Daniel Gómez (ALN).- Agosto de 2005. Una comida en Caracas, un vino y tres hombres. Así fue como el exministro de Defensa de España José Bono comprobó que la relación entre Hugo Chávez y Raúl Morodo traspasó el protocolo presidente-embajador.
Este es un relato en primera persona de José Bono, ministro de Defensa de España entre 2004 y 2006. Se puede leer en su biografía Diario de un ministro. Los protagonistas son el expresidente de Venezuela Hugo Chávez y el exembajador español en Caracas Raúl Morodo.
«Comida con Chávez. Sirven un vino que, según dice el comandante, le regala Fidel Castro, y al que llama ‘vino cubano’. Chávez, que no bebe alcohol, pero se toma unos veinticinco cafés al día, se refiere a la excelencia que muy pronto tendrán los vinos venezolanos: ‘Superarán a los de California’. Le miramos con cierto escepticismo y, al percatarse, nos pregunta: ‘¿No lo pensáis así?’”.
La comida transcurre de forma normal. Protocolaria. Siempre y cuando se considere como habitual el tono altivo que introduce Chávez. Véase su última afirmación. Y véase también la respuesta que da Morodo, sin duda reveladora de su amistad con el expresidente. Reveladora también de todo lo que viene después.
-¿Cómo quieres que te responda: como embajador, como amigo o como hermano?, le pregunta Morodo.
-Naturalmente como hermano.
En esta frase cabe hacer una precisión. Clave en lo que viene a continuación. El desdoblamiento de la personalidad de Morodo en embajador, amigo y hermano, concluye con un acto de complicidad y de rotundidad por parte de Chávez. Son más que un diplomático y un mandatario. Son más que amigos. Son hermanos. No obstante, el relato de Bono continúa, también, con un acto de sinceridad.
-Son muy malos, le espeta el embajador a Chávez.
En ese momento Chávez comenzó a reír. A carcajadas. Su jugada había sido un éxito. «¡Esto mismo asegura Fidel! Y por ello me envía un vino español muy bueno. Miramos la botella y, en efecto, es un Vega Sicilia”.
Un Vega Sicilia, el mismo vino que compraba por cajas y tomaba el boliburgués Diego Salazar, hoy un preso de Nicolás Maduro. Cada botella de ese vino, «muy malo», cuesta más de 1.400 euros.
Lo que en este libro pasa como una simple anécdota, en la actualidad cobra fuerza porque se muestra como un comprobante de la buena relación entre el expresidente Hugo Chávez y el embajador español en Venezuela entre 2004 y 2008, Raúl Morodo. Una relación que sembró el clima propicio para los negocios que hoy investigan la Audiencia Nacional y la Fiscalía Anticorrupción.
A Morodo se le acusa de blanquear 4,5 millones de euros en España de la petrolera estatal venezolana, PDVSA. La PDVSA de Hugo Chávez y el exministro Rafael Ramírez dado que la presunta operación tuvo lugar entre 2008 y 2013.
Por aquel entonces Morodo ya no era embajador, pero se supone que aprovechó la buena relación con el expresidente Hugo Chávez, “amigo” y “hermano”, para conseguir contratos de PDVSA. Contratos que firmó Aequitas Abogados Consultores Asociados, el despacho de abogados del hijo de Morodo, Alejo Morodo. Contratos aparentemente ficticios, como se puede observar en revelaciones de El País, El Español y El Mundo. Contratos que movían el dinero de PDVSA por sociedades de Panamá y Suiza para finalmente blanquearlo en España.
La justicia española sigue investigando. Hace dos semanas fueron detenidos el hijo de Morodo y otras tres personas. Al diplomático no lo arrestaron debido a su avanzada edad, 84 años. Este declaró el pasado miércoles ante el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz, y los cuatro detenidos fueron puestos en libertad bajo medidas cautelares.