Pedro Benítez (ALN).- En las horas y días que siguieron a la caída del régimen de Marcos Pérez Jiménez en la madrugada del 23 de enero de 1958, una interrogante que de manera constante se formulaba la opinión pública venezolana de la época era si la Junta de Gobierno que, con el respaldo de las Fuerzas Armadas, había tomado el comando del país, permitiría el restablecimiento de la democracia.
Algún testimonio de la época recuerda el comentario que se le escuchó al por entonces coronel de la Aviación Antonio Briceño Linares, quien habría dicho que ellos, los militares, respaldarían el restablecimiento de las libertades públicas, la realización de elecciones libres y el retorno de los exiliados, pero que no permitirían regresar jamás al poder a Rómulo Betancourt.
Cierta o no, la anécdota es verosímil porque refleja bastante bien el ambiente de aquellos días. Durante la década del gobierno militar (1948-1958) Betancourt fue objeto de una sistemática campaña de demonización en los cuarteles. Se le responsabilizaba por el golpe de Estado contra Rómulo Gallegos, de haber intentado instaurar una dictadura de partido durante el Trienio (1945-1948), de ser en realidad un comunista “encapillado” y de pretender disolver las Fuerzas Armadas para reemplazarlas por milicias populares. El que crea que estamos en la época de los bulos y las noticias falsas se equivoca. Al parecer es un hábito tan antiguo como la humanidad misma.
Además, había un señalamiento que despertaba preocupación: era un hombre que venía con ánimo de retaliación luego de una década de persecución y exilio contra su partido. Esto venía a abonar la opinión generalizada entre los sectores socialmente más conservadores, la Iglesia y de los empresarios para quienes el líder guatireño era casi la encarnación del mal. En resumidas cuentas era la bestia negra. Razón por la cual muchos pensaban (incluido dentro de la propia Acción Democrática) que él era la persona menos indicada para asumir el mando del nuevo gobierno que surgiría de los comicios democráticos que se convocaron para ese año.
Una victoria contra todo pronóstico
Si tomamos en cuenta que la institución armada era la columna vertebral del Estado nación venezolano, es fácil concluir que jamás permitirían que aquel personaje ascendiera a la Presidencia y fuera su comandante en jefe. La sola posibilidad se interpretaba como una provocación.
Pues bien, como sabemos, Betancourt ganó contra todo pronóstico las elecciones de diciembre de aquel año; contra todo pronóstico juró como nuevo presidente; y contra todo pronóstico terminó su mandato constitucional, siendo el primer presidente electo democráticamente en Venezuela que le entregó a otro presidente electo en los mismos términos.
Y aquel coronel, que ese mismo año de 1958 fue designado comandante de su Fuerza, con el rango de general sería escogido por Betancourt como ministro de la Defensa, responsabilidad que ejercería desde enero de 1961 y hasta el final de ese gobierno. Desde ese cargo demostraría una lealtad absoluta a la institucionalidad democrática y fue un apoyo eficaz para un presidente que vio pasar una sucesión de intentos golpistas, rumores de golpes, así como el inició de la lucha armada patrocinada desde la Cuba castrista. Su compromiso fue del tal grado que en la propaganda de la izquierda insurrecta se llegó hacer referencia al gobierno Betancourt/Briceño Linares, como si de una bicefalia se tratase.
El caso de Betancourt no es único en la región
Por supuesto, el Betancourt no fue un caso único en la accidentada historia latinoamericana. Otros líderes políticos fueron objeto del veto del poder militar que por diversos motivos los veían como una amenaza (real o supuesta); desde Víctor Raúl Haya de la Torre a Juan Domingo Perón. Pero, en su caso en particular, el ex presidente venezolano tuvo la habilidad de ganarse la confianza de unos profesionales que siempre admiran a “quien sabe mandar”.
Tal y como lo recordaría Briceño Linares años después, su primera decisión como presidente electo fue la de ratificar a todos los miembros del Alto Mando del gobierno anterior, incluido al comandante general de la Armada, vicealmirante Carlos Larrazábal Ugueto, hermano del oficial que le había dando el puntillazo final a Pérez Jiménez, el héroe del aquel convulso 1958 y, a quien, de paso, Betancourt acababa de derrotar en las elecciones.
Por supuesto, el proceso fue más complicado y accidentado de lo que se puede explicar en este espacio. Sin dejarse amilanar y venciendo con mucho tacto la oposición a su aspiración logró finalmente ser elegido presidente. Durante esa corta campaña, y como respuesta a los ataques que recibía sobre la amenaza de otro golpe militar ante la eventualidad de la victoria de su candidatura, se acuñó una consigna que galvanizó la imaginación entre sus filas solicitando el apoyo por el color distintivo de su organización: Contra el miedo, vota blanco.
Coger el toro por los cuernos
Una vez elegido, tomó el toro por los cuernos y como presidente electo se dedicó a visitar todas las instalaciones militares que pudo, conociendo personalmente a los oficiales a quienes expresó de manera clara y honesta su política hacia la institución armada: “Yo soy un político y, por tanto, un hombre polémico, un hombre sobre quien se discute con pasión. Ustedes, durante diez años, han sido objeto de una campaña encaminada a desfigurar mi pensamiento, así como el programa de AD. Hoy soy presidente de la república por voluntad mayoritaria del pueblo expresada en las urnas el pasado 7 de diciembre. Sería faltarme el respeto a mí mismo y faltarles a ustedes el respeto pedirles que cambien de opinión sobre Rómulo Betancourt por el simple hecho de que ahora no es un exiliado, sino el presidente constitucional de la república. Yo sólo voy a pedirles que respeten el orden constitucional de la república, que sean guardianes de la Constitución y de la voluntad del pueblo. Por mi parte, les garantizo que durante mi mandato, la Institución Armada no será objeto de ninguna maniobra partidista y que se respetará en todo momento el espíritu y la fisonomía que a la misma conforma, de institución al servicio de la república y no del personalismo”.
Como ya se ha observado, la historia nunca se repite, pero es muy común que rime; a fin de cuentas, la política es el arte de lo posible.