Pedro Benítez (ALN).- Nicolás Maduro aún manda pero no gobierna. En cambio, Juan Guaidó comienza a mandar y a gobernar. El primero conserva el control de los aparatos de inteligencia y la policía política, pero no puede tomar medidas de gobierno. El segundo apenas tiene escolta, pero comienza a dar pasos para concretar el gobierno de transición. El centro de gravedad del poder político en Caracas se está moviendo.
La mañana del día siguiente al que Juan Guaidó anunció formalmente que asumía las competencias del Poder Ejecutivo de Venezuela, su equipo de colaboradores más cercanos evaluaba el momento más oportuno para retornar al despacho de la Presidencia de la Asamblea Nacional (AN), en los espacios del Palacio Federal Legislativo en el centro de Caracas.
No discutían si ir o no, sino cuándo. A esas horas las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), adscritas a la Policía Nacional Bolivariana (PNB), desataban una ola represiva en los barrios más pobres de la capital que la noche anterior habían protagonizado una ola de disturbios y protestas contra Nicolás Maduro. Por otro lado, era previsible que (ahora sí) este ordenara a la policía política la captura de Guaidó, que habría cruzado la línea roja y ya era algo más que una piedra en el zapato.
Pero contrariamente a lo previsible en la conducta del régimen (por mucho menos que el desafío planteado por Guaidó otros dirigentes opositores venezolanos han pagado años de cárcel y exilio), este no se atrevía a actuar.
Guaidó recibe en el despacho de la Presidencia del Parlamento a los embajadores acreditados en Caracas; atiende a los rectores de las universidades nacionales, alcaldes, representantes de gremios profesionales, sindicatos y cámaras empresariales
Evidentemente paralizados por el reconocimiento inmediato a Guaidó como presidente encargado, primero de Estados Unidos y continuación de los mandatarios de Colombia, Brasil, Perú, Chile y Argentina, Nicolás Maduro y la cúpula que le rodea no se atrevieron o no pudieron reaccionar.
El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) “exhortaba” al fiscal general designado por la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Tarek William Saab, a imputar judicialmente a Juan Guaidó, y luego el fiscal procedía en sentido contrario solicitando lo mismo al TSJ. Por su parte, se corría la especie esa semana según la cual los funcionarios de la policía política (Sebin) se negaban a detenerlo. En el primer y confuso intento los funcionarios implicados fueron desautorizados públicamente y luego (según la versión oficial) detenidos.
Así que el flamante presidente encargado volvió al despacho en el Palacio Federal Legislativo, sede de la Asamblea Nacional, y este cuerpo siguió sesionando y legislando.
Todo esto en las narices mismas (literalmente) de los más altos jerarcas civiles y militares del régimen chavo-madurista. Porque resulta ser que desde agosto de 2017 la Asamblea Nacional Constituyente convocada por Maduro “comparte” los espacios del Palacio Federal Legislativo. De hecho, los dos cuerpos sesionan en salas distintas apenas separadas una de la otra por escasos metros de distancia.
La idea de Maduro era hacer de la ANC el verdadero poder supraconstitucional que legitimara todos sus actos, al mismo tiempo que dejaba a la AN de mayoría opositora en la condición de testimonial impotencia.
Pero desde la llegada de Juan Guaidó a la Presidencia de este cuerpo todo cambió. Y luego del 23 de enero cambió todavía más. La AN aprueba una Ley del Estatuto que rige la transición y designa representantes diplomáticos en otros países.
Guaidó por su parte recibe en el despacho de la Presidencia del Parlamento a los embajadores acreditados en Caracas (de gobiernos que lo reconocen a él como el presidente encargado del país); atiende a los rectores de las universidades nacionales, alcaldes, representantes de gremios profesionales, sindicatos y cámaras empresariales. Contesta llamadas de jefes de Estado y de Gobierno de América y Europa, concede entrevistas a la prensa y casi todos los días una multitud de periodistas y reporteros gráficos se congregan en las ruedas de prensa que da en el jardín del Palacio Federal, donde explica los planes para proteger los activos del Estado venezolano en el extranjero y los mecanismos para introducir la ayuda humanitaria al país.
Incluso, se reúne con un grupo de exministros de Hugo Chávez, que sin renegar de la memoria política de su extinto jefe, son ahora fieros críticos de Maduro.
Presidida desde junio pasado por Diosdado Cabello, se suponía que la ANC tendría más protagonismo que nunca, pero ni siquiera consiguió esta semana que se le aprobara la convocatoria a elecciones parlamentarias tal como él y Maduro habían amenazado hacer. Tampoco han conseguido que ni el TSJ ni el fiscal, ni ningún juez, dicten una orden de captura contra el presidente encargado. Se han limitado a dictar medidas de prohibición de salida del país y a congelarle las cuentas bancarias.
Por qué Juan Guaidó es tan diferente al liderazgo chavista
El contraste entre Guaidó y Maduro
Por su parte las apariciones de Maduro siempre son fugaces, en escenarios controlados y espacios cerrados, por lo general en el Palacio de Miraflores, donde parece que ha decidido atrincherarse. Mientras que Guaidó se desplaza con casi total libertad por Caracas con el aura de ser el hombre del momento.
Maduro ha renunciado a cualquier intento por gobernar y se limita a sobrevivir. Ya ni siquiera anuncia planes económicos para detener la hiperinflación.
Guaidó todavía no manda, pero se siente que cada vez tiene más poder. Hasta la prudente actitud de los gobiernos de China y Rusia así lo indica, pues parecieran estar más dispuestos a creerle la promesa de respetar sus intereses económicos en Venezuela
Guaidó en cambio anuncia un Plan País desde el auditorio de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Se reúne con los obispos en la sede de la Conferencia Episcopal para discutir los mecanismos de distribución de la ayuda humanitaria. Y se reúne con los representantes empresariales en Fedecámaras, donde el presidente de esta institución lo presenta públicamente como el presidente encargado de Venezuela. Un paso que hasta ahora la patronal había evadido dar.
El contraste entre Guaidó y Maduro no puede ser más pronunciado. La sensación que hay en Caracas es que el centro de gravedad del poder político se está desplazando.
Sí, Maduro todavía cuenta (y no es poca cosa) con la lealtad del aparato de represión y del generalato. Pero en el resto de la estructura burocrática se vive bajo el temor diario a la desbandada. Maduro aún manda, aunque cada vez menos.
Juan Guaidó todavía no manda, pero se siente que cada vez tiene más poder. Hasta la prudente actitud de los gobiernos de China y Rusia así lo indica, pues parecieran estar más dispuestos a creerle la promesa de respetar sus intereses económicos en Venezuela (siempre que sean legales) que seguir esperando a que Maduro cumpla alguna de las suyas.