Sergio Dahbar (ALN).- El canal Turner Classic Movies pasa esta semana un ciclo de Isabel Sarli, la diva del melodrama kitch argentino que venció a la censura y a los críticos que la despreciaban.
El impacto puede ser letal. Encender el cable a las 10 pm y encontrarse con alguna de las 21 películas interpretadas por Isabel “Coca’’ Sarli y dirigidas por su demiurgo, Armando Bo, que con tino particular ha insertado Turner Classic Movies en su programación de febrero de 2018, es como someterse a un viaje por el melodrama latinoamericano, con algo de sexplotation y mucho de kitch.
Al encender el televisor, no pude menos que viajar a mi adolescencia en Córdoba, Argentina, cuando escapábamos de las aulas de la secundaria para ver las historias que creaba Armando Bo para su musa, la Miss Argentina de 1955, Hilda Isabel Gorrindo Sarli, conocida en la intimidad como la Coca. Venía de Entre Ríos y era absolutamente naif.
En ese momento los cines que proyectaban películas porno y soft porno colgaban afiches suecos de películas como Soy curiosa (Amarillo/Azul), de Vilgot Sjoman, que había sido prohibida en numerosos países, y que uno corría a ver en el estreno porque sabíamos que duraría un suspiro en cartelera. La censura no perdonaba el menor descuido en esos días.
Isabel Sarli fue nuestro ícono destemplado, la mujer que se enfrentaba a una larga fila de violadores cubierta sólo con un tapado de visón e interpelaba: “Canalla, ¿qué pretende usted de mí?’’
No hace falta agregar que parecíamos aquellos adolescentes que circulaban en las películas de Federico Fellini, detrás de unas gordas tetonas y aterradoras, una expresión del deseo salvaje en estado puro. Isabel Sarli fue nuestro ícono destemplado, la mujer que se enfrentaba a una larga fila de violadores cubierta sólo con un tapado de visón e interpelaba: “Canalla, ¿qué pretende usted de mí?”.
Ese fue mi primer contacto con Isabel Sarli: clandestino, tortuoso, animal, como eran los descubrimientos sexuales en esa edad. Más tarde vino la diáspora argentina que se dispersó por el mundo. Y mi familia escogió Venezuela para volver a empezar en un clima democrático que se había perdido en el sur.
Entonces, a finales de los años 70, una periodista uruguaya visitó Caracas y dio una conferencia sobre la entrevista periodística. María Esther Gilio. Abogada. Puro géminis. Un genio femenino. Una inteligencia que sabía preguntar y que, sin violencia ni estridencias, lograba que las estrellas y la gente anónima le contaran cosas que no le confesaban a otros. Había publicado en Ediciones de la Flor, con Daniel Divinski, un libro que sería mito y escuela: Personas y personajes.
En ese volumen compiló María Esther Gilio sus entrevistas publicadas en la revista Crisis, de Eduardo Galeano, así como en otros medios de Montevideo (Marcha) y Buenos Aires (Primera Plana y La Opinión), conversaciones únicas, reveladoras, donde era posible ver en estado de gracia a una mujer que escuchaba lo que otros decían y lo que también callaban.
La conocí en el cine Prensa de la avenida Andrés Bello, en Las Palmas, donde también funcionaban las oficinas del Colegio Nacional de Periodismo. Una Caracas que ya no existe. Un país que parece una ilusión inacabada. Me impresionó leer la entrevista a Isabel Sarli, aquel mito de mi adolescencia tortuosa. Gilio busca a Sarli en la productora de cine y la entrevista al lado de Armando Bo. Filman una película.
Por momentos Sarli se atreve a responder y ante preguntas más arriesgadas busca el consentimiento de Bo, que con desdén responde lo que no le interesa. Gilio hace un esfuerzo por no ser una elitista que se burla de una mujer sin formación, que apenas atina a responder trivialidades sobre el cine que construye de la mano de su creador.
Por momentos aparece en esa conversación como una mujer voluptuosa y diva mayúscula… En otros pareciera sufrir un leve retraso… Como si en ese cuerpo atravesado por tentaciones y demonios, viviera una niña que no termina de crecer.
Osadía radical
Trato de armar el rompecabezas. El descubrimiento de Isabel Sarli en la adolescencia; la entrevista de Gilio en los años 70, por demás desmitificadora; y finalmente el documental de Diego Curubeto, Carne sobre carne, que registra fragmentos censurados de las películas de Isabel Sarli. Armando Bo había guardado todos los cortes a lo largo de años de censura e incomprensión. Un tesoro que Curubeto edita y organiza. Un trabajo que sirve para pensar cómo actúa el monstruo de la censura cuando muestra las uñas.
Carne sobre carne impresiona porque registra la osadía radical de Armando Bo. En los años 60 se atreve a filmar escenas de crudo lesbianismo, consumo de drogas, castración, violaciones, autosatisfacción…
Isabel Sarli hoy colecciona recuerdos y animales. Sabe que venció a la censura que mutiló sus películas. Y a los críticos que se burlaban de sus actuaciones
Armando Bo descubre a la mujer que lo vuelve loco y la convierte en la diosa castigadora y castigada por su imaginación; la transgresora de costumbres burguesas y acomodadas; la amazona que pierde el aliento en una pelea femenina en el fango; la mujer desnuda más bañada de la historia del cine.
Juntos filman 27 películas donde todo es posible. La carne y el deseo revelados. Quizás porque el cine es mentira e ilusión. En la vida real Armando Bo jamás pudo separarse de su esposa, Teresa Machinandiarena. Con ella tuvo tres hijos. Isabel Sarli fue su creación más perfecta. Ambas, la mujer formal y su demonio, lo despidieron cuando murió en 1981.
Isabel Sarli hoy colecciona recuerdos y animales. Sabe que venció a la censura que mutiló sus películas. Y a los críticos que se burlaban de sus actuaciones. Hoy su cine se exhibe en cinematecas de todo el mundo. Después de haber recaudado millones en taquillas de todas partes. Es uno de los monumentos del cine latinoamericano, del melodrama que nos expresa hondamente, del cine imperfecto que muchos realizadores soñaban con alcanzar.