Sergio Dahbar (ALN).- La periodista y activista inglesa Rose George indaga en realidades que otros consideran incómodas: el reciclaje de los residuos orgánicos y el negocio de la marina mercante que transporta todo lo que consumimos los seres humanos. Zonas pantanosas para las personas y los negocios.
Hay periodistas que se convierten en referencias ineludibles de una época. A veces por la calidad de sus investigaciones. Otras por la pertinencia de los temas escogidos. Si ambas destrezas se dan la mano, ocurren milagros que se convierten en hitos del oficio.
Es el caso de la inglesa Rose George, mujer delgada, de pelo corto, con dientes de conejo y curiosidad imbatible. Nació en 1969 en Yorkshire. Estudió lenguas modernas en Oxford y se especializó en política internacional en Pensilvania. Ha ejercido el oficio en prestigiosos medios de comunicación, como Colors, Finantial Times, Independent on Sunday, Daily Telegraph y Details, y fue corresponsal de guerra en Kosovo para Condé Nast Traveler.
Dos de sus libros poseen una enorme coherencia para hablar de lo que nadie más se ocupa hoy. La gran necesidad (Turner, 2009) y Noventa por ciento de todo (Capitán Swing, 2014). El primero es sobre el problema que representa el reciclaje de residuos humanos y su salubridad. Y el segundo, sobre el transporte por mar de mercancías que todos usamos, un negocio opaco, abierto a la piratería.
Casi siempre las cifras que ofrece Rose George son aterradoras. La diarrea mata a un niño cada 15 segundos. “En la última década han muerto más niños por diarrea que personas en conflictos armados después de la Segunda Guerra Mundial”.
George se encarga de dar la vuelta al mundo para investigar con elocuencia y acierto narrativo
Un gramo de heces contiene 10 millones de virus, un millón de bacterias, 1.000 quistes parásitos y 100 huevos de lombriz. Las partículas fecales contaminan agua, alimentos, cubiertos, zapatos, y existe un riesgo alto de ingerirlas sin advertirlo.
En 2007 el British Medical Journal hizo una encuesta entre sus lectores para que eligiesen el hito médico de los últimos 200 años: antibióticos, penicilina, anestesia, píldora anticonceptiva. Escogieron la poceta, es decir el saneamiento.
Uno no puede tomar a la ligera algo a lo que le dedica tres años de su vida: un ser humano que tenga baño pasa cerca de 1.000 días haciendo sus necesidades. Los que carecen de salubridad, tratan de pasar el menor tiempo posible en ese asunto. Los residuos orgánicos urbanos siguen siendo tabú.
La gran necesidad debería distribuirse gratis en colegios y comunidades apartadas, porque el efecto de su lectura resulta sin duda movilizador. Es un libro cargado de datos e historias, de personajes que parecen irreales pero que finalmente son de carne y hueso, y también de lecciones, algunas no muy alentadoras. Citando al experto nepalí Panday, George aclara que así como es imposible hablar de sida sin mencionar el sexo, es imposible tratar el saneamiento sin referirse a la mierda. Y ella se encarga de dar la vuelta al mundo para investigar el tema con elocuencia y acierto narrativo.
Aguas oscuras, tierra de nadie
Su otro libro es Noventa por ciento de todo. Para escribirlo George pasó mucho tiempo en el mar, montada en los buques de transporte de contenedores más grandes del mundo. Suerte de edificios acostados, con 12.000 pies de largo, cargan hasta 13.344 cajas rectangulares de metal, de 20 pies, su tamaño promedio de carga.
“Hacer envíos por mar es tan barato”, escribe Rose George, “que tiene más sentido financiero enviar un bacalao escocés hasta China para ser fileteado, regresarlo a Escocia y distribuirlo a los mercados y restaurantes, que pagarles a los fileteadores escoceses”.
“Su libro desnuda una industria repleta de condiciones laborales tortuosas, peligros físicos y costos ambientales. Las empresas navieras se encuentran entre los negocios más ‘opacos’ del mundo. Amparados por un sistema de estandartes de conveniencia comercial, se registran los barcos en países diferentes a los de sus propietarios, para esquivar impuestos, tarifas y regulaciones laborales”, escribe Maya Jasanoff en New York Review of Books.
Las tres flotas mercantes más grandes del mundo son propiedad de Panamá, Liberia y las Islas Marshall, a pesar de que ninguno de esos barcos tiene ni un panameño, ni un liberio, ni un nativo de las Islas Marshall.
George desnuda en su libro una industria repleta de condiciones laborales tortuosas, peligros físicos y costos ambientales
Más de 100 barcos están registrados en Mongolia y Moldavia, a pesar de que ninguno de los dos países roza el mar. Muchas veces un barco es propiedad de un país, manejado por un segundo y alquilado a un tercero, en una “vertiginosa babushka rusa que esconde quién es el dueño”. La actividad criminal es imposible de procesar legalmente.
George se hace una pregunta inquietante: Si a un ciudadano filipino, empleado en un barco con bandera de Liberia, propiedad de Grecia, que navega en aguas internacionales, lo ataca un colega croata, ¿dónde se registran las acusaciones?
Sin teléfono móvil y con escaso acceso a internet en alta mar, las tripulaciones no tienen recursos ni ayuda externa si algo sale mal. En términos legales, altamar es tierra de nadie y la voluntad del capitán es la única ley.
En ambos casos Rose George hunde su curiosidad y denuncia en aguas oscuras. En el caso de los residuos humanos, aclara que el tema del saneamiento necesita un foco que lo ilumine: quitarle la vergüenza al tema y detenerse en su complejidad sin prejuicios. Le preocupa que el ser humano aún no sepa cómo ocuparse de algo que produce su cuerpo, varias veces al día, muchos millones de años después de que empezásemos a producirlo.
En su investigación sobre el transporte de contenedores por aguas del planeta -comercio opaco y muchas veces ilegal-, su sorpresa se detiene en un hecho curioso. La piratería ha convertido el océano Índico en un “área de alto riesgo”. Barcos que atraviesan estos destinos adoptan medidas de seguridad severas. Cruzan el Golfo de Adén por un corredor vigilado y patrullado por guardias internacionales. George condena la manera como “la gente ama a los piratas. Son caricaturas’’. Para nada inofensivos. Tiene razón.