Pedro Benítez (ALN).- El político y escritor venezolano Teodoro Petkoff denominó como “el arte mexicano de hacer política” aquel estilo de los sucesivos gobiernos emanados del otrora único partido mexicano, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en las cuales su política exterior no tenía nada que ver con lo que hacían en casa.
Entre 1929 y el 2000 los gobiernos priistas siempre manifestaron su solidaridad con todas aquellas causas que la mayoría de la opinión pública mundial estimaba como nobles. Apoyaron a la República durante la guerra civil española (1936-1939), la siguieron reconociendo como el gobierno legítimo de ese país por décadas y le abrieron los brazos a sus miles exiliados que encontraron allí un nuevo hogar. Lo mismo hicieron con todos aquellos que huían de las dictaduras militares que cubrieron el resto de Latinoamérica, en los años cincuenta a los venezolanos, en los setenta a los chilenos. Fue el primer país en condenar el golpe de Estado contra Salvador Allende en septiembre de 1973.
A diferencia de la Argentina de Juan Domingo Perón, respaldaron la causa de los Aliados durante la Guerra Mundial, hasta el punto que le declararon la guerra a Japón y Alemania.
Nunca se sumaron al embargo comercial contra Cuba y cada presidente se cuidó de tener las mejores relaciones posibles con Fidel Castro. De hecho, el mito de la revolución cubana comenzó en México. A la vez, tuvieron una actitud comprensiva hacia casi todos los grupos subversivos del resto de la región y se involucraron en el proceso de paz de Centroamérica en los años ochenta, siempre condenando el intervencionismo yankee. Como parte del Movimiento de Países No Alineados, México votaba todos los años condenando el embargo comercial estadounidense a Cuba.
Fue esa una manera de mantener la dignidad ante su todopoderoso e incómodo vecino del norte que, por su parte, le toleraba esos gestos antiimperialistas a cambio de que al sur del Río Grande hubiera un Gobierno estable. Después de todo, y a la hora de las chiquitas (aquí está el detalle), México apoyaba a Estados Unidos en los momentos decisivos, como ocurrió durante la crisis de los misiles en Cuba de octubre de 1962.
Pero puertas adentro, esos mismos gobiernos del PRI impidieron por décadas la alternancia democrática. Cada vez que veían amenazada su hegemonía las elecciones terminaban a tiros. Se atribuían todos los cargos de elección popular “por las buenas o por las malas” mediante el fraude electoral. Al peor estilo de las dictaduras del Cono Sur llevaron a cabo su propia guerra sucia en contra de las guerrillas izquierdistas mexicanas hasta exterminarlas; con bastante impunidad, por cierto, ante la indiferencia de Estados Unidos y el prudente silencio de Cuba para quien México siempre fue (lo sigue siendo) un aliado importante.
La posición de AMLO
En la era democrática (del 2000 a esta parte), los dos últimos presidentes de ese país, Enrique Peña Nieto (2012-2018) y Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con más entusiasmo, han retomado ese estilo. En el caso de este último, cualquiera que lo escuche en sus matutinas ruedas de prensa pensaría que se trata de un socialista radical; sin embargo, ha resultado sorprendente la excelente relación personal que ha sostenido con Donald Trump, quien, como se recordará, hizo campaña en 2016 insultando a los mexicanos.
Ante la compresión de la prensa europea y americana, AMLO hizo algo que no se hubiera atrevido hacer ningún otro presidente mexicano: hacer de ese país la policía migratoria de Estados Unidos. Trasladó a miles de soldados a la frontera con Guatemala para frenar las caravanas de migrantes, bien lejos de los pasos que dan hacia Texas y California. Sólo la representante demócrata al Congreso estadounidense por el distrito de El Paso, Verónica Escobar, recriminó públicamente aquella colaboración con Trump y la calificó como una la violación de los derechos de los migrantes y de los solicitantes de asilo.
Trump le pidió que renegociara el Tratado de Libre Comercio y lo hizo. Se dio su tiempo para felicitar la elección de Joe Biden como nuevo presidente, mientras las turbas trumpistas se preparaban para asaltar el Capitolio en Washington y él dejaba nuevamente pasar a los migrantes hacia el norte. Dos dirigentes de Tea Party y una presentadora de Fox News se congratularon con la posición del presidente mexicano. Por su parte, Trump siempre ha tenido palabras amables hacia su “amigo socialista”.
A López Obrador se le absuelve, o se es indiferente, con aquellas situaciones que le serían imperdonables a cualquier otro gobernante latinoamericano. En su manejo de la pandemia en 2020 fue tan irresponsable como Jair Bolsonaro en Brasil. En las elecciones federales de 2021, 89 políticos fueron asesinados; 34 de ellos candidatos de partidos opositores. Y el asesinato de periodistas por parte del narcotráfico a lo largo de su mandato ha continuado, en medio de la más absoluta impunidad y con el propio mandatario atacando a la prensa critica.
Como comentamos al principio de esta nota es el arte mexicano de hacer política. Pero no crea el amable lector que esa es una práctica exclusiva de ese país. Para nada, es muy extendida por el mundo entero, aunque en esta oportunidad vamos circunscribirnos al ámbito de la lengua de Cervantes. Obsérvese, como otro ejemplo en pleno desarrollo, el actual impase diplomático que por estos días protagonizan los presidentes de Argentina y España.
El controversial Milei
No vamos aquí a recapitular detalles que son frescos, pero digamos que, fiel a la incorrección política, de clara inspiración trumpista, el controversial Milei ha hecho algo que probablemente no tenga precedentes en las relaciones internacionales; ir a otro país no en visita oficial, para participar en el acto de un partido opositor, y allí hacerse eco de acusaciones no demostradas sobre la honestidad personal de la esposa del jefe de Gobierno de los anfitriones.
A continuación, se ha creado ese tipo de situaciones donde un político de alto nivel puede desviar la atención, brevemente, de lo realmente importante por la crisis del momento. Buscarse una buena e incruenta pelea con otro mandatario es una oportunidad inmejorable de darle alimento a su base más fiel, a falta de realizaciones más concretas. Eso lo que ha conseguido el argentino, quien en contra de su propio discurso liberal/libertario, y avanzado el sexto mes de su gobierno, ha subido impuestos, no ha podido levantar el cepo cambiario y tampoco ha logrado que el Congreso le apruebe una sola de sus reformas económicas.
Semanas atrás se encontraba enzarzado en disputas dialécticas con los gobernadores provinciales y algunos conocidos periodistas críticos, hasta que vio la oportunidad de entrar en una pelea trasatlántica con quien dice representar todo lo contrario de lo que predica. Porque para decirlo todo, Pedro Sánchez tampoco se queda atrás.
El líder del socialismo español, también con sus propios problemas en casa, al frente de una endeble coalición parlamentaria que le permite seguir como presidente de Gobierno por un puñado de votos, y algunos señalamientos de presunta corrupción en su entorno, hace meses eligió a Milei como el enemigo perfecto.
Si el argentino es refractario de los derechos sociales de los trabajadores, quiere demoler el Estado de bienestar y es el representante de la extrema derecha internacional que amenaza la democracia y la libertad, él, Sánchez, viene hacer el epítome de lo mejor de la civilizada socialdemocracia europea.
Razón por la cual, en plena campaña de las presidenciales argentinas del año pasado, expresó sus preferencias públicas por el ministro/candidato del kirchnerismo Sergio Masa y no se tomó la molestia de felicitar el claro triunfo democrático de Milei; actitud que secundaron un par de sus ministros, así como su vicepresidente, que no han perdido ocasión de insultar a quién la mayoría de los argentinos eligieron en comicios limpios y justos. Es más, el propio Sánchez ha usado a Milei como arma arrojadiza contra sus adversarios en el Congreso español.
Así iban las cosas hasta que el toro libertario se dejó arrastrar por su temperamento, embistiendo el rojo capote de brega que agitaba el torero socialista.
¿Qué ganó Pedro Sánchez?
¿Qué ganó Pedro Sánchez? Un excelente adversario con el cual entretener a la gradería. Milei también.
Umberto Eco dice en A paso de cangrejo (2006) que de haberse encontrado acosado por los escándalos que rodeaban al ex primer ministro Silvio Berlusconi, tal vez le hubiese puesto una bomba al tren que salía de Turín en la primera hora de la mañana. La cuestión consiste en distraer la atención de lo importante.
Por supuesto, queda pendiente una pregunta: ¿Qué ganan el resto de los argentinos y españoles con este incruento espectáculo de lucha libre?
@PedroBenitezf