Pedro Benítez (ALN).- Al comparar dos procesos políticos en dos países distintos (aunque sean vecinos y culturalmente similares) se puede conseguir multitud de diferencias. Sin embargo, en las democracias hay una circunstancia que se repite casi siempre: se gana (las elecciones) y se gobierna moviéndose hacia al centro. La campaña electoral peruana ha sido atípica por eso. Y aquí puede estar la razón por la cual Keiko Fujimori no pudo imponerse a un candidato tan precario como Pedro Castillo. No siguió el ejemplo que Guillermo Lasso dio hace apenas dos meses en Ecuador.
Un aspecto que dentro y fuera de Perú ha llamado poderosamente la atención de la campaña por la segunda vuelta de la elección presidencial en ese país ha sido la precariedad intelectual del candidato de izquierda Pedro Castillo. En las redes sociales ruedan profusamente algunas de sus escasas entrevistas e intervenciones que son objeto de burlas y que, en el mejor de los casos, mueven a la conmiseración.
Durante los debates públicos que sostuvo con su rival Keiko Fujimori era muy notoria su incapacidad para desarrollar durante dos minutos una idea sobre los problemas económicos y sociales de su país. Sus intervenciones en la plaza pública no pasaron de ser un conjunto de consignas gastadas, y su campaña en cuanto al uso de medios y marketing electoral no fueron precisamente un ejemplo de innovación. Por el contrario, más elementales no podían ser.
En su contra tenía (y tiene) a medio país. Los datos de la elección así lo corroboran. Al Perú que se ha modernizado aceleradamente en las últimas dos décadas.
EL TERCER INTENTO
La mayoría de los medios de comunicación, varios de los candidatos que participaron en la primera vuelta, y el intelectual más importante del país (y del mundo hispano), olvidaron viejos agravios para hacer causa común con Keiko Fujimori. Que además no era novata en estas lides. Este es su tercer intento.
De modo que hay una pregunta que salta a la vista: ¿Cómo es posible que Pedro Castillo esté ganando, por unas decenas de miles de votos, pero ganando, esa elección? O mejor plantear la misma interrogante pero al revés: ¿Por qué Keiko Fujimori no le ha podido ganar a una candidatura tan mediocre? Esta es la cuestión.
Varios expertos electorales peruanos advirtieron desde la semana que siguió a la primera vuelta del 11 de abril pasado, que el final de la disputa electoral sería muy cerrada aun cuando en los primeros sondeos de opinión pública Castillo arrancaba con más de 20 puntos de ventaja sobre su rival.
El punto débil de Fujimori era el alto rechazo a su candidatura. 65% en algunas consultas. Su lucha no era contra Castillo sino contra ella misma.
EL VOTO DEL MIEDO
Podía remontar la cuesta apelando al voto del miedo. Señalando el mensaje muy radical de la candidatura de izquierda. Votar contra el comunismo. El efecto Venezuela. Y efectivamente eso le funcionó recortando dramáticamente la distancia. Pero es evidente que no eso fue suficiente para consumar el nocaut electoral definitivo a su adversario.
La de Fujimori terminó siendo una candidatura de gran esfuerzo personal, pero con un mensaje político plano. Se quedó en lo de encarnar el mal menor y eso, es obvio, no fue suficiente.
Sobre las razones ya corren ríos de tinta. El Perú fracturado entre dos realidades. Lima y el interior. La costa y sierra. La desaparición de una opción socialdemocracia que ha resultado ser fatal.
Pero hay un factor adicional que le jugó siempre en contra: el voto antifujimorista. Eso fue el techo que no logró romper.
No quiso, no supo, o no pudo armar una gran alianza en favor de la democracia convirtiendo su debilidad en fortaleza. La principal aprehensión era que con ella volviera la dictadura al mismo estilo de su padre. Un régimen corrupto y sin escrúpulos. Dio pocas muestras de querer despejar esos temores. Siguió rodeada de varios de los protagonistas del régimen fujimorista de los noventa.
KEIKO SE QUEDA CORTA
Eso, más la irresponsable manera como se comportó su partido en el Congreso peruano en los últimos cinco años, más las serias acusaciones de corrupción en su contra, no se iban a borrar con el discurso anticomunista. Se necesitaba algo más y ella careció de eso.
No le habló al otro país más que para ofrecerle algunas dádivas populistas. No lo incluyó en su programa. Es decir, no se movió hacia al centro.
No siguió el ejemplo de Guillermo Lasso en la segunda vuelta de la elección presidencial ecuatoriana de mayo. Lasso, un ex banquero (en un país donde los banqueros están bastante desprestigiados desde la crisis del 2000), católico y conservador, parecía el candidato perfecto para el correísmo. El representante de los ricos y las clases altas en contra de los pobres y marginados. El estereotipo a la medida. De hecho, iba también con dos derrotas a cuestas.
El hoy presidente del Ecuador tuvo igual que Keiko una muy mala primera vuelta en la que por poco queda fuera de la carrera. Con un país también en crisis por la pandemia. Enfrentando a un rival temible como Rafael Correa que, aunque en el exilio, sigue siendo muy popular en su país, con un candidato como Andrés Arauz joven y bien preparado. Todo lo contrario de Castillo.
Pues en dos meses Lasso remontó la cuesta de 32% de los votos y contra todos los pronósticos ganó. No se conformó con capitalizar el voto anticorreísta que es mucho, ni con el mensaje del miedo a la dictadura personal del expresidente. Se acercó al movimiento indigenista y a ese medio país que no quería el regreso de Correa. Buscó abiertamente el apoyo de los demás partidos y candidatos derrotados que sumados todos eran casi la mitad del electorado. Incorporó formalmente a su programa muchas de sus propuestas. En dos palabras: hizo política.
Esto es lo que a Keiko Fujimori le ha faltado. Ahora es muy difícil revertir lo que no hizo en la campaña o en el último lustro.
Aunque la impugnación de 802 mesas a nivel nacional, y alrededor 200.000 votos, que ha presentado ante las autoridades electorales peruanas se resolviera a su favor, y con eso volteara el estrechisimo resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial, aún en ese hipotético caso su eventual (y hoy improbable) presidencia quedaría signada por la sombra de la duda. Lo que sigue es fácil de adivinar dado los antecedentes de cinco presidentes en los últimos cinco años en ese país.
También es sencillo predecir que, por su lado, Pedro Castillo y su partido no se quedarán atrás y también presentarán recursos e impugnaciones contra las mesas electorales en las que no aparezcan favorecidos.
TIEMPO NUBLADO EN EL HORIZONTE
Por esto es que, si bien este capítulo de la historia nacional peruana aún no termina, todo indica que el siguiente episodio no será mejor.
La enseñanza que deja este primer ciclo de elecciones en lo que va del año en Latinoamérica es que la izquierda populista no es invencible. Gana más (como suele ocurrir) porque sus adversarios se descuidan. Ignoran al otro país y subestiman las fuerzas que se van moviendo subterráneamente.
Por supuesto que en este proceso electoral peruano ha sido definitivo el hecho de estar precedido por la mayor contracción económica de los últimos 30 años en ese país. Pero eso pudo haber favorecido a uno u otro candidato.
Lo peor que pueden hacer las elites peruanas ahora es dejarse arrastrar por la histeria anticomunista. Si se concreta la victoria de Castillo el arma más eficaz para enfrentar su amenaza autoritaria no será el miedo, sino la política.
@PedroBenitezF