Rafael Alba (ALN).- La poderosa manager Rosa Lagarrigue ha ganado el primer asalto de la batalla judicial contra Alejandro Sanz, quien ya ha anunciado que recurrirá la sentencia que le condena a pagar a su antigua representante 5,4 millones de euros. En los últimos años, Lagarrigue ha dejado de trabajar con artistas de la talla del propio Sanz, Miguel Bosé, Melendi o Malú.
Quizá ya estén al tanto de la noticia o quizá no. Pero es bastante probable que sí, porque ha ocupado mucho espacio en la prensa generalista en los últimos días. Y eso no suele ser habitual, cuando nos referimos a los litigios empresariales que se producen en la siempre opaca trastienda de la industria musical española. Pero esta historia supera esa ley del silencio porque es un melodrama judicial de pantalón largo, lleno de morbo y suspense que mantiene en vilo al sector y sus aledaños y que tiene todo lo necesario para triunfar en el horario de máxima audiencia. Nombres famosos, desavenencias públicas, luchas de poder, toneladas de dinero fresco en juego y lealtades históricas puestas en entredicho por acontecimientos recientes, jamás completamente desvelados. Un festín para la prensa del corazón, desde luego. Y un pastel ante el que los periódicos habitualmente considerados como serios, no pueden permanecer indiferentes. Más aún, cuando uno de los principales personajes es el muy popular Alejandro Sanz y, además, su antagonista, es una mujer poderosa y supuestamente oscura y manipuladora, a quien, en teoría, le viene como anillo al dedo el papel de villana en este culebrón.
Aunque las cosas no siempre son lo que parecen a primera vista, claro. Pero, a veces es difícil diferenciar la realidad de la ficción. Sobre todo si en un lado del ring figura una simpática estrella internacional a quien el público adora y en el otro una profesional silenciosa y fría, desprovista de glamour, cuyo nombre, además, empezó a ser conocido no hace demasiado a cuenta de otro sonado divorcio profesional, el que ella, Rosa Lagarrigue, protagonizó junto a Miguel Bosé, su gran amigo de la infancia. Así que, por si acaso, no se apresuren a la hora de repartir culpas. Por mucho que sea verdad que la historia del negocio musical esté plagada de managers sin escrúpulos, como el siniestro Coronel Parker, por ejemplo, que convirtió en un muñeco diabólico al propio Elvis Presley, y es el santo patrón de todos los presuntos estafadores que ha habido y habrá. Sin embargo, a veces los estereotipos y las etiquetas no pueden aplicarse automáticamente a cualquier suceso. Y quizá estemos ahora ante uno de esos casos en los que los trazos de brocha gorda sólo contribuyen a oscurecer un panorama que nunca estuvo demasiado claro. O a lo mejor no, cualquiera sabe.
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Lo cierto es que la batalla entre Sanz y Lagarrigue es un nuevo y trepidante episodio en la saga de las deserciones fratricidas que han obligado a reinventarse a quien fuera hasta hace muy poco la manager más poderosa de España. La mujer que al frente de RLM -una compañía que estuvo integrada en el Grupo Prisa (empresa editora del diario El País) hasta el pasado año- llegó a tener en cartera simultáneamente a los mentados Sanz y Bosé, junto a Malú, Melendi, Ana Torroja, y Raphael. Tiempos de gloria ya pasados. Hoy, sólo los dos últimos siguen con ella, tras producirse en esa constelación de estrellas una sucesión de rupturas de distintos tipos, unas más silenciosas que otras. Pero la empresa se ha reforzado bien, a pesar de las dificultades. Y ahora cuenta con varios primeros espadas de la última generación como Rozalén, Bely Basarte o Andrés Suárez, y parece en condiciones de superar el bache. Nadie podía esperar menos de alguien que dio sus primeros pasos junto al bello Miguel, con quien compartió el patio del recreo del Liceo Francés hace muchos, muchos años, y fue fundamental luego en el éxito de Mecano, y en los inicios profesionales de algunos de los nombres más sonoros de la primera edición de Operación Triunfo.
Las rupturas de Lagarrigue
Pero volvamos a este último combate. De momento, Lagarrigue ha ganado la primera batalla en su guerra con Sanz. A mediados de este mes, un juez del Juzgado número 74 de Primera Instancia de Madrid, ha condenado al cantante a pagar 5,4 millones de euros a su antigua manager por haber roto unilateralmente hace tres años el contrato de representación que les unía. Sanz anunció casi inmediatamente que recurrirá esta sentencia. Un dictamen costoso que ha resultado ser una derrota agridulce en la cruenta disputa que se viene desarrollando entre ambos desde que el artista decidió separarse de la mujer que dirigió con mano firme su carrera a lo largo de casi dos décadas y media. La misma que se hizo cargo de él, cuando era un chiquillo de Moratalaz que quería probar suerte en el mundo del espectáculo y le llevó de la mano hasta la cima. Y la misma que luego, tras el sonoro y nunca bien explicado portazo con el que se despidió de ella, llevó a los tribunales a quien fuera el niño de sus ojos, según todas las fuentes disponibles, para recuperar los 7.790.186 euros que, en opinión de su equipo legal, suman el perjuicio causado a la empresa de representación por este divorcio.
El siguiente capítulo de la historia se desarrollará en la Audiencia Provincial de Madrid. Pero dudamos mucho que ni ahora, ni luego, se llegue a conocer el verdadero motivo por el que Sanz decidió marcharse tan abruptamente. Hay muchas especulaciones, claro. Pero ninguna certeza. Muchos diletantes que presumen de saberlo todo de este negocio y sus oscuros vericuetos aseguran que aquí hay mucho más en juego que el dinero. Hasta dicen que los representantes de Sanz se dirigieron a los de Lagarrigue para intentar cerrar el asunto a cambio de cierta suma, en cualquier caso inferior a la fijada como indemnización ahora por el juez. Se habla de unos cuatro millones de euros. Pero no debe ser verdad, porque ambas partes han desmentido tajantemente estos rumores tras ser preguntados por ellos por distintos periodistas que cubren la noticia. Lo probable es que no sepamos nunca lo que ocurrió en realidad como tampoco lo supimos cuando Bosé, Melendi o Malú dejaron la empresa. Los dos últimos de forma amistosa, con intercambio de elogios y relatos de necesidad de abrir nuevas etapas profesionales. El primero, el amigo de la infancia, de un modo también agrio y probablemente amargo pero que pudo resolverse sin que nadie tuviera que llegar a los tribunales. Por lo menos, de momento.
Y, aunque nada se sabe, en realidad, ocurre que, en general, tanto los fans como los jueces sin toga de la prensa del colorín, suelen culpar a la manager en la mayoría de los casos. Lagarrigue no tiene buena prensa, precisamente. Quizá por las características de su personaje, alguien con poder, que ha hecho fortuna a la sombra de las estrellas, sin ocupar jamás el primer plano. Por lo menos, hasta que en los últimos años empezaron a hacerse públicos sus sonados divorcios profesionales con todos esos artistas a quienes tanto ayudó. En general, el público, y muchos trabajadores de los medios de comunicación, parecen decantarse por las historias soterradas que se susurran desde el territorio ahora ocupado por los enemigos de la poderosa manager. En la batalla de la imagen, desde luego, parece que ella tiene todas las de perder. Basta introducir su nombre en Google para encontrar un montón de relatos en los que se detallan todo tipo de desmanes y maldades presuntamente cometidos por esta profesional en las dos décadas y media en las que fue la reina de los backstages de España y Latinoamérica. Perfiles que la describen como un ser más maquiavélico que Maquiavelo y más despiadado que la mismísima Cruella de Vil.
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La manager tiene mala prensa
Según estas aproximaciones a su personaje, Lagarrigue sería, como decíamos antes, la perfecta mala de la película. Se trata, en general, de reportajes escritos con malicia o ironía, en los que se sugiere mucho más que se informa, y que se parecen como gotas de agua entre sí. Una gran multitud de piezas informativas, publicadas en los últimos tiempos en portales de internet variopintos y de distinto pelaje. Entre los que podemos encontrar las ediciones digitales de algunos diarios considerados habitualmente como serios y también, por supuesto, los especializados en la información más rosa (o amarilla, según el caso). Pero la procedencia dispar de toda esa literatura que se ha generado en torno a la manager, desde que empezaron a hacerse públicas las deserciones de las principales estrellas de su agencia, tienen una característica común: todas se basan en declaraciones anónimas. Ya sea porque, es cierto, que esta profesional puede amargarle la vida a cualquiera y terminar con su carrera, o porque siempre es más fácil disparar desde el anonimato que dar la cara, los componentes de la legión de lenguas viperinas que derraman su veneno sobre Lagarrigue no se atreven a proporcionar nunca ni sus nombres ni sus apellidos al redactor que transcribe sus amargas historias.
Tampoco es que ella haya hablado mucho en este tiempo. Ni que nadie haya publicado una información detallada de los distintos sucesos. Por lo menos, hasta ahora. En diciembre de 2017, en los prolegómenos de la batalla contra Sanz, Lagarrigue concedió una entrevista a El País Semanal, el suplemento dominical del diario del Grupo Prisa, la compañía que era entonces copropietaria de RLM, como explicábamos antes. El autor de la pieza era Borja Hermoso, uno de los periodistas con más peso en la sección de Cultura del periódico, cuya jefatura llegó a ocupar. El texto era amable y elogioso, no revelaba ningún detalle sobre las sonadas rupturas de la manager y sus representados, ni entraba en ninguna de las zonas de sombra tan profusamente descritas por la prensa enemiga. Eso sí, Lagarrigue aseguraba que “demandar a Sanz” había sido lo más triste de su vida profesional. Y afirmaba también que ella “creía en la ética” y que, a veces, en el entorno de la industria musical actual se sentía “rodeada de buitres” y que eso “no lo había vivido nunca” antes en su profesión. Una versión muy distinta de ella y su forma de trabajar de la que conocemos por gentileza de sus múltiples enemigos anónimos.
Y mientras Lagarrigue vuelve a levantar el vuelo y rehace su imperio gracias al incombustible Raphael y a la emergente Rozalen, a Sanz también parecen irle bastante bien las cosas ahora, con su nuevo equipo, dirigido por Juan Carlos Chaves, un hombre que procede también del Grupo Prisa, más en concreto de su división de radio, que llegó a dirigir tras trabajar muchos años en Cadena 40, uno de los principales activos de este poderoso grupo de medios. Tampoco a Melendi ni a Malú les ha faltado ni éxito ni trabajo desde que dejaron RLM, aunque la sobrina del gran Paco de Lucía haya perdido alguna popularidad por culpa de su relación con el político Albert Rivera, líder de Ciudadanos, cuya lista de detractores ha crecido mucho últimamente en el mundo artístico por culpa de su giro hacia posiciones conservadoras. No sucede lo mismo con un Miguel Bosé en aparente baja forma, que llegó a figurar en algún listado público de morosos de la Hacienda española y con problemas personales y de pareja que, por primera vez, han sido contados con todo tipo de detalles en todos los medios de comunicación de habla castellana. Como alguien dijo alguna vez, también existe eso que llaman el lado oscuro de la fama. ¿No les parece?