Juan Carlos Zapata (ALN).- La exsecretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, ha escrito un perfil de Hugo Chávez. Un texto en el que no faltan imprecisiones, omisiones y contradicciones. Juan Luis Cebrián, exdirector de El País, asume que la señora Albright ha querido ser equilibrada con Chávez. Pero cuidado. El libro Fascismo una advertencia puede confundir a incautos. La señora Albright señala que Chávez no fue un fascista y, sin embargo, los elementos que aporta de definición de lo que es un líder fascista, dibujan a Chávez.
De pronto el lector se encuentra con afirmaciones como esta: “La presidencia de Hugo Chávez fue la expresión de una democracia auténtica y al mismo tiempo una amenaza para esta”. ¿Quién lo escribe? Madeleine Albright en su libro Fascismo una advertencia. De pronto la cita confunde. Porque ya se sabe. De democracia auténtica bien poco la de Chávez y en cambio amenaza y destrucción de la misma es la línea de acción del chavismo. Con Chávez, el Poder Judicial, el Poder Electoral, la Asamblea Nacional, el Ministerio Público, la Contraloría General, el Banco Central, todos pasaron a ser dependientes del Ejecutivo. O de Chávez mismo que era todo el poder. ¿No lo sabían en la Casa Blanca de Bill Clinton? ¿En el Departamento de Estado de la señora Albright?
Chávez fue brutal y cruel
En el libro de Madeleine Albright hay una historia repetida –un lugar común- sobre los orígenes pobres de Chávez, que ni tan pobre era en verdad, pero es una especie que intenta justificarlo en su evolución política. Se repite la falsa versión del Chávez que en la campaña electoral de 1998 no se descubre como socialista cuando entonces ya el discurso lo desnudaba
Pero el de pronto no es tal, en virtud de que en el capítulo dedicado a Chávez, ‘El presidente vitalicio’, abundan las imprecisiones, omisiones y contradicciones al punto de expresar que Chávez ni fue “un cínico ni un sibilino” y que “nunca identificó la brutalidad con la virilidad”. Por el contrario, Chávez fue cínico y sibilino en el poder, y también brutal y hasta cruel. Que no haya masacrado a los opositores, como recoge la exsecretaria de Estado de Bill Clinton, no significa que no lo haya querido hacer. De hecho, el 11 de abril de 2002, el día de la rebelión cívico-militar que lo echó del poder, impartió la orden tajante de activar el Plan Ávila, a la cual se negaron los jefes militares por cuanto obedecerle se hubiera traducido en una masacre de proporciones gigantescas. Ese día, un grupo de matones emboscó la manifestación con un saldo de varios muertos y los asesinos fueron reivindicados como héroes. Chávez también fue brutal e inclusive cruel en el discurso y en los actos. Con la jueza María Lourdes Afiuni. Con su compadre, el general Raul Isaías Baduel. Con el excandidato presidencial Manuel Rosales. En estos tres ejemplos, Chávez acusó, sentenció y envió a paredón. Chávez fue brutal permitiendo la organización y operatividad de los círculos bolivarianos y los colectivos armados, y cínico al defenderlos y mostrarlos como estructuras hechas para la actividad social y no para sembrar el miedo y el terror y pese a las evidencias de que dispuso, nunca los desarmó, y nunca actuó contra ellos. Chávez fue brutal militarizando el discurso político y dividiendo a la sociedad. Chávez fue brutal pronunciándose por la aniquilación de la oposición a la que veía como enemiga y jamás en calidad de adversario. Chávez fue brutal y cruel pactando con las FARC y el ELN y dándole carta blanca a la Fuerza Bolivariana de Liberación, FBL, con lo que los tres grupos guerrilleros –los dos primeros de Colombia y el tercero de inspiración chavista- actuaron con impunidad en el país, matando, cobrando la vacuna, secuestrando, traficando, sembrando el miedo y el terror entre la población, y matándose y aniquilándose entre sí, protagonizando una guerra por el control de territorios. Chávez fue cruel y brutal, cínico y sibilino, dejando que la guerrilla colombiana avanzara en operaciones de narcotráfico, y con ella los carteles de México, y con ellos todos, la resultante de un Estado cómplice, de un Estado delincuente, arrojando una maraña de relaciones que parió el primer capo de rango internacional, Walid Makled, al que luego Chávez extraditó a Caracas con el fin de silenciarlo porque lo que declaraba en Bogotá a la DEA y al DAS, salpicaba a buena parte del poder chavista, incluyendo al mismo Chávez. Chávez fue brutal porque su gobierno permitió el avance de la violencia con índices y crueldad jamás registrados en el país. Y nada hizo por combatir la inseguridad. Es más, llegó a justificar el acto de robar. Chávez fue brutal en el insulto de sus enemigos, internos y externos. Y en la manera de manejar los dineros públicos: a su antojo. Chávez fue brutal y cruel sembrando odios, dividiendo todo un país.
Chávez desmontó la democracia
En el libro de Madeleine Albright hay una historia repetida –un lugar común- sobre los orígenes pobres de Chávez, que ni tan pobre era en verdad, pero es una especie que intenta justificarlo en su evolución política. Se repite la falsa versión del Chávez que en la campaña electoral de 1998 no se descubre como socialista cuando entonces ya el discurso lo desnudaba, el viaje que hizo y el discurso que pronunciara en La Habana al salir de la cárcel lo desnudaban, ya en el poder había acuñado la frase de que Venezuela se encaminaba hacia el mar de la felicidad cubano, y la entrevista-libro Habla el Comandante publicado en campaña, lo ponía más que en evidencia. Otro cantar es que la élite empresarial y política que lo acompañó, lo financió y lo respaldó se autoengañó, y ello forma parte de la historia. Lo que no sabíamos es que también la señora Albright y el propio presidente Clinton se confundieron con el torrente de palabras, la simpatía, la sonrisa del Chávez que conocieron en septiembre de 1999 en la ONU. Ahora uno se explica también el porqué de la posición comprensiva del entonces embajador de los Estados Unidos en Caracas, John Maisto, que solía decir que a Chávez había que juzgarlo por lo que hacía y no por lo que decía. La señora Albright confiesa esta perla: “Clinton era uno de los pocos que podía coincidir con Chávez palabra por palabra y por eso le había llamado la atención como me la había llamado a mí. Creíamos hallarnos ante un líder joven y apasionado que además quería solucionar los problemas… que deseaba ganarse el respeto del mundo”. Esa era la fecha del primer discurso de Chávez en la ONU, el 21 de septiembre de 1999. Y, para descargo de Clinton y Albright, fue toda una pieza en vista de la novedad del personaje y lo que proponía. En su intervención, habló de un proceso de transición democrático, humanista, en paz, explicó cómo la Constituyente iba a producir una nueva Constitución y un nuevo pacto y modelo político que comenzaría con el nuevo milenio, dijo que en ese modelo podían convivir mercado y Estado, actores privados e inversión extranjera, habló de un relanzamiento ético del país, anunció la creación del Poder Moral con el fin de acabar con el origen de la crisis que era la corrupción, y dijo que todo el proceso de transformación se produciría en democracia y que en tal sentido todos los pueblos del mundo podían estar tranquilos. Era la repotenciación de Venezuela. Se equivocaron Clinton y Albright como se equivocó el país. Se equivocaba Maisto, quien, encandilado por Chávez, ya guardaba distancia con los viejos partidos del status, AD y Copei. Albright compara en el libro a Chávez con lo que era el gobierno de Rafael Caldera, ella que visitó Caracas junto a Clinton se dio cuenta de que al país lo conducía “un grupo de ancianos bastante cansados haciendo chapuzas” en el Gobierno. Se equivocaron los empresarios que creyeron podían manejarlo. Se equivocaron muchos de los que fueron sus aliados que más tarde serían víctimas de su brutalidad, su crueldad, su cinismo y sibilismo. Y hay que entender que la señora Albrigth haya sido encandilada por el Chávez de entonces, pero lo que resulta inexcusable es que a estas alturas elabore un diagnóstico impreciso del personaje y del modelo político y económico que montó. No es que lo defienda y lo exculpe. Tal vez pretenda ser “equilibrada”, tal cual escribió Juan Luis Cebrián, exdirector de El País de Madrid, este sábado en el suplemento Babelia. Pero se trata de un equilibrio delicado. En todo caso, la propia Albright se encarga de señalar que la luna de miel con Chávez duró bien poco porque ya en diciembre de 1999, a raíz de la tragedia del estado Vargas –un deslave mató a miles de personas en el litoral cercano a Caracas-, el mandatario se negó a que Estados Unidos pudiera prestar ayuda de socorro y reconstrucción de la zona: los equipos pueden entrar pero no el personal, escribe Albright que dijo Chávez. El buque tuvo que regresar con cientos de marines y bulldozer y tractores a bordo. Lo cierto es que en 2000 ya Chávez no era el del discurso en la ONU ni mucho menos, pues como anota la señora Albright, “en cuanto tomó posesión de su cargo empezó a desplumar el pollo”; o sea: a desmontar el edificio institucional de la democracia que llevaba vigente 40 años.
El modelo de Chávez
“Chávez impulsó en Venezuela un cambio trascendental, pero de ahí no se puede colegir que hizo todo lo que prometió”. Esto se lee en el libro. Y la ironía es que Chávez sí hizo todo lo que prometió, a despecho de Maisto, sólo que escogió el modelo equivocado del rentismo al extremo, del populismo al extremo, del control político al extremo, de la manipulación del pueblo al extremo, del consumismo al extremo, y del gasto al extremo cuando hubo petrodólares para regalar. Que en lo del gasto fue cruel y brutal pues sabiendo que era casi un imposible que sobreviviera al cáncer, en 2012 permitió que se gastara al extremo con lo cual se acentuó el saqueo de los dólares y se terminó de descomponer la economía, y todo en aras de la reelección de un moribundo: él. Dice la señora Albright que con Chávez la gente disfrutó de una atención sanitaria mejor, que comió más, que tuvo la gasolina más barata del mundo y que hizo que los pobres “se sintieran parte integral del país”. Cada una de estas afirmaciones puede ser desmontada con facilidad. Los pobres para Chávez no eran ciudadanos sino votos y potenciales militantes de base de una estructura de poder. Es mentira el avance en salud, y la inexistencia de nueva infraestructura hospitalaria, así lo constata en aquellos y estos días. Y en cuanto al consumo, todo se debió a lo dicho más arriba. Los altos precios del petróleo permitieron financiar el rentismo, y una de sus expresiones, la burbuja de consumo, basada en importaciones con sobreprecio que engordaban las cuentas de los corruptos, los boliburgueses, y al mismo tiempo destruían el aparato productivo nacional, que era uno de los objetivos de Chávez, pues así debilitaba el poder empresarial, y con ello se garantizaba el reinado vitalicio. La señora Albright apunta que “Chávez desperdició enormes cantidades de dinero en proyectos que cayeron por sí solos porque no supo darse cuenta de que una compañía petrolífera”, por ejemplo, debe estar dirigida por un “experto en la materia”. No, señora Albright. Él sabía que a quienes colocaba en los ministerios, en los bancos, en PDVSA, en las empresas básicas, en las gobernaciones, desconocían la materia. A Chávez sólo le importaba la lealtad. Que lo siguieran en el plan de eternización en el poder. Los huecos generados por la mala administración le importaban poco porque podían ser cubiertos con los petrodólares que manaban en abundancia. Tan es así que se hacía la vista gorda ante el saqueo siempre y cuando el funcionario fuera leal hacia su figura y hacia el proyecto; en caso contrario, era purgado del poder. Así fue destruida PDVSA, que no era fácil de destruir.
¿Era Chávez fascista?
Como el libro trata de la amenaza del fascismo, la señora Albright introduce un punto polémico. Que Chávez no era fascista. Que el ideal que persiguió, eso sí, “lo llevó a las puertas del fascismo”. Señala esto y antes ha definido que un “fascista es alguien que se identifica en grado extremo –y dice hablar en nombre- con un grupo o una nación entera, que no siente preocupación alguna por los derechos de los demás y que está dispuesto a utilizar los medios que sean necesarios –inclusive la violencia- para alcanzar sus objetivos”. Lo sorprendente es que en Chávez pueden observarse las tres condiciones. Fue sectario. Desde que llegó al poder impuso la condición de privilegiar a los suyos, a sus seguidores, a los que se vestían de rojo, y entre los suyos a los militares y los adulantes. Por otro lado, un líder que se preocupa por los derechos de los demás, construye un modelo que funcione con el fin de generar riqueza estable. No es el caso de Chávez. El modelo era el poder por el poder. Y ello implicaba la dádiva nacional e internacional. La dádiva se transformó en despilfarro, y esto condujo a la ruina del país. A las puertas de la muerte y del fascismo, siguió despilfarrando, convencido de que la prioridad, como legado, era el poder, que el movimiento no perdiera el poder, y para mantenerlo había que dar la sensación de bonanza –ya no la había- y construir el mito Chávez, el de un líder eterno que entregó todo por el pueblo. Como bien afirma la señora Albright, un fascista “espera contar con el respaldo de la muchedumbre”. Y agregamos: Incluso hasta después de muerto. La tercera condición es más evidente. No hay dudas de que Chávez estaba dispuesto a llegar a la violencia –la guerra civil inclusive- si ella hubiese sido necesaria “para alcanzar los objetivos”. Entonces, ¿era fascista o no Hugo Chávez? Del libro se extrae alguna guía: Chávez prometió el hombre nuevo. Y esto es fascismo. En el fascismo, el líder es primero. Y esto era Chávez. En el fascismo la única verdad es la del poder y el líder. Y esto era Chávez, que mentía y manipulaba, y torcía la historia. Los fascistas son agresivos. Son militaristas. ¿Y Chávez? En el fascismo la política es espectáculo. Lo fue con Chávez. Dice la autora que el fascismo “tal vez deba ser visto no como una ideología política, sino más bien como un medio para conseguir y mantener el poder”. Y en esto de confundir, Chávez era un maestro; mostrándose a conveniencia democrático, capitalista, socialista, comunista, déspota, autoritario, fidelista, maoísta, marxista, peronista, guevarista, humanista, cristiano, bolivariano, y predicador religioso.