Pedro Benítez (ALN).- El madurismo insiste en sus maniobras de distracción. Umberto Eco señalaba que ante la opinión pública se puede tapar una crisis con otra crisis, un escándalo con otro escándalo. El chavismo ha sido experto en este tipo de estratagemas. La falsa invasión armada de la semana pasada le ha dado la oportunidad distraer la atención del principal problema que paraliza a Venezuela y que Nicolás Maduro se ha mostrado incapaz de resolver: la crisis de la gasolina.
Este jueves 14 de mayo, se supo por medio de las redes sociales que con excepción de la autopista hacia el Litoral Central, todos los accesos terrestres a Caracas fueron bloqueados por miles de conductores que protestaban por la falta de gasolina. Venezuela cumple su octava semana prácticamente paralizada por la aguda escasez de combustible.
Pero mientras eso ocurría en la capital del país, un extraño programa especial era transmitido en horas de la tarde en cadena de radio y televisión. El mismo no contó con la participación de Nicolás Maduro, como es habitual. La protagonista era su esposa Cilia Flores, Primera Combatiente de la Revolución, tal cual es el título otorgado por el régimen.
El tema no podía ser otro: la supuesta invasión armada instigada por los gobiernos de Estados Unidos y Colombia, y la presunta implicación de la oposición venezolana en la misma. Desempolvando sus conocimientos de abogada, Flores aprovechó la ocasión para deslizar una amenaza contra Juan Guaidó. Dijo que hay suficientes elementos probatorios para un juicio en su contra.
Lo que era un formato propio de una mesa de análisis pareció en algún momento un juicio donde ella fungía de fiscal acusadora y no había defensa. En los últimos 10 días el alto mando del madurismo no ha abandonado ni por accidente ese relato que repiten día y noche, y al cual van agregando progresivamente nuevos elementos como si fuera una serie de televisión.
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La preocupación del pueblo es la gasolina
Mientras tanto, el centro de las preocupaciones de la población en Venezuela no tiene absolutamente nada que ver con esa historia. A diferencia de lo que afirma Maduro, los venezolanos no están en pie de lucha esperando una invasión norteamericana, sino luchando todos los días por conseguir alimentos y gasolina.
La agudización de la crisis en el suministro de combustible está llevando hasta la desesperación todas las dificultades diarias de los venezolanos: los cortes de los servicios de agua potable y electricidad, la hiperinflación y el hambre. Luego del intento por crear una falsa ilusión de estabilidad en diciembre pasado la situación del país se ha deteriorado nuevamente en lo que va del año.
Con las refinerías operando al mínimo, con la producción petrolera a niveles de los años 40 y sin divisas en la caja, Maduro y sus funcionarios se han mostrado incapaces de resolver el problema. De nada han servido los cambios de nombres al frente del sector petrolero, con Tareck El Aisami como ministro de Petróleo y Asdrúbal Chávez en la presidencia de Petróleos de Venezuela (PDVSA), ni la supuesta asistencia de una empresa cien por ciento propiedad del gobierno ruso en reemplazo de Rosneft o el apoyo técnico iraní y chino.
Tampoco Maduro se ha decidido (típico de él) por liberar la importación privada de combustible. La crisis de la gasolina sigue siendo el tema central en la vida del país.
Sin embargo, Maduro ha tenido la habilidad de solapar (nuevamente) un problema con otro, aplicando estratagemas en las que el chavismo se ha demostrado tan ducho a través de los años.
En ese sentido el coronavirus fue su oportunidad para justificar la paralización del país y desviar la atención del problema principal. Su gobierno se ha declarado en (otra) guerra contra la pandemia. Durante un mes sus ministros y voceros no hablaron de otra cosa. Si Venezuela estaba detenida era por esta circunstancia, no porque no hubiera gasolina.
Una ficción puesto que en las zonas urbanas de menores recursos en ningún momento se han acatado las órdenes de confinamiento. Sin embargo, el discurso oficial ha estado totalmente desconectado de la realidad, exhibiendo los bajos casos de contagio como victorias épicas.
A Maduro no le ha desagradado la idea de tener a la población enclaustrada e inmovilizada. Ese es el país que sin duda a él le gustaría. De hecho, es la nueva normalidad que ha ofrecido de cara al futuro inmediato.
Pero dadas las precarias condiciones de vida de la población era una estrategia que no podía durar. Y ha durado muy poco. Desde fines de abril una ola de protestas comenzó a tomar fuerza desde los municipios más pobres del país. La decisión de fijar precios en dólares de 27 productos de consumo masivo mientras se decretaba un irrisorio aumento salarial en bolívares generó críticas dentro de las propias filas del chavismo.
Maduro se gastó en diciembre la poca plata que tenía el régimen
El discurso de la coronavirus se estaba agotando. Entonces, el pasado 3 de mayo, ocurrió la extraña Operación Gedeón. Repentinamente surgió un nuevo tema para desviar la atención. Invasiones, magnicidios, conspiraciones, Estados Unidos y Colombia, todos elementos para construir una buena trama al mejor estilo de la Cuba castrista.
Otra oportunidad para cohesionar la filas del régimen, alimentar divisiones y dudas en el campo opositor, reemplazar las noticias sobre Venezuela en los medios internacionales de la crisis humanitaria y la corrupción chavista por una invasión armada organizada nada menos que por Donald Trump. Esa ha sido una de las mejores semanas de Maduro.
Durante 10 días él, sus ministros, TeleSur y todos sus aliados no han tenido otro tema. En esto han contado con la valiosa colaboración de un marginal sector radical supuestamente opositor que no cesa de disparar desde Miami y aporta supuestos indicios siempre dirigidos a incriminar al presidente interino Juan Guaidó.
Pero lo hechos son tercos y están allí. En Venezuela hay circo pero no pan. El pasado 12 de mayo sin mucha publicidad Maduro decretó 30 días más de estado de alarma debido a la pandemia. Esa es la excusa. La realidad es que no ha resuelto la crisis de la gasolina, y aspira dejar un mes más a la mayoría de los venezolanos sin ingresos y sin servicios.
O el país se acostumbra a un nuevo nivel de precarización de su vida colectiva o Maduro resuelve de alguna manera esta crisis. Un sector del régimen
apuesta por lo primero, otro más prudente se inclina por lo segundo.
Mientras tanto Maduro espera que le caiga del cielo otra nueva oportunidad para desviar la atención y seguir ganando tiempo.