Pedro Benítez (ALN).- Con su designación como nuevo presidente de la Asamblea Nacional, elegida bajo las reglas que él mismo ayudó a diseñar, Jorge Rodríguez pasa a ser el segundo hombre más importante dentro del régimen de Nicolás Maduro. Lo mismo que Rafael Ramírez fue en su día para Hugo Chávez. La diferencia es que Ramírez le sacaba a PDVSA los abundantes recursos que financiaron al proyecto chavista, mientras que Rodríguez ha aportado muchas (si no todas) las ideas y mañas con las que Maduro se ha mantenido en la cima. Su dificultad estribará ahora en aplicarle, desde el Parlamento madurista, sus conocidas tácticas de aparentar que negocia mientras no cede en nada a la comunidad democrática internacional. La misma de cuyo reconocimiento depende la viabilidad de esta cuestionada Asamblea Nacional que ahora preside.
En una ocasión el presentador de televisión Jaime Bayly aparentó ofenderse cuando uno de sus entrevistados, el editor venezolano (en el exilio) Rafael Poleo, le insistía en que el ministro estrella de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, era un hombre culto e inteligente. Al parecer Bayly confundió los atributos intelectuales con los morales. Lo cierto del caso es que cualquier observador medianamente objetivo del acontecer venezolano admitirá que Rodríguez es, sin duda, un sujeto inteligente. Sólo habría que agregar que en su caso se aplica aquella frase de Simón Bolívar según la cual “el talento sin probidad es un azote”.
Él es hoy lo que Laureano Vallenilla (hijo) fue como ministro del Interior para Marcos Pérez Jiménez, el último general-presidente de Venezuela, allá en la década de los 50 del siglo pasado. La eminencia gris del régimen. El operador político por excelencia de las grandes y pequeñas movidas.
Fue José Vicente Rangel quien lo ingresó en el círculo del expresidente Hugo Chávez. Siempre pendiente de cobrarle al país los agravios personales del pasado, hizo del hijo del secretario general de la Liga Socialista asesinado por la policía judicial de 1976 uno de sus protegidos. Como miembro rector del Consejo Nacional Electoral (CNE), Rodríguez se ganó la confianza de Chávez en las torcidas maniobras electorales que le permitieron a este imponerse en el referéndum revocatorio de 2004.
Desde allí, por cierto, se estableció esa abierta cooperación entre el partido oficial y el CNE de la que con tanta amargura se ha quejado la oposición venezolana por años. Jorge Rodríguez ha sido el cerebro electoral del sistema.
Chávez lo recompensó haciéndolo presidente del CNE (2005-2006) y luego su vicepresidente ejecutivo (2007). Extrañamente en este cargo sólo permaneció un año. Tal vez lo responsabilizó (esto es una especulación) por su primera y única derrota electoral en la consulta de diciembre de 2007. Luego lo envió a organizar el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y de ahí a alcalde de Caracas (2009-2017), donde desmontó el poder local de Freddy Bernal, uno de los históricos del régimen por el cual Chávez nunca sintió confianza.
Desde este último cargo se transformó en uno de los aliados más fieles y cercanos de Maduro desde el momento que este recibiera en herencia a Venezuela en diciembre de 2012.
En el transcurso de esos años usó su influencia para promover a su hermana Delcy Rodríguez. Primero sin éxito ante Chávez, a juzgar por los resultados. Con mucha mejor fortuna con Maduro. Los dos se han convertido en sus fieles escuderos por encima de figuras más emblemáticas como Diosdado Cabello, Adán Chávez o Aristóbulo Istúriz.
La película del poder
Si le damos una mirada a la película del poder en Venezuela en los últimos años, cada vez que Maduro ha hecho un movimiento que ha considerado clave allí están ellos. Si hay que “dialogar” con la oposición, defenestrar a Rafael Ramírez o armar la Constituyente de 2017.
La última gran operación de Jorge Rodríguez ha sido precisamente la cuestionada elección de esta Asamblea Nacional (AN) el pasado 6 de diciembre, que incluyó la judicialización de partidos opositores, la ampliación del número de diputados a elegir y la supresión del voto indígena. Normas establecidas en la Constitución pero que no hubo ningún disimulo en modificar a fin de garantizarle a Maduro una súper mayoría parlamentaria, aparentando, eso sí, la existencia de cierta oposición tolerada.
Este es el paquete que ahora su autor intentará que el resto del mundo le compre.
Maduro lo designó presidente de la AN porque ha sido su vocero en los eventos políticos más importantes, porque es el hijo del fundador de la Liga Socialista (donde Maduro militó) y porque es el cerebro y ejecutor de esta última maniobra.
Hasta ahora Jorge Rodríguez ha jugado con ventaja contra una oposición desarmada, como el gato hace con el ratón. Si alguien se pone “difícil” se cuenta con el respaldo de la Fuerza Armada Nacional (FANB), con el control de la policía política, la red de medios públicos y el servicio del Poder Judicial para hacerlo cambiar de opinión o directamente sacarlo del camino. Son las ventajas que da el poder. Muy distinto es hacer lo mismo con la comunidad democrática internacional de cuyo reconocimiento depende la viabilidad de esta cuestionada Asamblea que ahora preside.
Porque si Jorge Rodríguez no consigue establecer con las autoridades de Estados Unidos y la Unión Europea, y por consiguiente con los organismos multilaterales, algún de tipo de acuerdo político que le reconozca a esta AN la capacidad de autorizar financiamiento externo para Venezuela, esta terminará siendo tan inútil (para Maduro) como la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que presidió su hermana entre 2017 y 2018 y que acaba de fenecer con pena y sin gloria.