Pedro Benítez (ALN).- Como consecuencia de la inexperiencia política y la ansiedad, tanto el presidente argentino Javier Milei, como su ministro de Economía Luis Caputo, han cometido varios errores no forzados en sus relaciones con el Congreso.
Convencido de que es “ahora o nunca”, el controversial mandatario libertario optó en las primeras de cambio por confrontar al parlamento argumentando que va a exponer a “la casta” y a quienes se opongan a sus reformas económicas. Una estrategia muy arriesgada, que raya en el suicidio, si se toma en cuenta que los representantes de su partido, La Libertad Avanza, son apenas 39 de los 257 diputados de la Cámara, 7 de 72 senadores y no cuenta con ningún gobernador aliado en las provincias.
Sin los votos necesarios en el legislativo para aprobar la ley ómnibus, su primer gran proyecto reformista, Caputo advirtió hace unos días a los gobernadores que habría recortes de partidas para las provincias si no la apoyan. Los emplazados se tomaron esto como una amenaza que, además, cayó muy mal, incluso, en ese sector de la opinión pública que ha sido más favorable al nuevo gobierno.
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La suerte sigue del lado de Milei
En Argentina la lealtad de los parlamentarios es primero con los jefes políticos de sus provincias, que para los partidos nacionales. Razón por la cual, los gobernadores tienen un gran poder. Enfrentarse con ellos y con el Congreso a la vez no luce como una idea prudente.
Sin embargo, la suerte sigue del lado de Milei. La Confederación General del Trabajo (CGT), la principal central sindical de ese país, y un sector grueso del kirchnerismo, han venido darle un invalorable apoyo (no intencionado).
El paro nacional convocado este miércoles 25 contra el mega decreto de reformas mileistas no paralizó el país, y la movilización hacia la Plaza del Congreso en el centro de Buenos Aires no resultó tan multitudinaria como esperan sus organizadores (80 mil asistentes según el reporte policial). Lo que más destacó fueron los enfrentamientos entre las figuras emblemáticas del sindicalismo por la herencia del gobierno de ex presidente Alberto Fernández y el contenido amenazante de las expresiones proferidas por Hugo Moyano, cuestionado dirigente peronista del sector de los camioneros, en contra del ministro de Economía, que reafirmaron la convicción de muchos argentinos según la cual entre los dirigentes sindicales no priva el interés por defender a los trabajadores, sino que, por el contrario, son parte del problema nacional.
Tampoco fue de ayuda la presencia de figuras emblemáticas del kirchnerismo a quienes el público asocia, con toda razón, con la actual crisis. Resulta muy difícil explicar, por decir lo menos, que la CGT organice una huelga general contra un gobierno que apenas lleva seis semanas de andadura, cuando no hizo lo mismo en los cuatro años anteriores.
Su aprobación
La impresión es que Milei salió más bien reforzado en su primera pulseada con el sindicalismo. Lo cierto del caso es que la mayoría de los argentinos sigue dispuesta a darle el beneficio de la duda.
La encuesta de la Universidad de San Andrés, la que peor evalúa el gobierno del controversial mandatario, le otorga el 48% de aprobación entre los consultados. No obstante, según ese estudio sigue siendo la personalidad política con mejor imagen del país, seguido por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, el gobernador de la provincia de Córdoba Juan Schiaretti y la vicepresidente Victoria Villarruel. Sólo después figuran el gobernador kirchnerista de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof y el ex presidente Mauricio Macri.
Otras dos encuestas nacionales lo colocan en una posición más favorable. Según Poliarquía el 63% aprueba el gobierno de Milei, mientras que el sondeo de la consultora Opinaia lleva esa cifra a 71%. Al parecer la luna de miel no se ha acabado. Eso sí, esas encuestas coinciden en afirmar que el apoyo a los audaces proyectos de ley de Milei son la mitad de ese respaldo; una probable consecuencia de su ausencia de pericia para venderlo al público.
Sin embargo, parece claro que el ambiente de opinión pública en Argentina no está para huelgas y movilizaciones como si se tratara de un presidente con el sol a la espalda.
Además, hay otro dato que puede resultar revelador de la realidad actual de esa nación austral: hoy el 60% de los trabajadores son informales y por tanto no están afiliados a ninguna organización sindical. Otro de los legados del kirchnerismo que se dedicó a organizar y clientelizar (sic) a los desempleados como parte de su estructura de poder. Juan Domingo Perón se alió con los sindicatos dictando beneficios a sus afiliados, mientras Néstor Kirchner se ganó a los piqueteros repartiendo planes sociales. Estos planes dependen directamente del Ejecutivo que hoy encabeza Milei. En consecuencia, el sindicalismo argentino no tiene la capacidad de convocatoria de otras épocas.
¿Por qué convocar en estos momentos un paro?
Como nada de lo anterior es un secreto, cabe hacerse una pregunta: ¿Por qué convocar en estos momentos un paro contra un gobierno recién inaugurado? A veces los dirigentes se creen su propio discurso o terminan siendo prisioneros del mismo. El sector de la actual oposición argentina más identificado con el kirchnerismo actúa bajo el convencimiento de que Milei es Hitler y Argentina la Alemania de 1933. Por supuesto que aquí se mezclan el cinismo oportunista de quienes ven amenazados sus privilegiadas conexiones con el Estado, con aquellos que, persuadidos en el dogmatismo ideológico, les parece inaceptable que gobierne alguien que abiertamente cuestione valores sociales y económicos que daban como intocables.
Pero resulta que no toda la oposición argentina a Milei ve las cosas de la misma manera. El bloque de parlamentarios del PRO, la Unión Cívica Radical y el peronismo federal (antikirchnerista), sin dejar de criticar sus audaces proyectos reformistas, se ha abierto a la negociación. Sin ellos, el gobierno argentino no tiene la más remota posibilidad de conseguir aprobación legislativa alguna. Así que, pese a sus reiteradas afirmaciones de que sus propuestas no son negociables, en la práctica la ley ómnibus que introdujo Milei ha sufrido más de 100 modificaciones. Seguridad, retenciones a las exportaciones, control de manifestaciones y reformas electorales han sido modificadas o sencillamente retiradas.
Todavía no queda claro si es parte de una estrategia la de confrontar con el Congreso, aprovechando el respaldo popular, para después transar, o si se trata del proceso de aprendizaje democrático de quien por primera vez ejerce un cargo ejecutivo de elección popular.
Lo cierto del caso es que el grueso de la oposición parlamentaria no quiere quedar retratada con unos dirigentes kirchneristas desprestigiados por los injustificados estilos de vida de sus dirigentes y a quien la mayoría de los argentinos señala como responsables de la actual situación económica; pero que a la vez se resiste a ser incondicional de Milei. Y sin ellos, el presidente libertario fracasará.
La aversión mutua al kirchnerismo los ha hecho compañeros de cama.