Pedro Benítez (ALN).- Aunque ha estado ausente de la larga campaña electoral colombiana la presencia el expresidente Juan Manuel Santos se ha hecho sentir tras bastidores. No se postuló para ningún cargo electivo ni respaldó a ningún candidato, pero es uno de los ganadores de la contienda, porque a final de cuentas es su política la que ha triunfado.
Fue el ministro de la Defensa del presidente acusado de vínculos con el paramilitarismo y del Gobierno donde ocurrieron la mayoría de los falsos positivos reportados por la Justicia Especial para la Paz (JEP). Pero mientras que Uribe y casi todo el resto de sus ministros han terminado involucrados en procesos judiciales, él salió de su propio Gobierno con un Premio Nobel de la Paz.
Con toda probabilidad Juan Manuel Santos sea el político más inteligente y hábil no sólo de Colombia, sino del continente.
Influida por el teórico marxista Antonio Gramsci, a la izquierda le gusta recordar que en política fijar el relato es fundamental. En ese sentido la nueva vicepresidenta colombiana, Francia Márquez, ha resumido bastante bien el de los vencedores de esta contienda comicial al afirmar que por primera vez su país tendrá un gobierno popular.
El proceso de paz de Juan Manuel Santos
Dejando de lado el hecho de que a los gobiernos colombianos anteriores también los eligió el pueblo, lo cierto del caso es que la realidad, como suele ocurrir, es mucho más compleja y se puede relatar desde otro punto de vista.
Porque sin Uribe y su política de Seguridad Democrática, que puso a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) contra las cuerdas, no hay Juan Manuel Santos y proceso de paz. Y sin Santos y su proceso de paz la izquierda colombiana no habría logrado por los votos del domingo pasado lo que nunca alcanzó por las armas.
Como lo demostró el tiempo, la guerra fue, paradójicamente, el principal obstáculo político para el crecimiento electoral de la izquierda colombiana. Al desmovilizarse los principales frentes de las FARC otros temas ocuparon la prioridad de los electores.
Por supuesto, esta no ha sido una historia feliz ausente de disputas y desencuentros. Gustavo Petro ha ganado el derecho democrático de ocupar el solio de Bolívar del Palacio de Nariño por los próximos cuatro años porque, entre otras cosas, los acuerdos de paz polarizaron intensamente a Colombia y dividieron a su élite política.
Un triunfo de Juan Manuel Santos
Además, y muy vinculado a lo anterior, hay quienes sostienen, como el propio Santos, que para normalizar definitivamente la democracia de ese país no solo hay que integrar plenamente a toda la izquierda en las instituciones colombianas, sino que, de ser el caso, dejarla gobernar. Para Uribe por nada del mundo había que dejar sentar a los antiguos comandantes de las FARC en el Congreso ni dejar gobernar, por lo menos, a Petro.
Santos le ha ganado este round a su exjefe.
Su punto de vista al respecto no es exclusivo ni es nuevo. En los años noventa los ex presidentes Cesar Gaviria y Ernesto Samper incorporaron en sus respectivos gobiernos a varios cuadros de la izquierda colombiana, siendo el más conocido Antonio Navarro Wolf, dirigente histórico del M-19 quien se desempeñó como ministro de Salud de Gaviria. Y el propio Santos hizo lo mismo en el suyo; es más, en su sonada pelea política con Uribe la izquierda se cuadró con él y abiertamente lo apoyó en su reelección de 2014.
No sin cierta razón desde el uribismo se señaló a Petro de haber sido en la pasada carrera presidencial el candidato in péctore de Santos. De hecho varios exministros, exfuncionarios y congresistas de su confianza se fueron incorporando a la campaña del hoy ganador. Los más conocidos son los senadores Roy Barreras y Armando Benedetti; los dos hicieron pasantías por el uribismo, luego se cuadraron con Santos en su ruptura con Uribe y lo respaldaron durante el proceso de paz. Hoy los dos son los operadores políticos más importantes de Petro.
La hábil alianza de Petro
La lista de santistas es larga porque entre otros incluye al jefe de debate de Petro, Alfonso Prada, quien coordinó la campaña del ex presidente en Bogotá en 2014; a sus ex ministros de Ambiente, Interior, Trabajo y Justicia, Luis Gilberto Murillo, Guillermo Rivera, Griselda Restrepo y Jorge Eduardo Londoño respectivamente, así como a la ex candidata presidencial Clara López, quien también fue parte del Gabinete de Santos y ahora fue electa senadora por el Pacto Histórico, y al ex embajador en Venezuela, José Fernando Bautista, quien fue el responsable de finanzas de la campaña petrista.
No está de más mencionar al hijo del expresidente Ernesto Samper, Miguel Samper, quien se desempeñó como viceministro de Justicia y director de la Agencia Nacional de Tierras con Santos, y también ha sido parte de la campaña petrista.
En resumen, si de oligarquía se va a hablar pues resulta ser que Petro (hábilmente) se alió con una parte muy representativa de la misma.
Todo apunta que seguirá en la misma línea, porque para armar sus mayorías parlamentarias (el Pacto Histórico sólo dispone de un tercio del nuevo Congreso) requiere del apoyo de los liberales y conservadores, que con 32 y 25 curules respectivamente son la primera y tercera bancadas en la Cámara de Representantes, y con 16 y 15 curules la segunda y tercera fuerza en el Senado de Colombia. Los centenarios partidos colombianos no estaban muertos ni de parranda.
Complejo cuadro de alianzas
En ese complejo cuadro de alianzas, donde la única oposición clara será la del disminuido uribismo representado en el Centro Democrático, para Petro va a ser muy importante el respaldo de dos expresidentes: Cesar Gaviria, jefe del liberalismo y de Santos.
Éste último no tiene un partido ni el arrastre electoral que todavía le queda a Uribe y, al igual que el presidente Iván Duque hoy, no salió favorecido en el respaldo popular hace cuatro años, pero tiene capacidad de legitimación ante los empresarios privados y los Estados Unidos.
El apoyo de Santos y su gente a Petro depende mucho de su compromiso con los polémicos acuerdos de paz de la Habana de hace cincos años. Para Santos la victoria de Petro ha sido su propia revancha contra Uribe y la oportunidad de preservar su legado político.
Pero por otra parte, sin un proceso constituyente en marcha como el que se desarrolla en Chile, o como en su día tuvieron Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales, y siendo muy poco probable que la estructura política colombiana le permita reformar la Constitución, todo empuja a Petro por el mismo camino de Lula Da Silva en Brasil en 2002. Aun cuando la historia, los personajes y las circunstancias nunca se repiten.