Pedro Benítez (ALN).- El 10 de diciembre de 2023 el controversial Javier Milei ingresó a la Casa Rosada de Buenos Aires en medio del escepticismo de los analistas políticos. No solo por la ciclópea crisis económica que heredó, sino por su precaria base institucional y evidente inexperiencia. Su promesa inicial fue insólita: “No hay plata”. En Argentina se sabía lo inevitable del ajuste económico, lo que no se esperaba era que un presidente lo hiciera con fervor y sin anestesia.
Con fe ciega en los dogmas de la Escuela Austriaca, el presidente liberal-libertario lucía como un kamikaze. Todo apuntaba que su destino sería, más temprano que tarde, similar al del defenestrado ex mandatario peruano Pedro Castillo.
Con apenas un puñado de senadores y diputados tan imprudentes como él en el Congreso, sin ningún gobernador provincial propio en todo el país, sin el respaldo de una alianza o un partido político firmemente establecido, el kirchnerismo y la izquierda argentina salivaban ante la perspectiva de otro estallido social similar al de diciembre de 2001, como respuesta al brutal ajuste económico que se venía.
Recordemos que, con el país al borde de la hiperinflación, el ex ministro de Economía Sergio Massa obtuvo como candidato presidencial del Frente de Todos el 44% de los votos (más de 11,5 millones). Además, con 33 de los 72 senadores y 99 de 257 diputados, esa coalición peronista, organizada por la ex mandataria Cristina Kirchner, se consolidó, de lejos, como la primera fuerza parlamentaria. Súmese a eso, su influencia en los sindicatos, los piqueteros y de la mayoría de los intendentes (alcaldes) del área metropolitana de Buenos Aires.
Una fuerza temible que podía usar desde las instituciones y la calle en contra del insensato presidente liberal-libertario. De hecho, esa fue la tradicional táctica que durante décadas el peronismo aplicó contra todo gobierno (civil o militar) que no hubiera salido de sus filas. Mauricio Macri fue el primer presidente no peronista desde 1928 que logró culminar todo su mandato (2015-2019).
De modo que Milei reunía todos los números de la rifa para terminar como otro presidente latinoamericano acorralado por la calle y el Congreso. Es más, no llevaba un mes en el despacho presidencial cuando desde la oposición más dura se hablaba de hacerle un juicio político.
Pero luego de 12 meses, contra todo pronóstico inicial, no solo sigue sentado en el sillón de Rivadavia, sino que además conserva casi intacto el apoyo popular obtenido en la elección presidencial del año pasado. Según estudios de opinión pública divulgados esta semana cuenta con una aprobación ciudadana del 54%, versus una desaprobación del 44%. Luego de perder más diez puntos, en las últimas semanas el respaldo a su gestión ha venido subiendo.
Milei es un caso extraño
Milei es un caso extraño; a diferencia de otros presidentes argentinos no vio subir su aprecio en el público durante sus primeros meses en el cargo (la luna de miel), para luego ver cómo se derrumbaba. En cambio, su apoyo se ha mantenido más o menos estable. Un 30%, la base inicial que reunió en la primera vuelta de la elección presidencial, son jóvenes y pobres que lo siguen incondicionalmente. Luego, un rango de alrededor del 25%, constituido por los tradicionales votantes anti kirchneristas de clase media, le siguen otorgando el beneficio de la duda, aferrados a la esperanza de que Argentina salga de esta crisis.
Otro detalle no menor, durante este primer año no ha habido un solo fallecido que lamentar en las calles como consecuencia de la represión o la protesta social, que no ha sido ni tan masiva ni tan violenta como se esperaba.
Doce meses de durísimo ajuste
A sus espaldas Milei deja doce meses de durísimo ajuste, fuertes recortes del gasto público, recesión y una audaz desregulación de las actividades económicas. Pero ha logrado cambiar las expectativas económicas gracias a una caída constante de la tasa de inflación, que cuando comenzó su gestión estaba en 25% al mes, y ha llevado el déficit fiscal a cero. Sin embargo, hay otro logro que no se ve, pero que podría explicar la estabilidad política de su gobierno: Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, se las arreglaron para desactivar la bomba hiperinflacionaria que recibieron de Alberto Fernández. Lo llamativo es que no lo hicieron aplicando una estrategia ortodoxa, como cambia esperar de ellos, sino de manera heterodoxa. Luego de un año el control de cambio (cepo cambiario) no ha sido levantado.
Aquí reside una de las características del gobierno de mileista. Sin bien tiene entre el público la fama de hacer en el gobierno lo que prometió en campaña, un mérito para los argentinos cansados de años de doble discurso propio de los políticos, lo cierto es que Milei ha resultado ser más sagaz de lo previsto.
Por un lado, aseguró ser “inclemente con la casta política”, mientras se ha convertido en un símbolo internacional por su encendida prédica según la cual “no se puede levantar la bandera blanca frente a la izquierda”. No ha dudado en escalar el conflicto diplomático con el gobierno de España, ni en tener pésimas relaciones con el brasileño Lula Da Silva, a la vez que mantiene una estrecha relación con Donald Trump. Pero cuando ha tenido que reunirse con Xi Jinping, luego haber asegurado que nunca haría “negocios con ningún comunista”, lo ha hecho.
En su círculo de colaboradores y aliados cuenta con miembros de vieja data de la clase política argentina, como la familia el ex presidente Carlos Menem; el ex vicepresidente y ex candidato presidencial kirchnerista Daniel Scioli, actual secretario de Turismo; su jefe de Gabinete Guillermo Francos; o la ministra de Seguridad, estrella de su gobierno, Patricia Bullrich, rival en la carrera presidencial, a quien calificó en su día como “montonera tirabombas”.
La retórica antisistema de Milei
La retórica antisistema de Milei ha rayado varias veces en un preocupante desprecio por las instituciones, aunque, hasta ahora, nunca ha cruzado las líneas rojas.
Por otro lado, es obvio que la estrategia de sus operadores políticos consiste en polarizar con Cristina Kirchner, conscientes del alto rechazo que genera la ex mandataria entre la mayoría de los argentinos, aunque sigue siendo el más importante referente del otro lado de la acera. Con los ojos puestos en la elección parlamentaria del próximo año, el gobierno de Milei desea que los votantes del centro, el peronismo no kirchnerista, el PRO de Macri y la centenaria Unión Cívica Radical, se vean obligados a escoger entre las dos opciones. Una especie de OPA hostil contra sus propios aliados.
En ese sentido, ha resultado sospechoso la ambigüedad con la que su grupo parlamentario, La Libertad Avanza, se ha manejado con un proyecto legislativo que busca inhabilitar para aspirar a cargos de elección popular a quien haya sido condenado por corrupción en el manejo de los recursos públicos.
Para nadie es un secreto que la principal afectada por la denominada “ficha limpia” sería la ex presidenta, quien recientemente recibió condena judicial por el caso Vialidad. Pero eso no le interesa al presidente libertario; la prefiere dentro de la competencia electoral porque es su adversaria más cómoda. Por su parte, presa de su protagonismo y perseguida por las causas judiciales, es un papel en el reparto que a ella le encantaría.
Esa presencia de Cristina en la palestra pública explica, en parte, el éxito político de la actual gestión. Para la mayoría de los argentinos es el recuerdo de la corrupción e incompetencia que ha sumido al país en la crisis. Para una oposición desconcertada, que no alcanza a comprender cómo la mayoría sigue respaldando al presidente que asegura haber hecho “el mayor ajuste de la historia”, un obstáculo para su renovación.
De modo que Milei ha demostrado aprender rápido el juego. No ha sido destituido por juicio político, pero tampoco ha intentado cerrar el Congreso. Ha hecho algo más inteligente: gobernar con la casta, o, al menos, jugar con ella.