Sergio Dahbar (ALN).- Las obras de Leonardo Da Vinci, Rafael, Tiziano, Botticelli, Durero, El Greco, Rubens, Pablo Picasso testimonian la presencia de las mujeres como inspiración. Esposas, amantes, amas de llaves, nanas, mujeres de servicio… entraron en la eternidad de la cultura universal y se quedaron para siempre.
El alma y el cuerpo femenino fueron objeto de estudio, obsesiones y desencuentros de muchos artistas. Esposas, amantes, amas de llaves, nanas, mujeres de servicio… entraron en la eternidad de la cultura universal y se quedaron para siempre. Así lo muestra una revisión de la obra de Leonardo Da Vinci, Rafael, Tiziano, Botticelli, Durero, El Greco, Rubens, Pablo Picasso.
Elizabeth Schön (1921-2007), poetisa y dramaturga venezolana, casada con el emprendedor de la radio Alfredo Cortina (1903-1988), fue el objeto de una obra fotográfica que desarrolló su esposo en silencio, sin compartirla con nadie. Al morir, la obra fue descubierta por el artista y estudioso de la fotografía Vasco Szinetar, y hoy es un referente del arte latinoamericano, seleccionada para la Bienal de Venecia por el especialista en arte de América Latina Luis Enrique Pérez Oramas (“Es un Cindy Sherman adelantado”). El Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió 24 imágenes de esta colección.
“Cortina es el gran descubrimiento de la fotografía latinoamericana. Conecta con el arte conceptual y es sumamente contemporáneo. Trabaja un concepto seriado en un periodo sumamente largo de 40 años, lo que le hace único”, expresó Szinetar en una entrevista cuando la obra fue presentada en Madrid, en los espacios de La Fábrica, con el apoyo del Archivo de Fotografía Urbana de Venezuela, junto al fotolibro del artista con 60 imágenes.
En la obra del francés Pierre Bonnard la presencia de su esposa aparece en 385 obras. El pintor ya había encontrado la senda del arte cuando, a los 26 años, se topó en el Boulevard Haussman de París con la inefable Marthe
En la obra del francés Pierre Bonnard la presencia de su esposa aparece en 385 obras. El pintor ya había encontrado la senda del arte cuando, a los 26 años (1893), se topó en el Boulevard Haussman, en París, con la inefable Marthe. Que fue como encontrarse con una enfermedad.
La intuyó tan indefensa que la ayudó a cruzar, como si fuera una niña. Ella se convirtió rápidamente en su modelo, amante y compañera de rutina. Desconfiaba de casi todo el mundo. Por eso suplicaba que se mudaran de habitación en habitación, de hotel en hotel, en donde siempre buscaba la bañera como tabla de salvación.
La salud de su esposa exigía viajes a spa, sanatorios o centros de retiro. La belleza se había ido desprendiendo del cuerpo de Marthe como una alegría perdida. Resultaba difícil saber si se encontraban en el apartamento de París, la casa de campo Mi Caravana, o la villa rosada en Cannes.
En esos tres puntos de Francia, Bonnard acentuó la conducta reclusiva y la obsesión por inmortalizar a una esposa que se le escapaba de las manos sin cura alguna. A los 50 años, la voz de Marthe apenas podía oírse, la piel era transparente y el estado de ánimo muy débil. Murió en 1942, después de soportar los primeros embates de la Segunda Guerra Mundial y ver cómo su marido canjeaba obras de arte por mantequilla y huevos.
Otro amor que floreció en los años de la Segunda Guerra Mundial fue el de Pablo Picasso y Françoise Gilot, quizás la única mujer que sobrevivió indemne a una vida amorosa que pulverizaba a sus parejas. Gilot fue su mujer entre 1943 y 1953. De esa relación nacieron dos hijos. Es la única esposa de la que Picasso pintó un solo cuadro, La mujer flor. Al final ella lo vendió, porque, dijo, “la obra le traía mala suerte’’.
Un misterio indescifrable
El caso del pintor figurativo estadounidense Andrew Wyeth se encuentra en la esquina opuesta de Bonnard y de Picasso. Se parece más a la trama de una película taquillera de Hollywood. Wyeth nació en Chadds Ford, Pensylvania en 1917. A los 31 años presentó su obra más recordada, El mundo de Cristina (1948), pieza del realismo social americano: una mujer, una vecina de Wyeth, observa desde la hierba una casa.
Su obra casi siempre contiene personas y paisajes en dos localidades: Brandywine Valley, cerca de la localidad de Chadds Ford, donde nació, y Cushing (Maine), donde poseía una casa de descanso. Hasta 1984 toda la vida de Andrew Wyeth había transcurrido en la calma. Ese año una petición de entrevista, de la revista Art & Antiques, activó el gatillo de los desaciertos.
Wyeth afirmó que su obra no podía ser entendida si no se tomaban en cuenta 240 obras más, hasta ese momento resguardadas en secreto, pintadas entre 1971 y 1985. Esos cuadros tenían a una mujer llamada Helga como única modelo, que resultó ser la cocinera y ama de llaves de los cuñados de Wyeth.
Andrew Wyeth afirmó que su obra no podía ser entendida si no se tomaban en cuenta 240 obras más, hasta ese momento resguardadas en secreto, pintadas entre 1971 y 1985. Esos cuadros tenían a una mujer llamada Helga como única modelo
Las repercusiones de estas confesiones afectaban sin duda el conocimiento real de su obra artística, pero generaban sospechas también sobre su vida privada. La primera sorprendida con esta historia fue su propia esposa, Betsy Wyeth (con quien llevaba 46 años casado), quien podía preguntarse si su marido no era a la vez el amante de esa modelo a la que había visto en el atelier, muchas veces desnuda, durante 15 años.
El pintor había abierto una puerta que resultaba difícil atravesar. A los meses un coleccionista de Texas, llamado Leonard Andrews, compró la colección Helga por una suma millonaria.
En la edición de Time del 1 de junio de 1987 el rabioso crítico de arte australiano Robert Hughes dinamitó la farsa. Betsy Wyeth conoció siempre la historia real de los cuadros de Helga, en el periodo 1971-1985. Nunca hubo obra secreta, ni trabajo desconocido. Jamás existió romance entre Wyeth y Helga. Y el inefable comprador de Texas, Andrews, arregló previamente esta maniobra comercial con el matrimonio Wyeth y los editores de la revista Art & Antiques, para inflar los precios de la colección.
El desconsuelo de Bonnard por la fragilidad de su esposa en la bañera; las chispas que arrojaba la relación de Picasso con Gilot hasta el punto de ser la mujer que menos pintó; la segunda vida de Elizabeth Schön en las piezas mudas de Alfredo Cortina; y la trama inverosímil de unos americanos que deseaban sacarle un buen dinero al arte bajo el rótulo de terror gótico rural, muestran una singular línea de iluminaciones y ruinas humanas en la historia del arte. Donde sin duda abunda la creatividad, el talento y la imaginación, pero también la miseria, la locura y la especulación. La mujer se encuentra en el centro, casi siempre como un misterio imposible de descifrar.