Reinaldo Iturbe (ALN).- El discurso de Leopoldo López tras su salida de Venezuela marca una agenda distinta a la del cese de la usurpación, un fracaso al que se comprometió Donald Trump y que debe revisarse antes que se vuelva permanente.
A Donald Trump le pasaron factura sus errores a lo interno de Estados Unidos. La polarización, los conflictos y el manejo de la pandemia por coronavirus sumaron en los resultados. Su derrota nada tiene que ver con Venezuela, pero si de saldos netos se trata, el caso de la lucha por el retorno de la democracia en el otrora país más rico de América Latina, ha quedado en la balanza con más egresos que ingresos.
Trump fue el primer mandatario en reconocer a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela. El líder opositor se juramentó rompiendo un acuerdo previo interno entre las fuerzas democráticas. Pero aquello ya no podía remediarse. Era un hecho. Y sobre ese hecho actuó la Administración Trump. Aupó un gobierno interino que comenzó a nombrar funcionarios y manejó recursos “recuperados”. Reforzó el discurso del cese de la usurpación. De la salida de corto plazo. Y se embarcó en las aventuras del 23 de febrero y el 30 de abril de 2019, experimentos que consumados (y fracasados) comenzaron a golpear la unidad interna de la oposición.
Y allí fue cuando a Trump se le enredó la política exterior, pues luego de llamar estérilmente a las Fuerzas Armadas a desconocer a Nicolás Maduro, quedó el apego a las sanciones como método para forzar a la negociación. El chavismo ni siquiera llegó a tambalearse con ellas, pues Maduro vive de la teoría del caos desde que asumió el poder. El discurso de Trump también reforzó a lo interno de Venezuela la idea de que el chavismo saldría expulsado tras la presión internacional, desmovilizando a las bases de las fuerzas democráticas.
Nada nuevo bajo el sol: así como en Cuba no hubo éxito con los Castro, tampoco lo hubo en Venezuela. La oposición se ha embarcado en la tesis de la “continuidad administrativa” del Parlamento (que controla en dos tercios) para rechazar su participación en los comicios legislativos que alista Maduro para diciembre, y ha convocado a una Consulta Popular que promete tener resultados más simbólicos que palpables.
Al cuadro debe sumarse la pérdida de vigencia de la actual legislatura el 5 de enero de 2021. La argumentación de la continuidad ha encontrado detractores dentro de la unidad opositora. ¿Qué hay más allá del 5 de enero? ¿Habrá un Parlamento en el exterior, a la usanza del Tribunal Supremo? ¿Se encamina Guaidó hacia una gestión interina en el exilio? Las fuerzas democráticas, tras estudiar detenidamente los hechos, deben también revisar y escoger entre ser oposición o gobierno, toda vez que la combinación de ambas posiciones resultó ineficaz, derivando en burocracia y en acusaciones de corrupción en el manejo de los activos, esto último convertido en un elemento que socava la credibilidad de Juan Guaidó: todo su gabinete económico ha renunciado.
El equipo de Biden se verá obligado a reformular tácticas para perseguir el mismo objetivo, que es el de la solución democrática para Venezuela. Ni las sanciones, ni los exhortos lograron la negociación exitosa que desembocaría en elecciones libres. El discurso (el mantra) del cese de la usurpación no fue usado ni siquiera por Leopoldo López tras su primera rueda de prensa al salir de Venezuela, un síntoma inequívoco de que la estrategia fracasó.