Rafael Alba (ALN).- La facturación de un macroconcierto con todas las entradas vendidas puede superar los tres millones de euros. La reforma del impuesto de sociedades de 2014 instauró cuantiosos beneficios fiscales para la inversión en espectáculos en directo de música y artes escénicas.
No. No se trata de optimismo puro y duro. Algunas percepciones favorables cuentan con bases sólidas. Como sucede en el asunto al que vamos a referirnos ahora. Porque los números están ahí y reflejan una realidad incontestable. Es cierto: el negocio de los conciertos ha repuntado en el último lustro y las expectativas de futuro son inmejorables. Para este ejercicio y los siguientes. Ya lo hemos contado antes aquí pero, por si no lo recuerdan, les refrescaré la memoria. Según los últimos datos oficiales de la Asociación de Promotores Musicales (APM), la patronal del sector cuyo anuario estadístico acaba de cumplir una década, en 2018, último periodo completo computado, la facturación total obtenida por la música en directo en España ha sumado la friolera de 333,9 millones de euros. Una cifra impresionante, que bate todos los récords y que supone un aumento del 24,1% sobre los guarismos del año anterior, que ya fueron calificados como históricos por los atónitos expertos.
Luego, por supuesto, hay muchas luces y algunas sombras en el magnífico cuadro. Cuando hablamos de conciertos, lo mismo no hablamos exactamente de cultura esta vez. El negocio parece haberse orientado últimamente más bien hacia esa combinación de camping, turismo rural y desenfrenos juveniles variados, que alguien ha tenido a bien bautizar con el nombre genérico de festivales. Un virus más que rentable que suele propagarse cada verano en este país. En este momento, según las estadísticas oficiales, se celebran más de 900 eventos de este tipo en España. De todos los tamaños y de todos los estilos imaginables. Y, por lo visto, el año pasado en estas citas a lo largo y ancho del territorio hispano, los organizadores y las bandas participantes fueron capaces de congregar a más de un millón de almas dispuestas a retozar en barrizales variados cimbreando sus cuerpos serranos en función del ritmo de s música favorita. Y con tanto entusiasmo, además, que, a veces, el mejor espectáculo se ofrece muy lejos del escenario.
Un auténtico festín para las marcas comerciales, sus patrocinios y sus anuncios, desde luego. Y un modo de vida salvaje y altamente rentable al que se han abonado unos cuantos grupos con tirón, nacionales e internacionales, que consiguen el sustento gracias al éxito de esta bendita fórmula que combina la música con otras actividades lúdicas de indudable atractivo. Hace años esta mina de oro parecía un coto vedado para los indies más serios y sumergidos en terribles angustias vitales que aparecían siempre armados con sus ruidosas guitarras eléctricas, pero el abrevadero crece y la fiesta se ha extendido. Hoy por hoy, el reggaetón, el trap y los nuevos estilos latinos, que celebran el hedonismo no culpable, parecen haberse instalado en la cabeza de unos carteles que conceden a estos estilos, hasta no hace mucho vilipendiados por la crítica, una pátina de respetabilidad cultureta que necesitaban con urgencia. A cambio, estos nuevos reyes de YouTube aportan un necesario cambio generacional a un público que empezaba a envejecer a ojos vista.
Gestores, intermediarios y promotores
En fin, que los festivales están bien desde cualquier punto de vista. Por lo menos si nuestros análisis se basan en la rentabilidad pura y dura. Pero no se equivoquen. Tampoco es que sea fácil forrarse con estos eventos. Hay que tener contactos, saber rapiñar aquí y allá las subvenciones y los patrocinios, acertar con las fechas y el cartel, contratar a un buen equipo de seguridad, engrasar la venta de entradas con un buen dinero invertido en promoción. Y unas cuantas cosas más. No hay tantos promotores con nervios de acero por el mundo, dispuestos a jugar en los bordes del ataque de ansiedad para hacerse ricos. No se vayan a creer lo contrario. Las complicaciones colaterales a la coordinación de un mínimo de 20 artistas repartidos en varios escenarios y distintos días vuelven agotadoras estas citas para los equipos que se encargan de organizarlas. Se gana dinero. Pero hay alguna opción mejor. Como, por ejemplo, esas actuaciones únicas de estrellas, nacionales o internacionales, capaces de llenar un estadio de fútbol sin despeinarse.
Hagamos cuentas. Aquí sólo tenemos que mantener la tensión un día, preocuparnos de un artista, o dos si hay telonero, de un par de horas de show, o cuatro o cinco si quien toca es Bruce Springsteen. Y, si la cosa va bien, repartirnos una taquilla que puede sumar tranquilamente unos tres millones de euros que, además, puede que se hayan cobrado antes del evento si la estrella tiene el tirón suficiente para ganar la carrera de las ventas anticipadas. Además, se trata de macrogiras que ya llegan organizadas de casa. Es decir que gran parte de la tensión que aportan los montajes de escenarios y otras eventualidades no llega a afectar directamente a los organizadores. Y ahí es donde entran en la ecuación los clubes de fútbol, porque son propietarios o administradores de los grandes estadios, esos recintos indispensables, con capacidad para acoger entre 40.000 y 60.000 personas, en los que los grandes artistas en la cresta de la ola pueden demostrar su poderío. Estrellas internacionales como Bruno Mars, que reunió a 110.000 personas en sólo dos conciertos en España el año pasado, o españoles como Alejandro Sanz y Manuel Carrasco que están a punto de hacer algo parecido este mismo mes en emplazamientos como el Wanda Metropolitano y el Benito Villamarín.
Aunque los gastos artísticos, de montaje y promoción de estos macroconciertos puedan superar con facilidad el millón de euros, las cuentas salen si se colocan 60.000 entradas por anticipado en una banda de precios que oscila entre los 30 euros del gallinero y los 110 euros de las localidades más cercanas al escenario, sin contar con otros negocietes marginales como los pases vip con acceso al artista. Un montón de dinero que, hasta ahora, habitualmente, los gestores de los clubes de fútbol se limitaban a ver pasar ante sus narices, cobrando lo correspondiente a la factura del alquiler del recinto. Pero las cosas pueden cambiar pronto. Porque en la organización de conciertos, junto al negocio puro y duro, hay otras ventajas que pueden beneficiar a las sociedades anónimas deportivas. Entre ellas, unos cuantiosos beneficios fiscales que podrían ayudar a estas entidades a reducir la oceánica factura de su deuda con Hacienda que, según los datos del Tribunal de Cuentas que ha publicado el diario La Vanguardia, podría rondar ya los 218 millones de euros.
Beneficios fiscales
Como explica Pedro José Contreras, coordinador del área de Derecho de Deporte y Ocio del bufete de abogados Montero y Aramburu, la nueva oportunidad que puede permitir a los clubes de fútbol sacar partido directamente de los conciertos que se celebran en sus estadios, si dan el paso y se convierten en promotores, surgió el 27 de noviembre de 2014, cuando se aprobó la Ley 27/2014 que reformaba el Impuesto de Sociedades y se incluyó en el Artículo 36/3, una disposición en virtud de la cual la organización de espectáculos en vivo relacionados con la música y las artes escénicas genera una deducción fiscal similar a la que ya estaba vigente para las producciones cinematográficas desde la década de los 90 del pasado siglo. Con la entrada en vigor de esta norma las compañías que organizan conciertos pueden deducir de su cuota fiscal el 20% del coste de la organización de los eventos, lo que incluye los gastos artísticos, los gastos de infraestructura y los de promoción.
Por poner un ejemplo, si la organización de un macroconcierto o un festival requiere gastos de un millón de euros, la deducción a aplicar sería de 200.000 euros. Además, el crédito fiscal que se genera no prescribe, de modo que puede aprovecharse en cualquier ejercicio, con independencia del año en el que fue generado. O sea que si en un momento concreto, el beneficiario de la deducción no puede restar de su impuesto de sociedades la cantidad total de que dispone (porque el límite legal fija en un máximo del 25% anual el montante de las deducciones sobre la cuota), el dinero restante se puede descontar en los ejercicios sucesivos hasta que se consuma por completo. Además, según nos explica Pedro José Contreras, la operativa necesaria para realizar este tipo de operaciones es relativamente simple. A los clubes les basta con constituir una filial participada al 100% que se encargue de desarrollar la actividad de la organización de eventos. Luego, esa empresa podría encargarse de todo. Incluso de alquilar el recinto, el propio estadio del club. Lo importante es que esa sociedad se encuentre integrada en un régimen de consolidación fiscal con la matriz, de tal modo que después sea esta la que se beneficie del crédito fiscal generado.
Otra opción es crear una Agrupación de Interés Económico (AIE), del estilo de las que suelen intervenir en las producciones cinematográficas. En este caso, la sociedad se constituye únicamente para desarrollar la producción de un evento concreto. Y es ella la que genera el crédito fiscal. Luego, el club de fútbol puede adquirir el capital de la AIE antes del 31 de diciembre del año en el que se celebró el concierto, porque el beneficiario de la deducción es siempre la compañía que sea propietaria antes del cierre del ejercicio fiscal de la sociedad que la ha generado. Algunas fuentes consultadas explican que ambas opciones empiezan a ser consideradas por algunos gestores de clubes de fútbol españoles, que quieren encontrar nuevas vías de diversificación de ingresos, más allá de las que ya les proporcionan la venta de merchandising, las visitas turísticas organizadas a los estadios y las galerías de trofeos, y el alquiler de espacios. De modo que avisados quedan. Parece que más pronto que tarde, algunos clubes de fútbol españoles van a convertirse en promotores de conciertos. Tiene su lógica, por supuesto. Hace ya mucho que este deporte dejó de ser lo que era y se convirtió en un espectáculo puro. Ahora sólo se trataría de dar un paso más.
(Publicada originalmente el 4 de junio de 2019)