Antonio José Chinchetru (ALN).- Pocos autores han mostrado de forma tan certera las luchas de poder en el seno de los regímenes totalitarios, y sus efectos sobre personas y pueblos, como Ismaíl Kadaré en El Palacio de los Sueños. El autor vivió la dictadura comunista de Enver Hoxha en Albania por más de medio siglo.
Desde 1944 hasta 1990, Albania vivió sometida a la más cerrada y radical versión del totalitarismo comunista que jamás se haya aplicado. Tan solo otro país conoce un régimen comparable al que instauró Enver Hoxha en la pequeña nación balcánica. Ese no es otro que el de la dinastía Kim en Corea del Norte.
Ismaíl Kadaré conoce bien esa versión albanesa del comunismo, puesto que vivió sometido a ella durante más de medio siglo, hasta su marcha al exilio pocos meses antes del fin de la dictadura.
A pesar de que no se consideraba a sí mismo como un disidente, la realidad es que gran parte de la obra de Kadaré retrata a la perfección la naturaleza del poder bajo el signo de la hoz y el martillo. Buen ejemplo de ello es El Palacio de los Sueños. En esta obra se refleja a la perfección cómo funcionan las guerras en el seno del aparato del poder o cómo el individuo queda reducido a una mera herramienta en manos del Gobierno y su aparato de control y represión.
Una metáfora de la Seguridad del Estado comunista
Aunque este libro está ambientado supuestamente en el Imperio Otomano, en la realidad habla de la Albania de Hoxha. Su protagonista, miembro de un importante clan dentro de la estructura del Estado, trabaja y va ascendiendo en un imaginario organismo destinado a recopilar e interpretar los sueños de todos y cada uno de los gobernados. Aquí el poder se muestra con su rostro más totalitario, pues controla al ciudadano hasta en el aspecto más íntimo y profundo de su vida privada. El Palacio de los Sueños (la institución que da nombre al libro) es, en buena medida, una metáfora de la Seguridad del Estado en los regímenes comunistas.
En torno a ese palacio todo es misterio y abundan los rumores. Ni tan siquiera los que trabajan en él conocen a fondo su funcionamiento. Tan solo tienen una vaga idea sobre a qué se dedica cada uno de sus departamentos. Eso sí, todos saben que sus tentáculos y antenas se extienden por todo el territorio del Imperio, desde la capital hasta la más pequeña de las aldeas. Tal es el miedo que infunde la institución que incluso los más poderosos clanes dentro del Estado le temen, al tiempo que procuran tener a alguno de sus miembros dentro de ella.
A lo largo de la obra vemos cómo el misterio y el miedo se entremezclan con las luchas de poder. El soberano caprichoso y despótico premia o castiga a sus fieles sin que nunca se sepa bien el motivo. Cualquier cosa, como querer escuchar una vieja canción dedicada a la propia familia, puede suponer la caída en desgracia. El resultado de las guerras soterradas entre los cercanos al gobernante siempre puede sorprender a cualquiera. Los diferentes clanes que compiten entre sí, y hacen de contrapeso unos a otros dentro del Estado, libran batallas subterráneas de las que el común de los mortales poco o nada saben. Eso sí, el resultado de esas luchas termina afectando a toda la población.
La fuerza destructiva del poder
Las luchas de poder dentro de un Estado totalitario, y cómo éste puede destruir a cualquiera con independencia de si participa o no en estas batallas, es el tema central de El Palacio de los Sueños. En un diálogo en el que participan tanto el protagonista, Mark-Alem, como varios de sus poderosos familiares, dos frases resumen a la perfección el conjunto de la filosofía que contiene esta obra.
La obra de Kadaré retrata a la perfección la naturaleza del poder bajo el signo de la hoz y el martillo
La primera de ellas es: “La vida de un hombre queda perturbada para siempre una vez que se encuentra atrapada en los engranajes del poder, pero eso no tiene parangón con el drama de un pueblo entero prisionero de ese mecanismo”.
La segunda sentencia es aún más contundente, y elimina cualquier posibilidad de inocencia en aquellos que gobiernan sobre otros: “Compartir el poder significa antes que nada repartirse los crímenes”.