Sergio Dahbar (ALN).- El médico Paolo Macchiarini, pionero científico, cirujano superstar, fabricante de milagros y seductor irresistible, tuvo predecesores notables: Johann Conrad Dippel practicó alquimia y anatomía en su castillo de Alemania hacia 1700. Ese fue el origen de Frankenstein, que en 2018 cumple 200 años.
La cita se inscribió en la historia de la humanidad como el encuentro de unos seres románticos, que aprovecharon el frío inusual de un verano a orillas del lago Leman, en Suiza, en la Villa Diodati, alquilada por Lord Byron, para escribir unos textos que iban a convertirse en leyenda.
Ya el aleteo de una mariposa era capaz de cambiar el curso de los días en el otro extremo del mundo. La erupción de un volcán en los Mares del Sur produjo un tsunami en las costas de Bali. Inundó las costas de China y pobló el cielo del planeta de unas cenizas melancólicas. El frío cambió el clima del verano.
En ese ambiente se reunieron Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, su novia -que sería su esposa- Mary, su medio hermana Claire Clairmont y el médico John William Polidori. Los diálogos de estos jóvenes sobre la modernidad que asomaba en las chispas eléctricas de Benjamin Franklin y los experimentos del doctor Johan Conrad Dippel en su castillo de Alemania, donde practicaba alquimia y anatomía, encendieron la creatividad.
Allí nació un texto que en 2018 cumple 200 años, Frankenstein. A lo largo de los días, reinterpretada de mil maneras, esta creación sobre el problema ético que entraña transgredir los límites de la ciencia, sigue vivo.
Resulta imposible no relacionar el mito de Frankenstein con la historia de un médico actual, Paolo Macchiarini, que apareció en The New York Times después de realizar un trasplante de tráquea
Tan vivo y contemporáneo sigue el mito de Frankenstein, que resulta imposible no relacionarlo con la historia de un médico actual, Paolo Macchiarini, pionero científico, cirujano superstar, fabricante de milagros y seductor irresistible, que apareció en The New York Times después de realizar un trasplante de tráquea.
En realidad reemplazó una vía respiratoria defectuosa por una parcialmente fabricada con las propias células madre de la paciente. Algo que sólo era imaginado como la vanguardia de la medicina regenerativa. Ciencia ficción.
Macchiarini cruzó el umbral de los dioses en 2008, cuando creó una nueva tráquea para Claudia Castillo, paciente joven de Barcelona. ¿Cómo lo hizo? Quitó las células de la tráquea de un donante fallecido; y luego sembró esa estructura desnuda con células madre extraídas de la médula ósea de Castillo.
La paciente regresó a casa muy rápido. Según Macchiarini, el órgano artificial funcionaría como uno natural. Y debido a que fue construido a partir de las propias células de Castillo, no necesitaría la prescripción de ningún inmunosupresor riesgoso.
La carrera de Macchiarini se disparó como un bólido. En 2011, trabajaba en Suecia, en una de las universidades médicas más prestigiosas del mundo, el Instituto Karolinska, donde seleccionan anualmente al ganador del Premio Nobel de Medicina. Allí reinventó su técnica. En lugar de extraer las células de las tráqueas de los donantes, Macchiarini desarrolló tráqueas de plástico. La primera persona en recibir una fue Andemariam Beyene, estudiante de doctorado de la Universidad de Islandia. Su recuperación puso a Macchiarini en la portada de The New York Times.
Meredith Vieira, de la cadena de noticias NBC, lo entrevistó para el documental A Leap of Faith: “Imagina un mundo donde cualquier órgano o parte del cuerpo lesionado o enfermo que tienes simplemente sea reemplazado por uno artificial nuevo, literalmente hecho por el hombre en el laboratorio, sólo para ti”. Este maravilloso mundo estaba ahora al alcance de la mano, gracias a Macchiarini.
El fin del sueño
Pero este sueño se agrió, al mostrar una fea realidad. Paolo Macchiarini trasplantó las tráqueas “regeneradoras” a 17 o más pacientes en todo el mundo. La mayoría, incluido Andemariam Beyene, ahora están muertos. Los pocos pacientes que aún están vivos, incluida Castillo, han sobrevivido a pesar de las tráqueas artificiales que recibieron.
Macchiarini fue despedido del Instituto Karolinska por negligencia científica y ha sido declarado culpable de malas prácticas en más de media docena de documentos e investigaciones. Los fiscales suecos consideran reabrir una causa penal en su contra, que fue cerrada en octubre pasado.
Si no está en prisión es porque sus abogados han utilizado una coartada llamada “uso compasivo”. Macchiarini argumentó que nunca realizó investigación clínica. Sólo protegía a pacientes que enfrentarían una muerte segura sin otras opciones de tratamiento disponibles y sin tiempo que perder. En circunstancias extremas, se pueden probar nuevos tratamientos como último recurso.
En realidad reemplazó una vía respiratoria defectuosa por una parcialmente fabricada con las propias células madre de la paciente. Algo que sólo era imaginado como la vanguardia de la medicina regenerativa
En enero de 2016, Macchiarini sufrió un ataque severo de noticias adversas. Vanity Fair sacó a la luz pública su relación con la periodista Benita Alexander, galardonada productora de NBC News.
Se conocieron mientras realizaban el programa A Leap of Faith. Esta profesional de la comunicación violó una de las reglas esenciales del periodismo: no enamorarse de su fuente.
Hacia 2014 la pareja planeaba su matrimonio. Lo planificaron como una fiesta llena de estrellas. Macchiarini, como buen italiano, se jactó de tener amigos en el jet set. En la lista de invitados estaban los Obama, los Clinton, Vladimir Putin, Nicolás Sarkozy y otros líderes mundiales. Andrea Bocelli cantaría en la ceremonia. Y el Papa Francisco oficiaría la boda en el palacio Castel Gandolfo. Una boda de ensueño.
El problema es que Alexander se dio cuenta de que su amante había mentido sobre casi todo. El Papa, el palacio, los líderes del mundo, el famoso tenor, todos eran fábulas. La misma boda era una ilusión de adolescente: Macchiarini todavía estaba casado con su esposa de 30 años.
Fue tan sórdido el engaño que Vanity Fair solicitó la opinión del profesor de Harvard Ronald Schouten: “Macchiarini es la forma extrema de un estafador. Él es brillante y tiene logros, pero no puede contenerse. Hay un vacío en su personalidad que parece llenar engañando a más y más personas”.
Alguien dejó caer una pregunta: si Macchiarini era un mentiroso patológico en cuestiones amorosas, ¿no lo sería también en temas de investigación médica? ¿Engañaba a sus pacientes, a sus colegas y a la comunidad científica? La caída de Macchiarini fue rápida, como un trozo de acero que se viene abajo sin remedio. Uno puede preguntarse de todas maneras cómo se le permitió continuar sus experimentos si había dudas.
Macchiarini, como buen italiano, se jactó de tener amigos en el jet set. En la lista de invitados estaban los Obama, los Clinton, Vladimir Putin, Nicolás Sarkozy y otros líderes mundiales
La fama de Macchiarini le ganó partidarios bien posicionados. Entre ellos, Harriet Wallberg, vicerrectora del Instituto Karolinska en 2010, cuando se reclutó a Macchiarini. Ella insistió en contratarlo a pesar de que tenía referencias dudosas. Los jefes de departamento y colegas no se opusieron.
Por eso podía hacer prácticamente lo que quisiera. Por ejemplo, saltarse los protocolos más elementales. Como su investigación era radicalmente nueva, Macchiarini debería haberla probado primero en animales. No lo hizo.
Tanto en el plano de la ciencia como en el del amor, Macchiarini pudo ir tan lejos porque la gente que lo rodeaba quería creer en lo que él ofrecía. Los pacientes no se resignaban a tener una enfermedad incurable. Preferían creer en el delirio de omnipotencia de un médico que creía ser un dios. Así como su amante quiso creer que había llegado el príncipe azul, con los amigos del jet set y la boda papal.
A Groucho Marx se le atribuye el cuento aquel del señor que va a ver al médico y le confiesa que su hermano se cree una gallina. El doctor le exige que traiga a su hermano para atenderlo rápidamente. Pero el señor se niega, porque él necesita los huevos.