Pedro Benítez (ALN).- Todas las presiones externas para provocar un cambio político en Venezuela son necesarias. El régimen de Nicolás Maduro no va a ceder sin ellas. No obstante, la clave del cambio está dentro del país. Esa es la diferencia transcendental entre Cuba y Venezuela. En Venezuela existe un fuerte movimiento opositor con una cara visible, que sigue siendo una terca realidad política. Ese rostro es Juan Guaidó.
Desde el campo de los adversarios a Nicolás Maduro se ha dado un debate a propósito de la utilidad de las sanciones económicas para forzar un cambio de régimen en Venezuela. Un grupo argumenta, no sin razón, que ese tipo de presiones nunca ha desalojado a un dictador del poder. Para muestra Cuba y los 60 años de ineficaz embargo económico por parte de los Estados Unidos.
Pero esa es una verdad a medias. Las presiones económicas por sí solas no provocaron un cambio político en ninguna parte si no fueron acompañadas de otras acciones. Hay ejemplos diferentes: la Nicaragua sandinista (1990) y la Sudáfrica del apartheid (1992).
En Venezuela nunca (ni en el mejor momento de Hugo Chávez) ha dejado de existir una activa oposición. Ha estado dividida, ha cometido errores garrafales (como el 12 de abril de 2002), ha caído en la lona varias veces para volverse a levantar. Ha tenido una sucesión de dirigentes, gremiales, sindicales, políticos del régimen anterior a Chávez y también de las nuevas generaciones. Cada que vez uno fue derrotado o desplazado ha aparecido un nuevo. Es lo que ha acontecido este año. En los meses previos se clamaba por un outsider que llenara el vacío político dejado por el cuestionado proceso mediante el cual Maduro se reeligió.
Durante la década de los 80 del siglo pasado la Administración de Ronald Reagan le declaró una guerra no formal al régimen sandinista que era apoyado directamente por Cuba e indirectamente por la Unión Soviética. Washington hizo uso de todas las presiones que tuvo a la mano, comerciales y militares, legales e ilegales. Embargó la economía del país y armó a la subversión anticomunista en la frontera. Sólo le faltó la invasión. Pero durante todo ese lapso dentro de Nicaragua siguió existiendo una oposición variopinta, por lo general enfrentada y sin una política clara, que sin embargo terminó por unirse detrás de una candidatura, derrotar al Frente Sandinista en las elecciones de 1990 y a continuación negociar la transición.
¿Cuál factor fue clave en el cambio de régimen en la Nicaragua de entonces? Todos fueron necesarios.
Una historia similar aconteció en Sudáfrica durante la misma época. De parte de las grandes potencias hubo coacción financiera y comercial sobre el régimen racista, aislamiento diplomático, e incluso presión militar pues los sudafricanos se vieron envueltos en guerras en Namibia y Angola.
Pero lo que resultó decisivo, tanto en uno como en otro caso, fue la existencia dentro de cada país de unas fuerzas opositoras más o menos bien organizadas. No siempre unidas, pero al menos con una cabeza visible.
En Nicaragua fue doña Violeta Barrios de Chamorro, viuda del director del diario de La Prensa de Managua, Joaquín Chamorro, la candidata que derrotó electoralmente al aparentemente invulnerable Frente Sandinista en 1990.
En Sudáfrica fue Nelson Mandela, quien tuvo la habilidad de llevar a su radicalizado movimiento, el Congreso Nacional Africano, al terreno de la negociación con la minoría blanca.
En Nicaragua primero hubo elecciones y luego (como en la Polonia comunista por esa misma época) se pactó la transición.
En Sudáfrica primero se pactó la transición que facilitó las elecciones posteriores.
¿Por qué lo que aparentemente ha sido inútil en Cuba durante seis décadas sí lo fue en los otros casos? Porque había una fuerte oposición dentro de cada país con capacidad de capitalizar el cambio. Había alguien con quién hablar del otro lado. Sin ese factor no hubiera habido sanción económica o incluso presión militar que valiera.
Desde 1961 toda oposición organizada dentro de Cuba ha sido barrida. Esa es la diferencia transcendental entre ese país y Venezuela.
En Venezuela nunca (ni en el mejor momento de Hugo Chávez) ha dejado de existir una activa oposición. Ha estado dividida, ha cometido errores garrafales (como el 12 de abril de 2002), ha caído en la lona varias veces para volverse a levantar. Ha tenido una sucesión de dirigentes, gremiales, sindicales, políticos del régimen anterior a Chávez y también de las nuevas generaciones. Cada que vez uno fue derrotado o desplazado ha aparecido un nuevo.
Es lo que ha acontecido este año. En los meses previos se clamaba por un outsider que llenara el vacío político dejado por el cuestionado proceso mediante el cual Maduro se reeligió.
Pero ese liderazgo no apareció por fuera de los acosados partidos políticos opositores como se esperaba, sino de su seno en la figura de Juan Guaidó cuando fue elegido presidente de la Asamblea Nacional (AN) el pasado 5 de enero.
De allá para acá ha logrado mantener unida al grueso de la oposición venezolana en la AN y en la calle. Y también a la coalición internacional que presiona a Maduro, desde el gobierno de Estados Unidos, pasando por el Grupo de Lima, hasta la Unión Europea. En esto Maduro ha sido invaluable aliado de Guaidó.
Pero, además, más allá de las maniobras políticas que lo anterior implica, hoy Guaidó es el líder político más valorado por los venezolanos y el único con una aceptación por encima de su rechazo según los estudios de opinión publica más recientes.
No tiene el apoyo casi masivo que despertó en las primeras semanas del año, pero con más del 50% de respaldo sigue siendo una terca realidad política.
Eso pese a las maniobras de Maduro para sacarlo del juego, así como de grupos que dicen de oposición que cesan de tirotearlo. No haberse ido del país ha sido clave para mantener su presencia y activo al movimiento interno.
En procesos de cambio político nada está escrito, pero lo que la experiencia indica es que la existencia dentro del país de una oposición activa, más o menos organizada y con una cabeza visible es fundamental para acelerar la transición.
Sin eso el apoyo internacional pierde sentido y es preferible llegar a un acuerdo de convivencia abierto o implícito con el autócrata de turno.
Por tanto, haber mantenido unidos y activos dentro de Venezuela a la mayoría de los grupos opositores es el principal aporte que Guaidó le ha dado a la causa democrática venezolana y a la transición que tarde o temprano llegará.