Pedro Benítez (ALN).- Afirmar, como lo ha hecho el ex presidente colombiano Andrés Pastrana que “Maduro es el jefe de Petro”, o que “está actuando como su canciller” como lo ha manifestado algún precandidato presidencial opositor en Venezuela, conseja que han repetido algunos formadores de opinión, es, por decir lo menos, poco serio.
Es el tipo de afirmaciones que hacen quedar mal a la oposición venezolana ante la comunidad democrática internacional y sólo sirven al propósito de la propaganda oficial que, de manera abierta o disimulada, propala la idea según la cual la lamentable situación presente del país se debe, exclusivamente, a los errores de sus adversarios y no a sus 25 años de políticas desastrosas y a la codicia que caracteriza a sus personeros.
Lo que no quiere decir que esos errores no hayan existido y no falta quienes insistan en los mismos, como, por ejemplo, convertir, con empeño digno de mejor causa, cada victoria opositora (pequeña, mediana o grande) en una derrota. Como botón de muestra tenemos las reacciones ante la declaración final de la Conferencia Internacional sobre Venezuela que el gobierno colombiano organizó en Bogotá, y que ha dado pie a una nueva diatriba.
En la misma, con ese lenguaje diplomático que intenta siempre no pisar callos, los participantes, se entiende, “identificaron posiciones comunes” sobre tres temas muy concretos expuestos de manera casi telegráfica:
1.- La necesidad de establecer un cronograma electoral que permita la celebración de elecciones libres, transparentes y con plenas garantías para todos los actores venezolanos. En ese sentido, se mencionó la importancia de tener en cuenta las recomendaciones de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea de 2021. (Lo subrayado es nuestro; como se recodara tras las elecciones regionales de ese año esa misión criticó las inhabilitaciones políticas arbitrarias, el ventajismo oficialista y la falta de independencia judicial).
2.- Que los pasos acordados a satisfacción de las partes vayan en paralelo con el levantamiento de las distintas sanciones. (Es decir, la estrategia de la administración Biden hacia Maduro y compañía).
3.- Que la continuación del proceso de negociación facilitado por el Reino de Noruega que ha tenido lugar en México sea acompañada con la aceleración de la implementación del fondo fiduciario único para inversión social en Venezuela
Esos tres puntos son muy distintos, por no decir todo lo contrario, de lo que horas antes desde la sede de la Presidencia de Venezuela, en el Palacio de Miraflores, en Caracas, Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional 2020, Jorge Rodríguez habían exigido como condiciones para retomar el proceso de diálogo y negociación en México. Allí tienen su respuesta.
¿Quiénes respaldan y se comprometieron a hacerle seguimiento a las mismas? Las delegaciones de 20 de países entre lo que se encuentran, nada más y nada menos, que algunos viejos amigos, aliados o cercanos al gobierno venezolano: la Argentina de Alberto Fernández y Cristina Kirchner; la Bolivia de Luis Arce y Evo Morales; el Brasil de Lula Da Silva; la España donde Pedro Sánchez gobierna en coalición con Podemos; la Honduras de la amiga Xiomara Castro; el México de López Obrador; y la Turquía Recep Tayyip Erdoğan, otro amigo aunque lejano geográficamente.
Con esa declaración y esos apoyos la oposición venezolana debería estar hoy lanzando cohetes y serpentinas.
Por supuesto, en política no está de más ser desconfiado. El presidente colombiano no arrancó con buen pie en esta iniciativa personal al pedir más democracia y el levantamiento de las sanciones para Venezuela, y agreguemos que el desempeño del embajador colombiano en Caracas, Armando Benedetti, ha sido cualquier cosa menos diplomática. Además, por su trayectoria e inclinación ideológica, Petro ha sido, y es, adversario en Colombia de los enemigos del chavismo y viceversa. En los peores momentos de la hiperinflación y el desabastecimiento de alimentos en Venezuela se permitió poner en duda las informaciones que al respecto difundían los medios en su país.
Pero en este tema en concreto ha procedido no como aliado de Maduro sino de Joe Biden. Su relación con el actual inquilino de la Casa Blanca es para él, por razones obvias, más importante que la tiene o pueda tener con Maduro.
Es más, es evidente que, más allá del repudiable hecho de que otro venezolano se tenga que exilar por razones políticas, la salida de Juan Guaidó hacia Estados Unidos vía Colombia fue acordada entre los tres gobiernos porque Maduro lo prefería fuera del país que preso, a fin de no arriesgar la negociación que lleva con los enviados de Biden. El gobierno de Estados Unidos protege Guaidó y Petro decidió entrar en ese juego.
Si el actual mandatario colombiano hubiera llegado a la Casa de Nariño hace dos décadas, es probable que por inclinaciones y simpatías se hubiera unido al sindicato que conformaron Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales, Lula y compañía. Pero le ha tocado gobernar en otras circunstancias; no con el auge de las materias primas que financiaron el populismo y la popularidad de aquel grupo aliados, amigos y socios.
Petro es presidente en la época de las vacas flacas donde los mandatarios latinoamericanos no tienen mucho margen para excentricidades. O sí, pero pagando un costo inmediato, como le está pasado a él precisamente en estos momentos. Pero otra parte, con una visión muy ideológica en ciertos temas, como la ecología, le ha caído como anillo al dedo (no todo lo tiene en contra) que actual presidente de Estados Unidos, por lo menos de la boca para afuera, asegure tener la misma perspectiva sobre los riesgos del cambio climático en el planeta. De modo que estamos ante el caso clásico del hombre y sus circunstancias.
Como mandatario Gustavo Petro tiene dos limitaciones: es un hombre con un fuerte sesgo ideológico sobre Colombia y el mundo que lo lleva pelearse con la realidad, y también tiene prisa. Si el Congreso no le aprueba la reforma tributaria y de la Salud como él la quiere, pues rompe la coalición que le ha permitido tener una super mayoría parlamentaria, que es lo que acaba de hacer.
Petro, al igual que Gabriel Boric en Chile, creyó que con su sola llegada al Gobierno muchos de los problemas de Colombia se resolverían automáticamente. Con él en el Palacio Presidencial el ELN y las disidencias de las FARC no tendrían razón para seguir alzados en armas; pero ha descubierto que eso grupos no siguen enguerrillados por razones de lucha por la justicia social, sino porque la violencia y el narcotráfico son sus delictivas formas de vida.
También se ha dado cuenta que el problema Venezuela es mucho más que la falta de compresión y buena voluntad internacional. Se abrió la frontera binacional pero los problemas de la misma siguen allí. Tiene el mismo problema que su antecesor en el cargo, Iván Duque, sólo que ha variado la estrategia. El tiempo dirá si tiene éxito. Por los momentos, en sus tres reuniones presidenciales con Maduro, en el ir y venir de funcionarios y llamadas, ha ido descubriendo la razón por la cual éste y su gente son considerados a estas alturas como un lastre para la izquierda latinoamericana. Tanto es así, que el presidente brasileño, Lula Da Silva, tan ansioso de subir su perfil internacional y, por razones obvias, líder natural de ese sector en la región, ha mantenido un sonoro silencio con el tema Venezuela.
Petro no es neutral, tiene claramente un interés. Varios de los problemas más acuciantes de Colombia se originan en la crisis del vecino. Para Gustavo Petro, Nicolás Maduro no es un aliado, es un problema más