Pedro Benítez (ALN).- La desaparecida Unión Soviética (1922-1991) pretendió ser el centro de la revolución proletaria mundial exportando su modelo comunista al resto del mundo. La Rusia de Vladimir Putin patrocina los nuevos modelos de capitalismo autoritario y bajo control político. Es el plan de confección rusa para la Venezuela de Nicolás Maduro lo que está detrás de la Ley Antibloqueo. Del socialismo del siglo XXI al capitalismo a la rusa.
En algún momento de 2019 diplomáticos rusos les dijeron a los representantes del gobierno interino de Juan Guaidó que lo que procedía para Venezuela era una transición económica, no política. Que eso era lo realista. Y pudieron agregar que eso también es lo que le conviene al señor del Kremlin, Vladimir Putin.
No deja de ser impresionante el enorme esfuerzo económico que hace el gobierno de Rusia, con un PIB del tamaño de Corea del Sur e inferior a los de Brasil o Canadá, para aparentar tener una influencia global similar a la de Estados Unidos con una economía por lo menos 10 veces más grande.
Pese al costo y la distancia Putin prefiere intentar sostener a un aliado que sea un foco de perturbación en Suramérica y, de ser posible, que sirva de modelo a otros autócratas enemigos de las democracias en el resto del mundo. Es así como se acercó hace varios años al régimen chavista. Pero a diferencia de los chinos que (al menos en el caso de Venezuela) sólo quieren cobrar unas deudas pendientes e irse, los rusos tienen un plan político.
Basta con seguir las transmisiones en español de la cadena Russia Today (RT) en español. Allí donde un gobierno latinoamericano tenga problemas, RT le sube el volumen comunicacional. Fue lo que vimos el año pasado durante la ola de protestas que empezaron en Chile, y siguieron en Ecuador y Colombia.
No es que el presidente ruso sea comunista (aunque coincide con grupos de extrema izquierda). Es amigo de los enemigos de sus enemigos: las democracias occidentales.
Putin sabe, como lo ha expresado públicamente, que el socialismo no funciona. La misma conclusión de los jerarcas de la República Popular China. Los autócratas del siglo XXI son conscientes de que aquellas ideas de tierras y fábricas colectivizadas, de una sociedad sin clases y sin dinero, no son un sueño, son un desastre. Por lo tanto son crudamente sinceros. Necesitan dólares y comercio. Para eso necesitan empresarios privados. Gente que quiera ganar dinero. Pero a la que puedan controlar. Ese es el proyecto.
Nada de utopías, ni de problemas con la desigualdad entre los seres humanos o con el dogma de fe neoliberal. Lo de ellos es el poder. Y sostener el poder cuesta dinero.
Es lo que los asesores rusos le han vendido a Nicolás Maduro. Si quiere ayuda tiene que dejarse ayudar. Nada de socialismo. Capitalismo puro y duro. Eso sí, bajo control. Putin sabe de esto.
Del sueño socialista de Hugo Chávez ni hablar. Los asesores rusos mayores de 50 años recuerdan perfectamente (porque lo padecieron) el desastre de la economía soviética, la causa de la desaparición de la URSS. De modo que no les extraña para nada la devastación acontecida en un país con los enormes recursos de Venezuela.
Sin embargo, ven una oportunidad. Para hacer negocios y para perturbar al vecindario americano.
La hora de los amigos
En algún momento (¿2018?, ¿2019?), detectaron a un grupo dentro de Venezuela que piensa como ellos. Lo que el fallecido diputado chavista Luis Tascón bautizó hace una década como “la derecha endógena”. Dirigentes del chavismo más pendientes de hacer dinero que de cambiar el mundo. Un grupo, cuyo operador más visible es Tareck El Aissami, que lleva tiempo esperando el momento de persuadir a Maduro para que deje de lado el legado de Chávez, las expropiaciones, la guerra al sector privado y a los Luis Salas y Pascualina Curcio. Nada de la izquierda radical. Es la hora de los empresarios amigos. De los inversionistas rusos, turcos e iraníes.
Maduro y El Aissami no están llevando a Venezuela a la economía comunal, con intercambios basados en el trueque y en los saberes creadores del pueblo.
De 2019 a esta parte se han liberalizado importaciones, no han ocurrido más fiscalizaciones compulsivas del Instituto para la Defensa de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios (Indepabis). La vida cotidiana se va dolarizando. Nadie se acuerda de la ley de precios y ganancias justas, mientras que sin querer queriendo se hace un draconiano ajuste en el sector público. Resulta paradójico, además, que este giro ocurra justamente en medio de las sanciones comerciales estadounidenses.
En cierta manera este era un desenlace previsible. Esa es la historia de los populismos. Aprovechan un auge externo (en el caso venezolano, el mayor boom petrolero de la historia) para incrementar salarios, beneficios, dádivas, e incrementar también el gasto público en nombre de la justica social. Como por lo general no alcanzan los ingresos se aprovecha la buena época para pedir dinero prestado. Por un tiempo se dopa a la sociedad y la mayoría parece satisfecha.
Pero cuando llega la época de las vacas flacas no hay nada ahorrado y están endeudados. Sólo queda hacer el ajuste o imprimir e imprimir más y más dinero sin respaldo para disimular. La inflación explota, la moneda nacional se devalúa, la economía colapsa, los salarios reales se convierten en agua entre las manos, y las grandes mayorías a las que se quería supuestamente favorecer terminan siendo más pobres y miserables que al inicio del proceso.
Es la historia que en América Latina se ha repetido una y otra vez desde Getulio Vargas y Juan Domingo Perón a esta parte. Con Hugo Chávez, Venezuela experimentó un populismo con esteroides socialistas que le reventó a Maduro. La respuesta de este ha sido imprimir dinero y desatar la represión.
Pero el populismo (como el socialismo) siempre termina igual: aceptando de la peor manera posible lo que combatió. Y en esas estamos con la asesoría de los hermanos rusos, y un par de asesores ecuatorianos enviados por el expresidente Rafael Correa (hoy empleado de Russia Today). Una de las pocas personas a las que Maduro presta atención.
Mientras tanto, el populismo latinoamericano (versión socialismo del siglo XXI) sigue capeando el temporal. Apostando a las maniobras de Cristina Kirchner en Argentina, a los candidatos de Evo Morales y Rafael Correa en Bolivia y Ecuador respectivamente, y que Maduro siga resistiendo. O más bien los venezolanos. Todo con apoyo de Rusia y en las narices, otra vez, de Washington.