Pedro Benítez (ALN).- ¿Por qué Nicolás Maduro aceptaría dialogar con el enemigo que lo sanciona y bloquea? ¿Por qué “altos funcionarios” de su régimen conversan con el imperio? La respuesta es que la revolución chavista tiene precio. Siempre lo ha tenido. En Washington lo saben.
“Le hizo una oferta que no pudo rechazar” es la célebre frase de El Padrino, la novela Mario Puzo llevada luego al cine. En el chavismo gobernante muchos están a la espera de esa oferta. Por eso hablan. Por eso dialogan. Esa es su auténtica motivación.
No la revolución. No la numantina guerra de resistencia que ofrece Diosdado Cabello (y que en el propio chavismo nadie cree). La codicia más por el dinero (que garantiza una “buena vida”) que por el poder (que no es garantía) es el verdadero flanco débil de la revolución instaurada por Hugo Chávez, quien edificó el régimen comprando voluntades, no enviando a sus enemigos al paredón como hace 60 años hicieron Fidel Castro y el Che Guevara.
Los pedazos de ese fabuloso botín es lo que muchos de los “altos funcionarios” de Nicolás Maduro quieren preservar. En la Casa Blanca lo saben. Es lo que el equipo de Donald Trump está dispuesto a negociar a cambio de que se le liberen a los millones de venezolanos rehenes. Eso es más barato que ir a una guerra. Pragmatismo duro y puro.
Comenzó comprando a los mandos de las Fuerzas Armadas por medio del Plan Bolívar 2000. Nunca se supo, ni se investigó, ni se dejó investigar, cuánto dinero manejado en efectivo por los comandantes de guarniciones, sin auditoria, ni rendición de cuentas se perdió. Se aplicó el “dejar hacer, dejar pasar”.
A continuación, aprovechándose del mayor auge de precios del petróleo de la economía moderna compró mediante un masivo y descarado populismo a su base electoral en cuatro comicios presidenciales sucesivos. Se repartieron bolsas de comida, becas, subsidios directos, neveras, lavadoras, televisores plasmas, automóviles y hasta apartamentos, y prometiendo que en el futuro se repartiría más.
También intentó comprar (sin demasiado éxito) a la rebelde clase media venezolana con cupos de dólares, importaciones y gasolina subsidiada.
Pese al hostigamiento oficial y las expropiaciones no faltaron algunos hombres de negocios que desde el sector privado (la boliburguesía) hicieron fortunas casi increíbles con todo tipo de conexiones con el Estado.
En el medio de todo eso la estructura de poder chavista fue alimentada con la compra de plantas eléctricas y equipos militares rusos sin licitación, contratos asignados a dedo a empresas de países aliados (como la constructora brasileña Odebrecht), impunidad para los operadores de bonos y divisas, saqueo de alcaldías y gobernaciones de estado, millonarias comisiones en compraventa de inmuebles por parte de administradores públicos e importaciones masivas de alimentos.
Es probable que no exista modalidad alguna de corrupción de los recursos públicos que el chavismo no haya puesto en práctica en las últimas dos décadas.
Eso ha sido el movimiento de fundado por Hugo Chávez en el poder. Se le puede comprar. Es su naturaleza. Pero ¿cuánto vale?
En una reciente entrevista el enviado especial para Venezuela por parte de la Casa Blanca, Elliott Abrams, asoma un dato: 200.000 millones de dólares. Es la cifra que estima el chavismo se ha robado. Abrams agrega: “Hay mucho dinero ilícito por ahí. Y muchos de esos tipos quieren comprar su regreso”.
Curiosamente, aunque no por casualidad, ese número se aproxima a los 256.000 millones dólares que según tres exministros de Chávez, Ana Elisa Osorio, Jorge Giordani y Héctor Navarro fueron desviados y malversados en la última etapa del expresidente y en la primera de Nicolás Maduro.
Eso es mucho dinero. Mucho dinero que ocultar y salvar. Más que el Producto Interno Bruto de la mayoría de los países del mundo. Más que el de Venezuela hoy, y por supuesto más que toda su deuda externa. Es decir, un país que fue literalmente saqueado.
Los pedazos de ese fabuloso botín es lo que muchos de los “altos funcionarios” de Nicolás Maduro quieren preservar. En la Casa Blanca lo saben. Es lo que el equipo de Donald Trump está dispuesto a negociar a cambio de que se le liberen a los millones de venezolanos rehenes. Eso es más barato que ir a una guerra. Pragmatismo duro y puro.
En la ruta del dinero chavista, en esos 200.000 millones de dólares, puede estar la clave. Por eso el miedo, más que temor, a las sanciones europeas por parte de Maduro. A las sanciones personales. No a las financieras y comerciales contra lo que queda de la industria petrolera venezolana. Es a las sanciones personales que impidan mover el botín y moverse a los beneficiarios. Por eso el ministro Jorge Rodríguez va a volver a la mesa de negociaciones en Barbados. Por eso no se levantó hace tres semanas.
Por eso esa ha sido siempre, e invariablemente, su primera y única demanda a la oposición. Es lo que el entramado cívico/militar chavista desea que Maduro le resuelva.
El poder chavista irse con el dinero para países como Rusia, China y Turquía, precisamente a donde no quieren ir porque resulta que sus aliados no son democracias, no tienen Estado de derecho y la propiedad privada al final del día depende del criterio del autócrata de turno. Los jerarcas chavistas quieren las garantías que ellos no están dispuestos a darles a los venezolanos.
La otra alternativa es la oferta de Trump; sanciones a cambio de Maduro. Es muy cruda, poco elegante, pero probablemente sea una oferta que no puedan rechazar.