Pedro Benítez (ALN).- Luego de un año y poco más de un mes de su estrepitosa caída del poder, Evo Morales enfrenta una nueva revuelta. Pero en esta oportunidad no es de la oposición boliviana, sino de su propio partido, el MAS. A pocas semanas de su triunfal regreso a Bolivia el expresidente no ha conseguido imponer los candidatos de su gusto para las elecciones locales que deben efectuarse en el próximo mes de marzo. Desde sus propias bases son cada vez más fuertes las voces que rechazan “el dedazo”. Tal como algunos observadores preveían, la transición post Evo Morales que arrancó en Bolivia parece irreversible.
El pasado 9 de noviembre el expresidente Evo Morales regresó triunfalmente a Bolivia por la frontera con Argentina luego de un año de exilio. Esperaba que ese fuera el inicio de su reivindicación personal y el restablecimiento de su influencia política en su país. Pero han sido suficientes unas pocas semanas para evidenciar que en Bolivia las cosas cambiaron mucho en un año.
En los últimos días Morales ha protagonizado dos sonoros incidentes dentro de su propio partido. El lunes 14 de diciembre en Cochabamba, su tradicional bastión electoral, una asamblea en la que participaba para designar los candidatos del Movimiento al Socialismo (MAS) a las elecciones regionales y locales, convocadas por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) para marzo 2021, terminó en una trifulca. Una silla de plástico voló entre los asistentes hasta estrellarse en la cabeza del expresidente en medio de gritos: “Fuera, fuera, fuera” o “renovación, renovación”.
Las imágenes de inmediato corrieron por las redes sociales y los medios bolivianos. No fue un hecho aislado puesto que el viernes anterior ya se había dado una escena similar en el departamento de Potosí, donde tuvo que abandonar el local de otra asamblea partidaria protegido por sus acompañantes.
Como presidente del MAS, Morales ha estado muy activo en reuniones públicas y ruedas de prensa, pese a que se había comprometido a lo contrario. Pero su insistencia en tener la última palabra en la designación de los candidatos masistas ha tenido una fuerte resistencia, al punto de no haber conseguido imponer a algunos de sus exministros.
Las pugnas y los desacuerdos públicos se han hecho también presentes en Santa Cruz y en la sureña Chuquisaca. En otras regiones el MAS no ha logrado consensos para elegir candidaturas entre varios postulantes. El rechazo al dedazo y a las imposiciones del expresidente es manifiesto.
Morales ha intentado desviar la atención de estos hechos culpando a “la derecha golpista” de infiltrar su movimiento y a la prensa de tergiversar los incidentes a fin de intentar dividirlo. Nos están “enviando infiltrados para generar violencia”, ha afirmado.
Pero lo cierto es que Evo Morales ya no cuenta con la autoridad incuestionable que ejerció sobre el MAS cuando fue presidente de Bolivia. Estos hechos lo han puesto en evidencia.
A medida que pasan las semanas queda cada vez más claro que en las elecciones generales bolivianas del pasado 18 de octubre ganó el candidato presidencial de Evo Morales, ganó el partido de Evo Morales, pero los dos ganaron sin Evo Morales.
Esas elecciones les demostraron a los dirigentes y militantes del MAS que pueden derrotar electoralmente a sus adversarios sin su líder fundador.
De hecho, una promesa del hoy presidente Luis Arce mientras fue candidato consistió en asegurar que el expresidente no sería parte de su gobierno. No hubo entonces, y no ha habido hasta hoy, una ruptura o enfrentamiento entre los dos. Pero de manera muy elegante Arce ha dejado claro que el que gobierna es él.
Medios bolivianos han informado que los dos llegaron a un acuerdo para repartirse las tareas. Arce se encargaría del gobierno y Morales del partido. Por los vientos que soplan a este último no le está yendo nada bien.
Un cambio irreversible
En realidad el deterioro del liderazgo de Evo Morales dentro del MAS empezó desde el mismo momento que se empeñó en modificar la Constitución para reelegirse en 2016. Pero eso se evidenció de manera más clara luego que abandonó el poder en noviembre de 2019.
Mientras desde el exterior se acusaba al gobierno transitorio de Jeanine Áñez de golpista, la mayoría de la bancada del MAS en el Congreso boliviano pactaba con ella la designación de un nuevo Tribunal Electoral y el cronograma respectivo, persuadida de que cualquier escenario demostraría cuál era el primer partido del país.
La candidatura de Arce, impulsada desde su exilio por parte del propio Morales, resultó más que afortunada, pues en medio de la recesión provocada por la pandemia el elector boliviano recordó los años de prosperidad asociados a su labor como ministro de economía.
Arce atrajo con su estilo pausado a la clase media y a los empresarios que le permitieron abultar la base campesina e indígena masista.
Mientras la presencia de Evo Morales sigue creando conflictos, ahora dentro de su propio partido, el presidente Luis Arce viaja en aviones comerciales, da muestras de austeridad personal, propone a Mercosur negociar medidas para aliviar las deudas en tanto pasa la crisis provocada por la pandemia, llama a la unidad nacional y cumple su promesa electoral de enfocarse en la economía con el apoyo de un gabinete de ministros con un perfil técnico que incluye a dos empresarios.
Por lo pronto, las estimaciones del FMI para Bolivia prevén una caída de su PIB de -8% al cierre de este 2020, pero una fuerte recuperación de 5,6% en 2021.
Con ese horizonte la única amenaza posible para Arce es una nueva activación de la confrontación política que puso al país al borde de la guerra hace un año, o una división dentro del MAS que debilite su gobierno.
En cualquier caso queda claro que en Bolivia con Luis Arce en la presidencia Evo Morales no regresó al poder ni siquiera dentro de su propio partido. El cambio fue irreversible.