Pedro Benítez (ALN).- El acercamiento entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la cúpula empresarial representada por Fedecámaras y Conindustria es una buena noticia para los venezolanos que siguen en Venezuela. Desde todo punto de vista es mucho que mejor que lo padecido en los peores años de la devastación que arrasó la economía venezolana, cuando desde modestas panaderías hasta empresas como Polar eran objeto de amenazas, fiscalizaciones hostiles y cierres arbitrarios.
Hace ya algún tiempo que en el alto gobierno comprendieron que para llenar los anaqueles necesitan a los empresarios privados. También para mostrar una imagen más amable hacia el exterior en el empeño por perpetuarse en el poder, tampoco nos engañemos.
Los empresarios, por su parte, no se pueden negar a la mano tendida de quien, desde de todo, manda en el país. Si esto lo aceptan los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea que negocian a fin de que sus compañías de energía regresen a Venezuela a explotar gas y petróleo, mucho menos quienes tienen empresas con varias generaciones de trabajo afincadas en el territorio nacional y que, lógicamente, desean que sobrevivan.
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No es colaboracionismo, es realismo. Pese a que incomode a todos los que han apostado a la política de “mientras peor mejor”, lo cierto es que no se le puede pedir a los golpeados habitantes de Venezuela que se inmolen mientras Chevron, Eni y Repsol firman acuerdos y hacen negocios. Lo que, dicho sea de paso, está muy bien. Ya se volvió a demostrar que un pueblo con hambre no tumba gobiernos. Eso del pueblo famélico que un buen día asaltó la Bastilla es un mito inculcado por la mayoría de la historiografía sobre la Revolución francesa.
Empresarios necesitan reglas claras y justas
Desde todo punto de vista ha sido preferible la devolución del Sambil de La Candelaria (basta con dar un vuelta para percibir el cambio para mejor de la zona que le rodea) y que los directivos de Fedecámaras sean recibidos en Miraflores, a que su sede sea un consejo comunal. Nunca está de más ver las cosas en perspectiva, en vez de pelearse con la realidad.
Sin embargo, dicho lo anterior, también hay que decir lo obvio: todo eso está bien, pero muy lejos (bastante lejos) de ser suficiente a fin de reconstruir a Venezuela, porque de eso se trata.
El país sigue sin un plan integral de recuperación económica y las sanciones no son excusa ni obstáculo. Siguen las colas para la gasolina y los apagones eléctricos no censan. Tampoco hay crédito. Con tres dígitos la tasa de inflación anualizada sigue siendo la más alta del mundo. No hay manera ni relato que normalice lo que también es una realidad. Esa es la otra cara de la moneda de este nuevo capítulo en la historia nacional.
Así, no se va muy lejos; para muestra el retroceso que ha evaporizado la anémica recuperación económica del año pasado.
Para que el sector privado de la economía aporte lo que la sociedad necesita de él es necesario imponerle un concepto clave: libre competencia, con reglas justas y claras para todos.
La economía de Venezuela necesita un cambio radical
Al insigne economista Emeterio Gómez le gustaba repetir dos frases, “yo defiendo al capitalismo, no a los capitalistas”; y “los únicos interesados en que funcione la libertad de mercado, son los que no han logrado entrar”. Los que están adentro no les interesa, que venga el proteccionismo y que me proteja. En América Latina el verdadero obstáculo hacia el desarrollo económico no ha sido el socialismo, sino la histórica colusión de algunos empresarios con el poder político. Ha sido esa relación, más que cualquier otro factor, lo que ha impedido el incremento del ahorro, la inversión y la productividad, que es la dinámica que hace posible el bienestar material para la mayoría de los habitantes de un país.
Esa es, con bastante probabilidad, la parte que en el Gobierno no han entendido. La empequeñecida economía venezolana necesita el cambio radical que está pendiente desde la última década del siglo pasado, pero que ahora es más necesario que entonces. El país necesita abrirse al crédito, al comercio y a la inversión del mundo entero. Eso es parte, sólo una parte, del cambio que se requiere. Lo contrario es tener empresas y trabajadores que sobrevivan en un mercado minúsculo con una economía condenada a crisis recurrentes.
¿Hacia dónde van las relaciones entre el Gobierno y los empresarios en Venezuela? Por ahora, al mutuo pacto no escrito por la sobrevivencia porque todos están en el mismo barco.