Nelson Rivera (ALN).- 200 años después de su publicación, Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, mantiene intacta una advertencia: la vida artificial puede sobrepasarnos.
Tenía apenas 19 años cuando escribió Frankenstein o el moderno Prometeo. La precocidad de Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851) es casi incomparable. Su propia vida parece salida de una obra de ficción.
Fue hija del pensador político William Godwin, un avanzado del anarquismo y del utilitarismo. Autor de un libro muy influyente en su tiempo, Justicia política, Godwin se casó con Mary Wollstonecraft, prolífica escritora y notable precursora del feminismo -en 1792 publicó un libro titulado Vindicación de los derechos de la mujer-, quien falleció a los 11 días del nacimiento de la pequeña Mary, que era su segunda hija.
La historia del germen de Frankenstein se ha repetido hasta la saciedad. Atrapados por el clima en Villa Diodati en mayo de 1816 -conocido como “el año sin verano”-, ubicada en las proximidades del lago Leman, Suiza, la adolescente Mary, el poeta Percy Bysshe Shelley -con quien se casaría-, William Godwin, Lord Byron, John Polidori y otros, juegan a inventar una historia, cuyo resultado contenía la semilla del personaje que ha dado origen a no menos de mil obras: variantes literarias, películas, obras de teatro, series de televisión, cómics, canciones, poemas y hasta guías de viaje.
Mientras la mente de Víctor Frankenstein es incapaz de superarse a sí misma, encapsulada en sus limitaciones, en la criatura ocurre lo contrario
Un dato crucial: en sus años adolescentes, Mary Wollstonecraft Shelley era una mente curiosa y despierta, que creció en un mundo de pensadores, científicos y escritores. La riqueza simbólica de su personaje fue alimentada por su propio genio y por la abundancia intelectual en la que creció.
Una de las más poderosas ideas de Frankenstein o el moderno Prometeo es la de un monstruo que resulta más humano que su creador. A partir de piezas de cadáveres diseccionados, Víctor Frankenstein le da vida a una criatura sin nombre, particularmente fea, que mide 2,44 metros.
Como ha sugerido el crítico Harold Bloom, el personaje Víctor Frankenstein tiene algo de “idiota moral”: se aterroriza frente a su propia creación, siente repugnancia, evade su responsabilidad, lo que desencadena los hechos de la novela.
Mientras la mente de Víctor Frankenstein es incapaz de superarse a sí misma, encapsulada en sus limitaciones, en la criatura ocurre lo contrario: hay en él un impulso humano hacia los demás, que es, a un mismo tiempo, su fuerza trágica.
Doscientos años después de su publicación, Frankenstein o el moderno Prometeo mantiene intacta su advertencia: la vida artificial puede sobrepasarnos. La responsabilidad del creador no termina cuando finaliza su creación. Permanece atada a la acción benéfica o malévola de su criatura.