Pedro Benítez (ALN).- El destape de sucesivas tramas de corrupción se ha transformado en una hecatombe que está barriendo a toda la clase política de Brasil, desde Lula da Silva, el expresidente más popular, hasta el presidente en ejercicio más impopular desde la restauración de la democracia, Michel Temer.
El expresidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” da Silva, ha terminado siendo el emblema de los acontecimientos políticos más trascendentales de la historia reciente de ese país: la consolidación del proceso democrático en 2002 y ahora la campaña contra la corrupción emprendida por los tribunales de justicia de ese país.
Con su victoria electoral de 2002 y el consiguiente ascenso a la presidencia del gigante del sur, Lula completó el proceso redemocratizador que se inició con la salida de los militares del poder en 1985. En las sucesivas elecciones presidenciales de 1989, 1994 y 1998 el sistema político, mediático y empresarial de Brasil se movió para evitar (muy en los límites de las reglas democráticas) que Lula llegará al poder. Reforma agraria, suspensión del pago de la deuda externa, nacionalización de la banca y restricciones a las inversiones extranjeras eran parte del coctel de ofertas que espantaban a los empresarios y a la clase media.
Lula fue el hombre de Estado más reconocido mundialmente en la primera década del siglo, pero ahora su reputación ha quedado manchada
Por esto existía el razonable temor de que una victoria del exsindicalista y líder del Partido de los Trabajadores (PT) desestabilizara toda la frágil democracia brasileña, repitiendo la crisis política que en 1964 llevó a los militares al poder.
Pero haciendo gala de pragmatismo y talento político, Lula moderó su lenguaje, aprendió a pactar con los adversarios, a tranquilizar a los factores de poder y a ganarse el voto de todos los sectores sociales del país.
Completó su faena con dos mandatos presidenciales considerados nacional e internacionalmente exitosos: 30 millones de brasileños salieron de la pobreza en sus ocho años de gobierno con una economía privada boyante. Lula fue el hombre de Estado más reconocido mundialmente en la primera década del siglo.
La justicia brasileña contra la popularidad y el poder
Sin embargo, hoy no es un acusado, ni se puede hablar de presunciones. El expresidente brasileño ha sido condenado por corrupción, aunque todavía la sentencia debe ser confirmada en segunda instancia. Si bien cabe la posibilidad de que sea absuelto y quede habilitado para competir en las presidenciales de 2018, ya nada será como antes. La biografía de Lula ha quedado manchada y, lo que es más grave, ha quedado demostrado que su partido está tan corrompido como los que dice adversar y no es parte de la solución sino del problema. Las acusaciones y sospechas por corrupción lo perseguirán el resto de sus días.
Lula no es el político más corrupto de Brasil. Es el más emblemático. Él representa la etapa presente, donde hay una reacción de la sociedad contra todo el esquema de patrimonialismo corrupto que ha dominado la vida de ese país desde que Juan I de Braganza trasladara la capital del imperio portugués de Lisboa a Río de Janeiro en 1808.
Si esa interpretación es correcta, lo siguiente que veremos es la caída de Michel Temer. De no ser así, la sombra de la duda caerá sobre la justicia que condena a Lula da Silva y sus partidarios lo verán como otra persecución política destinada a cerrarle el retorno al poder. Puede ser que la condena contra Lula haga inevitable la caída de Temer.
El establecimiento político de Brasil se desmorona
Por supuesto que en todo esto hay un componente de lucha política. Los adversarios del PT desean sacar a Lula de la competencia electoral de 2018, y por otra parte, los diputados que son afines a éste ahora van a votar (con un incentivo adicional) contra Temer en la Cámara de Diputados en la causa de corrupción que el mandatario tiene abierta. Absolver a Temer, cuya falta luce más evidente que las de Lula, sería un escándalo de opinión pública inmanejable. La justicia debe ser igual para todos, o al menos aparentarlo.
Por consiguiente, todo esto desbarata cierto intento de la clase política por llegar a un arreglo que detuviera la operación Lava Jato. En Brasil ocurre un cambio de época y de protagonistas. El juicio final contra Lula lo hará la historia.