Nelson Rivera (ALN).- Salvo excepciones como Chile y Noruega, el filósofo inglés Leif Wenar constata en el libro ‘Petróleo de sangre’ que los países productores de crudo “no son más ricos ni más libres ni pacíficos que en 1980”. En lo económico, asegura que “son más opacos e inestables que los no-petroleros”. Pone como ejemplos la Rusia del siniestro Vladimir Putin y la Venezuela destruida por el régimen dictatorial de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Aunque el estudio del filósofo inglés Leif Wenar se concentra en el petróleo, las tesis de su libro se refieren al conjunto de economías cuyo sustento principal es la explotación de las riquezas del subsuelo. En los capítulos introductorios de Petróleo de sangre. Sobre tiranos, violencia y las reglas que rigen el mundo (traducido por Fernando Borrajo Castanedo, Armenia Editorial, España, 2017), el autor traza un boceto de carácter planetario: la exploración del oro, el aluminio, el hierro, el litio, el estaño, el tungsteno, el itrio, el lantano o el carbotitanio -mezcla de fibras de carbono y titanio- y de muchos otros minerales, tienden a inscribirse en un modelo de explotación que es inseparable del poder.
Salvo excepciones como la de Chile, gran productor de cobre, o Noruega, país productor de petróleo que ha logrado convertir los dólares petroleros en un potente sistema educativo, en una diversificación económica y en un considerable aumento en el nivel de vida de sus más de cinco millones de habitantes, los ejemplos contrarios son inequívocos. Basta con preguntarse por el estado de la democracia en las repúblicas islámicas petroleras, en la Rusia del siniestro Vladimir Putin, en la Venezuela destruida por el régimen dictatorial de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, o en los países de África donde abundan las riquezas minerales y la violencia sexual, para que sea evidente la relevancia del libro de Wenar.
En lo económico, los países petroleros “son más opacos e inestables que los no-petroleros”, según Wenar
Antes de continuar con este comentario es pertinente señalar que Petróleo de sangre podría leerse al alimón con otro libro con el que guarda profundas correspondencias: La herencia colonial y otras maldiciones, del periodista Jon Lee Anderson, una colección de reportajes que muestran el vínculo terrible que existe entre poder, violencia atroz y riquezas minerales en Liberia, Angola, Santo Tomé, Zimbabue, Somalia, Guinea, Libia y Sudán.
Riquezas que derivan en pobreza
Una paradoja global: cuando se revisan las tendencias planetarias de los últimos 50 años se constata lo siguiente: los países sin petróleo han mejorado el desenvolvimiento de sus economías y el estatuto de sus libertades. Al contrario, “los Estados petroleros no son más ricos ni más libres ni más pacíficos que en 1980”, y, en lo económico, “son más opacos e inestables que los no-petroleros”.
Hay unas lógicas asociadas a la explotación de los recursos minerales: puesto que se encuentran en el subsuelo, están siempre bajo el control del poder político. La regla es que unas pocas personas, en todos los países, se hacen con el control de esas riquezas, aunque propaguen, como en el caso de Venezuela, que esa riqueza “es de todos” los venezolanos.
Pero he aquí que las riquezas del subsuelo tienen dos características que la convierten en un bien de carácter perverso. La primera es que es muy difícil controlar cuánto se extrae. La práctica de extraer y vender más de lo que realmente se reporta es indisociable de la economía minera. Y, lo segundo, es que los minerales, sobre todo en nuestro tiempo, se transan por dinero de forma instantánea. Es más, a medida que el conjunto de la economía del planeta se vuelve cada más dependiente de los minerales -la producción de computadoras, teléfonos móviles y tabletas, por ejemplo- los minerales adquieren un carácter cada vez más estratégico.
La adicción al dinero
El que el petróleo y el resto de los minerales puedan transarse de forma tan veloz por montañas de dinero constante y sonante, está en el nudo causal de dos hechos: la tendencia de los poderosos de los países petroleros a destruir las democracias e instalarse en el poder de forma permanente. Y, en asociación con lo anterior, al ejercicio de la violencia en todas sus formas y extremos.
Wenar dice que cada vez que cargamos combustible en nuestro vehículo, enviamos dólares a un tirano que aplasta las vidas de familias de los países petroleros
Cuando se piensa en los señalamientos que vinculan a los Emiratos Árabes y a Qatar al financiamiento del terrorismo; cuando pensamos en los petro-dictadores como Saddam Hussein, Muamar el Gadafi y Bashar al-Ásad; cuando leemos sobre la alianza entre las FARC y el poder militar venezolano para transportar alijos de cocaína colombiana desde Venezuela hacia Estados Unidos y Europa; o, la atroz realidad de la llamada República Democrática del Congo, donde ocurren 400.000 violaciones al año -léase bien, 400.000 violaciones de niñas y mujeres al año-, producto de las luchas armadas entre los distintos grupos que se disputan el control de las riquezas minerales.
Wenar no solo llama la atención sobre el efecto que producen las cadenas de suministro: cada vez que cargamos combustible en nuestro vehículo, enviamos dólares a un tirano que aplasta las vidas de personas y familias de los países que producen petróleo. Petróleo de sangre es también un llamado a resistir y a organizarse, un programa que sugiere los modos en que los consumidores pueden organizarse para romper la cadena que une a los minerales con la violación de los derechos humanos.