Pedro Benítez (ALN).- A dos años y medio de la próxima elección presidencial boliviana, la ruptura personal y el enfrentamiento político entre el presidente Luis Arce y su antiguo jefe, el ex mandatario Evo Morales, así como la consiguiente división del Movimiento al Socialismo (MAS), es un hecho inocultable. ¿La razón de fondo? La misma que llevó a la caída de Morales hace casi cuatro años: su afán de perpetuarse en el poder a toda cosa.
Si entonces la traición provino de la derecha y los malvados de la película fueron la ex presidenta interina Jeanine Áñez y el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro; ahora el mismo rol lo protagonizan el (ex) compañero Arce y su equipo de gobierno, a juzgar por la cadena de mensajes que Morales ha enviado desde su cuenta X (ex Twitter) en días recientes.
Desde allí ha denunciado un presunto plan por parte del gobierno de Arce de “inhabilitarnos con el Tribunal Constitucional”; “proscribir al MAS-IPSP y defenestrarnos con procesos políticos, incluso eliminarnos físicamente”; además de “intenciones que tienen de detenernos y entregarnos a EEUU”.
Una lucha que escala
Por su parte, Arce participó este lunes pasado en una reunión con las cinco organizaciones sociales que componen el MAS; encuentro que Morales ha interpretado como un intento de desconocer su eventual candidatura presidencial en el congreso de esa organización que él ha convocado y a efectuarse en los próximos días. De modo que la división que empezó en el gobierno, luego pasó al parlamento boliviano entre arcistas y evitas en la bancada del MAS, ha llegado al seno del movimiento que ha gozado del amplio favor del electorado de ese país desde hace tres lustros.
La amarga pelea entre los dos se inició la misma noche de las elecciones presidenciales de octubre de 2020, en la cual Arce obtuvo una amplia victoria. Considerado la cara amable del MAS, el ex ministro estrella de Morales fue recibido por los empresarios, la clase media, la comunidad internacional y hasta por buena parte de la oposición con alivio. Él sería la oportunidad de superar las secuelas de la crisis política de 2019 y de la debacle económica del 2020. El flamante mandatario se comprometió a dedicarse a gobernar él, respetando el liderazgo político de Morales quien siguió siendo presidente del MAS. Durante esa campaña electoral y al inicio de su mandato lo dejó muy claro: “Si Evo Morales quiere ayudarnos, será muy bienvenido. Pero no significa que Morales estará en el gobierno. Será mi gobierno”.
Evo Morales eleva los decibeles
No obstante, la división de tareas no fue posible y el inicial distanciamiento se fue agravando a medida que éste último se dejó llevar por la tentación de interferir en los asuntos potestativos de su heredero político. Lo mismo en lo que cayeron en su día, Rafael Correa con Lenin Moreno, Álvaro Uribe con Juan Manuel Santos y más recientemente Cristina Kirchner con Alberto Fernández. Eso Luis Arce no se lo aceptó a Evo Morales.
Con su estilo pausado, sin estridencias, se resistió a las presiones de cambiarle a sus ministros del Gabinete e hizo de la defensa de dos de ellos, el de Gobierno, Eduardo del Castillo y de Justicia, Iván Lima, una muestra de su propia fuerza. La mayoría oficialista en el parlamento llegó a censurar a del Castillo. Por su parte, con el paso de los meses Morales le fue subiendo los decibeles al conflicto quebrado al bloque masista en la Asamblea Legislativa boliviana y aliándose con la oposición a fin de bloquear a Arce. La misma oposición a la que acusa en el exterior de golpista, racista y reaccionaria.
Eso sí, críticas no se ahorró cuando Arce y un grupo de diputados masistas de la región oriental llegaron a un acuerdo con el siempre conflictivo departamento de Santa Cruz, el más rico de Bolivia y tradicional bastión de la oposición más radical, a fin de que sus líderes cesaran un paro general que acompañaron con el bloqueo de calles y rutas, en protestas que dejaron 4 muertos y 178 heridos.
Enfrentamiento agrio
Sin embargo, el punto de quiebre ocurrió el pasado 19 de agosto en la reunión de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb), uno de los movimientos sociales más importantes del MAS. Ese día la dirección sindical quedó dividida entre arcistas y evitas, con 450 personas heridas luego de una batalla campal entre las dos facciones en la que la policía se vio obligada a intervenir.
Desde entonces el enfrentamiento se ha hecho más agrio, con la expectación puesta en el congreso del MAS que Morales ha convocado para este 3 octubre, pero que la facción de Arce no reconoce y hará su convocatoria aparte 15 días después.
Así las cosas, para los medios bolivianos luce inevitable que la decisión de determinar quién controla el principal movimiento político de ese país termine en el Tribunal Superior Electoral (TSE); la misma instancia que permitió la reelección de Morales en 2017, pese a haber perdido el referéndum popular sobre ese tema el año anterior.
Luego de meses de guerra fría el divorcio para ya es un hecho consumado. Para el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera el MAS está cometiendo “suicidio electoral”.