Nelson Rivera (ALN).- La precariedad en el uso de la lengua es el primer ejército que amenaza al español. La corrección, que es el segundo y cada vez más poderoso ejército contra la lengua española, va dirigida a impedir que las personas se expresen como piensan: se censura y se estimula la autocensura. El tercer ejército contra la lengua española, también diseminado de forma alarmante, a pesar de las resistencias y las reiteradas denuncias que se vienen haciendo desde hace unos cinco años, es la presión que ciertas políticas de género han puesto en marcha para desconocer el plural genérico masculino.
Paradójico: en tiempos en que la lengua española se proyecta vigorosa y dueña de un gran potencial, una serie de fuerzas hostiles están actuando para limitarla o debilitarla. Sus números impresionan: entre las más de 6.500 lenguas activas que hay en el mundo, es la segunda lengua materna por número de hablantes: alrededor de 480 millones. Ocupa el mismo segundo lugar en Facebook y Twitter. Tercera como la lengua de más uso en internet.
Otros 120 millones la tienen como segunda lengua: la hablan en el espacio de sus hogares (como ocurre a menudo con los emigrantes en Estados Unidos y en países de Europa). Se estima que alrededor de 23 millones de personas estudian español en los cinco continentes. En una medición del Eurobarómetro del 2019, preguntaron a jóvenes entre 15 y 30 años, cuál es el idioma que les gustaría aprender: en 20 de los 28 países de la Comunidad Europea, el español lideró las respuestas, por encima del alemán y el francés. Ahora mismo, lo advierte un informe del British Council, el español es la lengua extranjera más estudiada en el Reino Unido.
Un dato más que habla del empuje y fuerza del español: lo que está ocurriendo con el sitio web de la Real Academia Española (RAE), cuyo número de consultas viene creciendo de modo asombroso en los últimos años, y que, en mayo de 2020, recibió nada menos que 100 millones de visitas de personas interesadas en resolver dudas sobre el manejo adecuado del español.
Vivir con unas pocas palabras
Simultáneamente, mientras el idioma crece año tras año -en la última década la Real Academia Española ha incorporado varios miles de palabras-, el español vive un alarmante empobrecimiento de uso. Conviene recordar que el diccionario de la RAE tiene más de 88.000 voces, y que el Diccionario de Americanismos tiene otras 70.000 voces y más de 120.000 acepciones. Se trata de un caudal histórico, de experiencias y cultura, de significación y capacidad de nombrar la realidad, simplemente extraordinario. Exorbitante y casi inimaginable.
Estudios realizados sobre los sistemas educativos muestran, por ejemplo, capas enteras de jóvenes en buena parte de América Latina que, al finalizar la educación media, tienen un bagaje lingüístico que no supera las 300-400 palabras. Eso significa, ni más ni menos, que su visión del mundo y de la complejidad, signo de la época, es extremadamente limitada y superficial.
No sólo carecen de capacidad para leer con suficiencia manuales, textos periodísticos, instructivos o de divulgación, sino que las operaciones mentales que es posible hacer con ese instrumental tan escuálido, serán, inevitablemente, simplificadoras y reduccionistas. Se trata de una problemática dolorosa y en crecimiento. Basta con detenerse en los reportajes televisivos que se hacen en cualquier parte del ámbito hispanoparlante, para constatar, frente a las cámaras, jóvenes y no tan jóvenes titubeando, despachando lugares comunes, muletillas y pequeños puñados de palabras huecas, que producen la sensación de vivir ajenos a las realidades de nuestro tiempo.
Esta precariedad de uso no sólo coarta el potencial expansivo y de enriquecimiento de la lengua: también afecta la calidad de los intercambios humanos y sociales, socava la convivencia y pone serios obstáculos a prácticas como el diálogo político y social, fundamentales para la democracia. La precariedad en el uso de la lengua es el primer ejército que amenaza al español.
Lo importante no es nombrar sino crear víctimas
Vivimos una época en que la corrección política pasó de ser una conducta defensiva -evitar ofender a minorías de cualquier índole-, para adquirir el estatuto de política ofensiva y perseguidora, en pleno auge, especialmente propagada por entidades académicas, fuerzas políticas y medios de comunicación, que cerca la posibilidad de expresar libremente las ideas e impone fórmulas tiesas, prácticamente en todos los ámbitos de la cotidianidad. Ya no hay presos sino privados de libertad. Ni cárceles sino establecimientos penitenciarios. Ni guerras sino conflictos bélicos. Ni pobres sino desventajados. Ni marginales sino personas-cuyos-ingresos-están-por-debajo-de-las-necesidades-mínimas. Ni siquiera hay crisis sino nueva-normalidad. La vivacidad y carnalidad de la lengua se han ido reemplazando por eufemismos y frases notoriamente largas.
La corrección, que es el segundo y cada vez más poderoso ejército contra la lengua española, va dirigida a impedir que las personas se expresen como piensan: se censura y se estimula la autocensura. Se cercenan géneros como la sátira y el humor. En nombre de la hipersensibilidad de otros, se imponen códigos que son formas inquisitivas, ejercidas con el manto de la justicia.
Pero hay una cuestión de fondo que es necesario recordar: por una parte, los eufemismos cubren con un velo los hechos o victimizan lo que tocan. La corrección se vuelve una operación de ingeniería semántica, que remplaza la experiencia y el vínculo que cada quien tiene con la lengua, por un formulario que legitima la intolerancia. Y, como ha dicho el pensador Félix Ovejero, “facturar palabras” o expresiones que suplantan las existentes, no mejora las cosas. Las mantiene como estaban, pero envueltas en atenuaciones o falsas apariencias.
El ataque de género
El tercer ejército contra la lengua española, también diseminado de forma alarmante, a pesar de las resistencias y las reiteradas denuncias que se vienen haciendo desde hace unos cinco años, es la presión que ciertas políticas de género han puesto en marcha para desconocer el plural genérico masculino, cuyos avances alcanzan niveles de bochorno, como la expresión “miembros y miembras” utilizada por algunas autoridades del Estado español.
El ataque de género al español viene recubierto, otra vez, de una tesis justiciera: la promoción de un lenguaje inclusivo, que promueve la duplicación -una suerte de operación de desdoblamiento, principalmente de los sustantivos-, que obliga al uso del masculino y el femenino, en favor del igualitarismo de género.
El extraordinario documento de la Real Academia Española, de enero de 2020, emitido por la institución a solicitud del gobierno de España es inequívoco: sexista no es el lenguaje por sí mismo, sino uno de los usos posibles de la lengua: “En algunos ámbitos se ha difundido la idea de que el masculino genérico es una herencia del patriarcado. Su uso es lesivo para la mujer, por lo que se ha de evitar en el discurso. Sin embargo, esta tesis carece de fundamento. El masculino genérico es anterior al masculino específico y su génesis no se halla relacionada con el androcentrismo lingüístico”. La sección octava, dedicada al análisis de los “desdoblamientos o duplicaciones de género”, deja claro que ese empeño es inviable, riesgoso y entorpece la fluidez del idioma.
El debate ha permitido a los expertos recordar que las normas de uso de la lengua no son imposiciones de la RAE, sino que provienen del modo en que la mayoría, durante un tiempo sostenido, hace usos determinados del español. Así es como se crean las convenciones, los códigos que hacen posible la comunicación entre los humanos.
Los desafíos de la era digital
Podrían mencionarse otras fuerzas, como la campaña que, en España, ha unido a separatistas e izquierdas, y ha logrado aprobar una ley que despoja al español de su categoría de lengua vehicular de la enseñanza. Escribía Mario Vargas Llosa en diciembre de 2020: “Sin embargo, contrariamente a lo que sería natural, el regocijo y el orgullo de un país cuyo idioma ha ido adquiriendo con el correr de los siglos una universalidad que sólo tiene por delante al inglés (…) hay desde hace algún tiempo una campaña de parte de los independentistas y extremistas para rebajarla y disminuirla, cerrándole el paso y procurando (muy ingenuamente, claro está), abolirla y reemplazarla”.
Esa contrafuerza olvida que la lengua es más que un mero instrumento: en sus palabras y construcciones se guarda una historia diversa y una cultura extraordinariamente rica y compleja. Una lengua es, a un mismo tiempo, un modo de vivir y un patrimonio. En el caso del español, es nada menos que el gran vehículo que cruza el Atlántico y comunica la península ibérica con el continente americano.
Y olvidan los enemigos del español, que las proyecciones señalan que hacia el 2050 su número de hablantes sumará más de 748 millones y que muy posiblemente habrá superado al inglés como lengua primordial de los intercambios comerciales. Así las cosas, lejos de menoscabarla, lo que corresponde preguntarse es cómo aproximar al español a la tecnología, qué hacer para que se multiplique el número de robots que lean y hablen en español, qué acciones hay que tomar para que el español sea cada vez un mayor protagonista de la era digital.