Daniel Gómez (ALN).- Carolina Herrera era una desconocida cuando el artista pop la retrató a cambio de un bolso de diamantes. Poco después, se convirtió en la modista más influyente del planeta. Su firma está presente en 37 países y España es su mercado principal con 21 tiendas exclusivas.
Carolina Herrera era asidua del Studio 54, una discoteca neoyorquina empapada de extravagancia en la que cocaína, desnudos y celebridades formaron una orgía de la que surgió la esencia más pura del arte pop. Allí la modista se hizo amiga de Andy Warhol, dejando para la historia una anécdota millonaria.
Warhol, empeñado en un bolso de diamantes que portaba la venezolana, se ofreció a retratarla… solo si a cambio obtenía tan preciada prenda. Ella accedió. Y en aquel momento nació el cuadro que hoy está valorado en más de un millón de euros (1,07 millones de dólares).
El lienzo, pintado en 1979, bien podría ser actual. Herrera se conserva casi igual que entonces, como si el tiempo hubiera llevado otra cadencia con ella. Escasas arrugas surcan una piel que se mantiene lisa y nívea. Entre las pocas coqueterías que se regala está la de pintarse los labios con carmín. Lo hacía con 40 años y lo sigue haciendo ahora con 78, quizá recordando al fallecido amigo que la retrató.
Warhol fue uno de los inspiradores del arte pop. Tras convertir una lata en arte, hizo lo propio con Herrera, que entonces trabajaba en relaciones públicas y frecuentaba sus ambientes. Herrera es, además, la única celebridad latinoamericana viva en su galería de retratos.
La modista expone la ilustración de Andy Warhol en el despacho de la Séptima Avenida de Nueva York, donde la firma tiene una sede. Bajo él aparecen fotografías de sus hijas, nietos y marido. Cerca, libros de los artistas Salvador Dalí, Gustav Klimt, Henri Matisse y el fotógrafo Helmut Newton. Todos ellos, desde el cuadro hasta los álbumes, ejercen de fuentes de inspiración para dar movimiento a las plumas y estilógrafos que presiden su mesa de trabajo.
El bostezo que cambió la vida de Herrera
Herrera entró a la moda por pasión y no por negocio, en uno de esos ataques de aburrimiento tan sintomáticos de la crisis de los cuarenta. La editora de la revista Vogue y también amiga, Diana Vreeland, fue quien la animó. Había detectado en ella la elegancia. Una elegancia entendida como “medio de expresión que se tiene cuando luces modales elegantes, movimientos elegantes y pensamientos elegantes”, como la propia Herrera definió en declaraciones a La Nación de Buenos Aires.
Vreeland tuvo buen ojo, porque el primer desfile de la venezolana, celebrado en 1981, fue un éxito. El Metropolitan Club de Nueva York estaba repleto de los personajes más influyentes del momento. Al son del jazz de Cole Porter, su colección personal fluía por la pasarela cautivando a los allí presentes. No a la prensa del momento, crítica con la diseñadora. Pese a ello, la aceptación del público le valió para lanzar su firma.
Para esta nueva aventura, Herrera cambió Caracas por Nueva York. A partir de entonces, La Gran Manzana dejó de ser un infinito centro de ocio para convertirse en un escaparate donde promocionarse. La diseñadora tuvo la suerte de partir con ventaja. Su segundo marido, Reinaldo Herrera, un apuesto marqués venezolano y editor de Vanity Fair America, presumía de tener una agenda repleta de influyentes contactos dentro del mundo de la moda. Él fue quien la acercó, entre otros, a Andy Warhol.
Modista de los Kennedy
En el abanico de amistades de Carolina Herrera aparece Jacqueline Kennedy Onassis, una figura a la que también accedió gracias a Reinaldo Herrera. La esposa del expresidente John F. Kennedy hizo buenas migas con la diseñadora. Tanto es así, que lució varios vestidos como primera dama y contribuyó, de manera indirecta, a la creación de la línea de novias.
Cuando su hija Carolina Kennedy iba a casarse, Jackie las juntó para que diseñaran el vestido de su gran día: blanco, con manga corta y flores estampadas en relieve. Según la prensa de la época, fue todo un ejemplo de buen gusto. Un año más tarde, en 1987, Herrera se animó a lanzar una colección exclusiva para novias.
Contar desde el principio con un maniquí como Jackie Kennedy o a un aval apellidado Vreeland eran solo augurios de buenas noticias. Quizá, lo más sorprendente sea que el salto de Herrera al mundo de la moda no llegó hasta los 42 años, pese a que ha sido una pasión que le ha acompañado durante toda su vida.
Carolina Herrera se conserva igual que cuando Warhol la retrató en 1979 a cambio de un bolso de diamantes
Ella provenía de una familia de políticos. De hecho, su padre, Guillermo Pacanins, fue gobernador de Caracas en los años 50. Desde niña, María Carolina Pacanins Niño, así se llamaba entonces, siempre estuvo presente en los círculos más elitistas de Venezuela. Allí “acostumbró el ojo a la belleza”. Y allí tuvo acceso al conocido editor venezolano Armando de Armas, propietario del Grupo Dearmas, quien catapultó su ascenso a Nueva York.
El primer contacto real que tuvo con la moda se remonta a 1953. A los 13 años viajó con su abuela a París para disfrutar del desfile de uno de los diseñadores más transcendentes del siglo XX, el español Cristóbal Balenciaga. No obstante, todo esto era un hobby. A los 18 años se casó con el terrateniente Guillermo Behrens Tello. No hubo tiempo para la moda, solo para las ocupaciones propias de un ama de casa de la alta sociedad.
Organizaba las reuniones y fiestas que su marido mantenía con políticos y empresarios, se hacía cargo de la educación de Mercedes y Ana Luisa, hijas de este primer matrimonio, y en sus ratos libres, devoraba libros.
Cuando se divorció de Behrens Tello, empezó una nueva vida en la que la moda sí sería la protagonista. Su primer trabajo relacionado con el mundillo fue en relaciones públicas de la firma de Emilio Pucci. Alternaba estancias en Caracas y Nueva York para asistir a los eventos donde la requerían. Fue ahí donde conoció a su actual marido, el ya mencionado Reinaldo Herrera.
Herrera tenía nombre. Sobre todo por donde vivía. La Hacienda de la Vega, una casa al oeste de Carcas, marcada por sus grandes fincas. De hecho, cuando en Caracas no había hoteles, propiedades familiares daban cobijo a los presidentes y dignatarios que visitaban el país. La Hacienda, en cambio, no era de los Herrera sino de los Völlner, una familia de empresarios a la que corresponde la formación del Grupo Mercantil. Los Herrera ni siquiera les pagaban. Sólo la disfrutaban.
Esto engrandence aún más el triunfo del matrimonio Herrera en Nueva York. Fue una historia de superación. Sin privilegios. Se hicieron a sí mismos en la gran capital. Y lo cierto es que una complicidad fundada en la infancia y coronada por la moda, han hecho del matrimonio un enlace indestructible cuyo resultado son las dos últimas hijas de la modista: Patricia y Adriana Carolina.
Esta última se presenta como la heredera de la firma. Al igual que la madre, emana elegancia con un estilo sobrio y refinado. Carolina Jr., como también es conocida, ya ocupa un puesto dentro de la empresa como responsable de la sección de fragancias. Sin embargo, la moda no es para ella una prioridad. Sí lo es el arte. Aun así, todos coinciden en que el testigo será para Adriana Carolina.
No solo diseñadora, también empresaria
Herrera, que en su vida ha cosido un botón, triunfa como modista porque ha llevado con soltura el traje de empresaria. No solo cautiva a celebridades como Jackie Onassis, Michelle Obama, Penélope Cruz o Letizia Ortiz. Atiende también a un público menos limitado gracias a una diversificada oferta: trajes para mujeres pudientes, una línea de accesorios asequibles para personas de clase media, ropa para niños, y colonias femeninas, masculinas y unisex.
A esto se le suma el abanico de tiendas que alberga la firma, algunas ubicadas en emplazamientos de referencia como la Avenida Madison de Nueva York -donde abrió su primera boutique en el año 2000- o la madrileña Calle Serrano.
Herrera trabaja desde 1988 con Puig, la distribuidora española que creó, comercializó y colocó la gama de perfumes en más de 25.000 espacios de todo el continente. La firma también pertenece a la Sociedad Textil Lonia, un conglomerado empresarial que aspira a acercarse a los vecinos gallegos de Inditex. En 2015 experimentaron un crecimiento del 8,2%. Un beneficio de 372 millones de euros (alrededor de 399 millones de dólares) del que se lucra CH, marca de comercio de la firma que se erige como emblema del grupo textil.
Lonia distribuye Carolina Herrera por 37 países del globo. España es su mercado principal con 21 tiendas exclusivas y más de 170 puntos de venta en centros comerciales y portales web. A la cola están otros lugares como Estados Unidos, Colombia, Brasil o Emiratos Árabes, donde también comercializan con potencia.
Lo que no recoge la Sociedad Lonia son diseños de alta costura. Eso es exclusivo de Carolina Herrera. Las prendas de este estatus solo están a disposición de millonarias que pueden permitírselo o modelos que por un día tuvieron la suerte de desfilar en un evento de la diseñadora. Sumando todos los registros, según un reportaje de El País Semanal, “la diseñadora más famosa del plantea” factura más de 1.000 millones de euros (1.073 millones de dólares).
El último proyecto de la venezolana es el libro que conmemora su periplo en la moda. Carolina Herrera, 35 years of fashion, lanzado en otoño de 2016, dibuja la magnitud que ha tomado un apellido que en 1981 cautivó a la élite neoyorquina en el Metropolitan Club.
Herrera, quien por ahora no maneja una fecha de retirada, aguarda con paciencia el reto de vestir a la nueva primera dama estadounidense, Melania Trump, como ya hizo con Jackie Kennedy, Hillary Clinton, Laura Bush o Michelle Obama. En una entrevista para El País declaró que Trump debía ser vestida por una diseñadora local.
El mensaje tiene su chispa. Herrera reniega del Gobierno de Venezuela desde que el chavismo allí es doctrina. Las únicas salidas de tono que se le recuerdan son a propósito del tema. La primera fue en 2014, en la fiesta posterior a la entrega de los Oscar. Allí apuntó que “el país está en manos de un dictador comunista”.
Un año más tarde, mientras recogía el premio Telva de la moda, registró su segunda y última protesta en contra del gobierno de Maduro. Un disonante “¡Viva Venezuela libre!” se coló al final del discurso de agradecimiento en el Teatro Real de Madrid, para sorpresa y aplausos de los allí presentes.
Salidas de tono que van en contra de su protocolario modus operandi, pero que evidencian a una empresaria que dice ser estadounidense y no venezolana: “Me encanta Caracas, me encanta Venezuela, pero qué le voy a hacer, siempre he trabajado en Nueva York”. No es que Herrera renuncie a sus raíces. Ella defiende que se hizo modista en Estados Unidos y por eso ahora se atribuye el derecho de vestir a la primera dama.