Pedro Benítez (ALN).- Una campaña anticorrupción impulsada desde el más alto poder político da mucha tela que cortar; es lo que se desprende al repasar la historia de la última década de la República Popular China que corresponde al liderazgo supremo de su actual presidente Xi Jinping.
Elegido sucesivamente entre 2012 y 2013 secretario general del Partido Comunista, presidente de la Comisión Militar Central y presidente de ese país, Xi es, tal como lo han repetido medios y analistas insistentemente, el líder que más poder ha acumulado en ese China desde Mao Zedong, fundador del Estado comunista. Y todos coinciden en afirmar que ha sido la corrupción, o más bien la campaña pública contra la misma, la clave que le ha permitido sacar de su camino a potenciales rivales y adversarios permitiéndole controlar totalmente el aparato político del país y haciendo de él una especie de emperador moderno.
La historia tradicional china atribuye a la corrupción como la causa de la caída de varias dinastías del pasado, e incluso se le identifica como la razón del colapso del régimen nacionalista del general Chiang Kai-shek que los comunistas derrotaron en la guerra civil que terminó en 1949.
Varias de las campañas ideológicas de limpieza social y política impulsadas luego desde el gobierno por Mao, incluyendo la dramática Revolución Cultural de la segunda mitad de los años sesenta, tenían entre sus obsesiones erradicar el mal de la corrupción que él asociaba a los restos de elementos capitalistas y tradicionales de la sociedad china.
Combate a «tigres» y «moscas»
Luego, al inicio de las reformas pro mercado de los años ochenta el primer ministro Zhao Ziyang y el secretario general del Partido Hu Yaobang, iniciaron un programa anticorrupción a gran escala, permitiendo las investigaciones de los “príncipes rojos”, hijos de los ancianos de alto rango del régimen que habían crecido protegidos por la influencia de sus padres.
Pero, por lo visto, es un mal difícil de erradicar. El presidente Xi Jinping se ganó reputación de luchador contra la corrupción como gobernador de varias provincias antes de ascender al poder supremo en Pekín. En el décimo octavo Congreso del Partido Comunista de 2012 que lo eligió como secretario general, Xi afirmó que combatir la corrupción era uno de los grandes desafíos del país. La calificó como “serios problemas de disciplina”, uno de esos eufemismos característicos de los gobernantes chinos.
También prometió combatir a “tigres” y “moscas”, refiriéndose a los altos y bajos funcionarios públicos. Para ello aprobó la Regulación de los Ocho Puntos, un conjunto de normas destinadas a frenar el peculado, la malversación y el despilfarro, así como imponer una disciplina más estricta sobre la conducta de los responsables políticos y administrativos.
Entre otras curiosidades dignas de mencionar este reglamento (aún vigente) exige que las reuniones oficiales importantes deben disminuir, ser específicas y estar libres “de palabrería y tonterías”.
La práctica del ahorro
También señala que las visitas de funcionarios a países extranjeros sólo deben organizarse cuando sea absolutamente necesario y con la menor cantidad de miembros acompañantes posibles; cuando los líderes viajan en automóvil dentro del país debe haber menos controles de tráfico para “evitar molestias innecesarias al público”; y los líderes del Partido, así como los funcionarios del Gobierno, deben practicar el ahorro y seguir estrictamente las pautas pertinentes sobre el uso alojamiento y automóviles oficiales.
Esas regulaciones tienen como objetivo disciplinar a los miembros del Partido para acercarlos “a las masas”, combatiendo la cultura del privilegio que ha impregnado la burocracia china.
Otro dato que llama la atención es que bajo Xi Jinping el uso de relojes de alta gama por parte de funcionarios públicos comenzó a ser mal visto.
Da la impresión que si desde este lado del mundo un grupo gobernante se intentara aplicar a sí mismo ese tipo de normas de conducta se autodestruirá.
Decenas de despidos en China
En el caso chino en los primeros cinco años de Xi como gobernante, 35 miembros del poderoso Comité Central del Partido Comunista fueron “disciplinados” y más de 170 ministros y viceministros despedidos, e incluso muchos acabaron en la cárcel. A eso hay que agregar, siempre según la versión oficial, a más de 60 generales de alto rango del Ejército que fueron sometidos a investigaciones y despedidos.
El caso que más publicidad recibió por parte del gobierno chino fue el de Zhou Yongkang, ex ministro de Seguridad Pública y uno de los hombres más poderosos del régimen al momento de su defenestración. Ha sido el funcionario de mayor rango, desde la fundación de la República Popular, en ser juzgado y condenado por soborno y abuso de poder. En 2014 lo sentenciaron a él y a miembros de su familia por haber aceptado más de 20 millones de dólares en sobornos. Según la versión oficial, la familia de Zhou ganó miles de millones de dólares en la industria petrolera, y su hijo mayor usó la influencia paterna para extorsionar a varios empresarios ricos de la ciudad de Chongqing. El gobierno chino informó haber incautado activos por valor de 14 mil 500 millones de dólares a sus familiares y asociados.
“Violaciones de la disciplina”
El Partido inició su propia investigación interna por “violaciones de la disciplina” y lo expulsó señalándolo de abusar de su poder en beneficio de su “su familia, amantes y socios”, de cometer “adulterio con múltiples mujeres” y participar en el intercambio de dinero y favores por sexo. Fue el primer alto miembro de la máxima cúpula del poder comunista en ser expulsado desde la caída de la Banda de los Cuatro en 1980. El 5 de diciembre de 2014 los medios anunciaron su arresto para enfrentar un proceso penal.
Por tratarse de un régimen político opaco (después de todo hablamos de una dictadura) en los medios occidentales que cubrieron la historia en su momento quedó la duda de si Zhou cayó por corrupto o por disputas propias del poder.
Como haya sido, la cuestión es que Xi usó el caso para legitimar ante el público su campaña anticorrupción, que en los primeros años de su gobierno prosiguió hasta los niveles inferiores del gigantesco país atacando también a las “moscas”; se reportaron que más de 200.000 funcionarios de bajo rango recibieron advertencias, multas y degradaciones.
Combate y castigo, pilares de una campaña anticorrupción
Para tal fin Xi creó la Comisión Central de Control Disciplinario, Deberes y Responsabilidades del Partido. Una especie de agencia encargada de supervisar la campaña anticorrupción, hacer cumplir la disciplina del Partido, “combatir las malas conductas” y “castigar” a los miembros del Gobierno que cometan delitos.
Sin embargo, en sus palabras de inauguración del décimo noveno Congreso del Partido Comunista (2017) el presidente Xi afirmó que la mayor amenaza al régimen político del país seguía siendo la corrupción. No las potencias occidentales, la crisis económica o el cambio climático. Por lo tanto, su campaña contra ese flagelo sigue en marcha.
Esto nos lleva a una pregunta fundamental para entender ese proceso: ¿Xi ha impulsado su campaña anticorrupción porque le realmente preocupa el tema o porque es parte de su estrategia para perpetuarse en el poder?
Consolidar el poder personal
Lo cierto, es que él ha usado el tema para consolidar su propio personal, purgando a miles de miembros del Partido y del Gobierno, reemplazándolos por cuadros que le son adictos, mientras los mecanismos de censura en China se han refinado.
Eso le permitió modificar en beneficio propio las reglas establecidas por el reformador Deng Xiaoping en los primeros años noventa, según aquellas los altos cargos del Partido y del Gobierno de China sólo podían reelegirse una vez. Esa es la razón por la cual Xi Jinping se ha convertido en el líder chino con más poder desde Mao.
En su 18 de brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx acuñó su célebre frase, “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Veremos quién y cómo alguien intenta seguir el ejemplo del nuevo emperador chino.