hablemos ya del desempeño) no es de quien tenga más votos, sino de quien tenga más lealtades en la Constituyente o en la Fuerza Armada Nacional, podemos adivinar entonces lo que va a ocurrir. Las conspiraciones contra Maduro desde dentro del sector civil y militar del chavismo que todavía lo apoya no van a parar. Es más, probablemente ya comenzaron.
Tu peor enemigo no lo tienes al frente, lo tienes a tu lado.