Daniel Gómez (ALN).- Fernando Mires, profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Oldenburg, considera que la oposición venezolana está desconectada de su gente. El vacío es tan grande, apunta, que algunas de las recientes movilizaciones están organizadas por sectores del chavismo descontento y no por los adversarios naturales de Maduro. Adversarios que se han dejado arrastrar por políticas extremistas y dictámenes de la comunidad internacional. Esto le lleva a afirmar en una entrevista con el diario ALnavío que “o aparece un cisne negro en la oposición o Maduro tiene todas las de ganar. Y más encima, la de ganar en elecciones legítimas”.
El académico chileno Fernando Mires, profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Oldenburg, Alemania, es una de las voces más críticas contra el abstencionismo en Venezuela. Para él fue un error que la oposición venezolana no acudiera a las elecciones presidenciales de 2018. Y no asistir a los comicios parlamentarios convocados para este 6 de diciembre, sería “la persistencia del error”. Un error que ha llevado a la oposición a transitar caminos más propios de la ficción que de la realidad, lo que a su vez ha generado un vacío entre partidos políticos y votantes. Un vacío del que se puede beneficiar Nicolás Maduro, hasta el punto de imponerse en unas elecciones que podrían considerarse legítimas. Mires lo explica en esta entrevista con el diario ALnavío.
-¿Por qué defiende usted que los venezolanos tienen que ir a votar?
– Pienso que hay dos posibilidades: votar o no votar. No votar no lleva a nada. Y votar puede ser una posibilidad para crear condiciones de agitación. Si hay fraude, denunciar el fraude. Y sobre todas las cosas, permitir a la gente que participe. Los sectores sociales no están conectados con las dirigencias políticas e ir a votar es una posibilidad para establecer una reconexión.
– ¿La oposición no está conectada con la gente en Venezuela?
– La oposición está muy dividida y los distintos sectores se neutralizan entre sí. Todos quieren ser parte de una unidad que a estas alturas es imposible. En primer lugar, yo haría una división entre dos sectores. Un sector quiere votar. Y un sector está absolutamente en desacuerdo con ir a votar en nombre de yo no sé qué, tal vez en nombre del fin de la usurpación, o del sueño de que Estados Unidos intervenga, o cualquier cosa por el estilo. Pero el caso es que este grupo no ha precisado su política de no votar. De hecho, puede que no votar sea una alternativa coherente, pero tienen que decir para qué, y ellos no dicen para qué. No sé si es un asunto de pura dignidad o de pura moral. Luego ocurre que, en estos dos sectores, también hay divisiones y se conforma un total de cuatro. El sector de no votantes está dividido en dos: el que representa la extrema derecha venezolana a manos de María Corina Machado y el que representa Leopoldo López, ya que Juan Guaidó para mí no es sino un representante de Leopoldo López. Por el lado de los que quieren ir a votar están los que conformaron la mesa de negociación nacional y el caprilismo, que sigue dudoso entre llamar a votar y no llamar a votar.
– Desde el sector de Henrique Capriles dicen que o se cumplen unas condiciones mínimas, o tampoco irán a las elecciones. Piden un Consejo Nacional Electoral equilibrado, un censo creíble, la liberación de más presos políticos…
– Hoy las condiciones no son peores que en 2015, por lo que no hay explicación posible para decir por qué se fue una vez y ahora no. Seguir esta línea es la persistencia del error. Un error que ha llevado al fortalecimiento del sector de Leopoldo López. La oposición en estos momentos está abiertamente conducida por Voluntad Popular [el partido de Leopoldo López] y lamentablemente los partidos de centro como Un Nuevo Tiempo y Acción Democrática se han convertido en el carro de la locomotora de Voluntad Popular.
– Antes dijo que hay opositores que se oponen a votar por un asunto de dignidad.
¿Acaso la dignidad no es importante en estos casos?
– Es que no hay mayor dignidad que la dignidad del voto. Para mí un ciudadano decide ser ciudadano en el momento en el que elige votar. En ese instante el ciudadano tiene toda su soberanía. Suponiendo que la dignidad sea un factor importante, la dignidad que se tiene que imponer es la dignidad del voto.
– Si finalmente la oposición, o una parte de la oposición, participa en las elecciones, ¿cómo convencerán a los venezolanos de ir a votar? ¿No llegan tarde?
– Creo que o aparece un cisne negro en la oposición o Maduro tiene todas las de ganar. Y más encima, la de ganar en elecciones legítimas. Porque Maduro puede decir perfectamente que las elecciones tuvieron lugar en la fecha determinada, que se ha abierto a las conversaciones con la oposición, que ha hecho concesiones, que ha abolido la Asamblea Nacional Constituyente, que ha liberado a un montón de prisioneros políticos, que ha negociado incluso el cambio de la fecha… Con todo esto puede parecer que las elecciones parlamentarias tengan algo de legitimidad, a pesar incluso del fulminante informe de la alta comisionada, Michelle Bachelet, desde las Naciones Unidas.
– Usted ha dicho que la mejor arma contra Maduro es ir a las urnas porque es el terreno donde peor se desenvuelve.
– Sí. Pero en los últimos tiempos parece que Maduro quisiera una mayor participación de la oposición. Creo que para Maduro lo ideal sería que un sector de la oposición se presentara y él ganara, pero por muy poco.
– Pero, ¿quién se fía de Maduro? Es un presidente señalado por narcotráfico, una misión de la ONU lo responsabilizó de crímenes de lesa humanidad, está el informe Bachelet… ¿Es legítimo negociar con alguien así?
– Claro. Se confunde diálogo con negociación. Con amigos se conversa. Con enemigos se negocia. Así que esto es legítimo porque no hay otra posibilidad.
– Pero la experiencia demuestra que todas las negociaciones con Maduro fracasan.
– Sí. Por un lado, está la indudable intransigencia de Maduro. Y por otro lado, la de la oposición, que siempre busca condiciones ideales. En las negociaciones auspiciadas por Noruega fueron a negociar con Maduro y le pidieron la renuncia. Esto es empezar un proceso con una pistola en el pecho. Luego están las negociaciones de Santo Domingo. Había un acuerdo sobre la mesa, pero entre otros factores influyó la incapacidad de la oposición de establecer un candidato. En parte la oposición se boicoteó a sí misma.
– ¿Puede Capriles cambiar este escenario?
– Lo que busca Capriles, y en cierto modo estoy de acuerdo, es usar el voto como medio de reconexión con los factores políticos y sociales. Me han llegado informes de que algunas movilizaciones recientes contra Maduro han llegado desde sectores del chavismo descontento. Aquí es donde el vacío de la oposición es tan grande que ni siquiera convocan movilizaciones en contra de Maduro. Las marchas que vemos hoy en Venezuela están siendo organizadas por comunistas y tupamaros.
– ¿Es posible que un sector del chavismo le dé la espalda a Maduro?
– Eso siempre es un secreto. Pero si hay una solución para Venezuela esta requiere de dos factores. Uno es una división fuerte dentro del chavismo, incluyendo militares. Y dos, una división al interior de la oposición, porque ahora los diferentes sectores de la misma se neutralizan entre sí. El propio Capriles tuvo un discurso poco entusiasta cuando llamó a votar.
– ¿Cuál es el papel de la comunidad internacional en Venezuela?
– Analizando la historia hemos visto cómo en todos los casos, en todos, la comunidad internacional se ha subordinado a la política nacional. En Sudáfrica, Frederik de Klerk y Nelson Mandela determinaron sus propias negociaciones y la comunidad internacional las apoyó. En Polonia, el apoyo a LechWałęsa viene desde el momento en el que Wałęsa estableció conversaciones con antiguos jerarcas comunistas y negoció elecciones. La comunidad internacional está para ayudar a políticas establecidas. Pero qué pasa en Venezuela: tanto el señor Guaidó como el señor Capriles están subordinando sus políticas a lo que decida la comunidad internacional y eso es absurdo, por no decir ridículo. Ni Estados Unidos ni la Unión Europea pueden decidir el destino de Venezuela. Esa dependencia es fatal, porque paraliza a los sectores políticos y sociales.
– ¿Sirve para Venezuela el caso de Bielorrusia? Allí la oposición enfrentó en las urnas a un presidente autoritario como Alexander Lukashenko.
– En Bielorrusia vimos cómo la dirigente principal del movimiento opositor [Maria Kolesnikova] estaba dispuesta a negociar. Ellos lo único que pedían era repetición de las elecciones. El problema es que Vladimir Putin no lo permite y la diferencia en este punto es grande. Mientras la oposición venezolana ha caído en los puntos más extremistas, la oposición bielorrusa simplemente quería negociar. Ellos confiaban en el apoyo de la Unión Europea, pero Chipre se opuso, así que no pudieron establecer una posición común en torno a Bielorrusia.
– Posición común que sí existe en el caso Venezuela.
– Es que lo ideal sería un intercambio. Que la oposición bielorrusa actuara en Venezuela y que las condiciones internacionales que tiene la oposición venezolana se dieran en Bielorrusia. En Venezuela no tienen un gran enemigo internacional al lado como en Bielorrusia, que es prácticamente una provincia de la Rusia de Putin.
– ¿Influirá en Venezuela lo que ocurra en noviembre en Estados Unidos? ¿Qué es peor para Maduro, que Donald Trump sea reelecto o que gane Joe Biden?
– Eso uno no lo puede saber. Lo más probable es que gane Donald Trump. Y Trump es un hombre de negociaciones. Su gobierno es uno de los que menos conflictos internacionales ha tenido porque Trump los ha rehuído. Además, Trump tiene buenas relaciones con Putin. Si Maduro no es tonto, quien mejor le conviene es Trump. A Trump no le interesan los principios ni la ética. A Trump le interesan los negocios. Y con Venezuela puede hacer un par de negocios. El peligro para Maduro es que las elecciones las gane Joe Biden. En el Partido Demócrata tienen más tradición intervencionista que en el republicano. Y es que para los republicanos lo primero son los intereses económicos de EEUU y para los demócratas prima la convicción de implantar unos derechos humanos a nivel global.