Daniel Gómez (ALN).- México, Panamá, Chile y Bolivia son algunos de los países que tienen contacto con Open Cosmos, la empresa de nanosatélites que fundó el empresario español Rafel Jordà en Reino Unido. Desde allí dirige un sinfín de proyectos que prometen revolucionar el mundo de los negocios, y del espacio.
La revolución del smartphone y de los ordenadores personales es similar a la que está viviendo el sector de los satélites espaciales.
Hace 50 años los ordenadores eran tecnologías gigantescas a disposición de unos pocos países. Ahora todo el mundo tiene un teléfono en la mano más inteligente que aquellos viejos y costosos aparatos.
Una cosa parecida está ocurriendo con los satélites. Lo que antes eran plataformas del tamaño de un autobús, con suerte ahora tienen las dimensiones de un microondas que los hacen rápidos, asequibles e inteligentes. Muy inteligentes.
El ingeniero aeronáutico español Rafel Jordà, de 31 años, se anticipó a esta revolución en 2015 fundando Open Cosmos en Reino Unido.
Open Cosmos es una empresa aeronáutica que en 2017 fue seleccionada por la Agencia Espacial Europea como el primer proveedor de misiones espaciales de nanosatélites de Europa.
Una empresa que tiene acuerdos con cohetes indios, rusos y estadounidenses, así como con empresas de referencia como Space X y Virgin, para lanzar sus satélites.
Una empresa que lidera un proyecto en el que participan 20 empresas del sector espacial para monitorizar la transición ecológica de España desde el espacio y que supondrá una inversión de 147 millones de euros.
Una empresa que en los últimos cinco años ha invertido más de 4,5 millones de euros en investigación y desarrollo para convertir el espacio en un terreno fértil para los negocios.
Una empresa que como comenta Jordà al diario ALnavío, también tiene planes para Latinoamérica.
Los planes de Open Cosmos en Latinoamérica
“Vemos muchísimo potencial en América Latina”, dice el fundador y presidente de Open Cosmos.
Hay potencial porque en la región existe una gran necesidad de obtener datos para entender el territorio. “Para poder tomar decisiones que permitan el desarrollo industrial, sostenible y acorde a las normativas”.
Por otro lado, “está el hecho de que la tecnología espacial es un gran dinamizador de talento”.
Esto lo dice porque en Open Cosmos trabajan toda la cadena de valor de todo el sector espacial: la empresa diseña los satélites, los fabrica, los pone a prueba, contrata los lanzamientos, los opera…
“Todo esto son capacidades en las que muchísimos países de América Latina están muy interesados en desarrollar íntegramente. Nosotros somos capaces de desarrollar ese ecosistema. Una empresa como la nuestra desde el día uno que desembarca con proyectos puede ayudar al sector local y a empresas que trabajan en sistemas de electrónica y software para integrarse con nosotros en una misión espacial entera”, explicó.
Rafel Jordà detalló que ya están en contacto con partners y actores en muchos países de la región “trabajando en proyectos en los que desarrollamos nuestras capacidades y tecnologías”. Algunos de estos son México, Panamá, Chile y Bolivia, precisó.
¿Es rentable ir al espacio?
Pese a que la revolución de los satélites se puede comparar a la de los móviles, los costos de un teléfono no son los mismos que los de un satélite, cuyo hábitat natural es el espacio. Mandar objetos al espacio cuesta dinero. Quizá no tanto como hace 60 años, pero supone una inversión importante.
“La tecnología espacial supone unos costos importantes”, admite el fundador de Open Cosmos.
“Requiere una inversión grande para mover toda la infraestructura que manejamos. Hemos bajado entre uno y dos los costes de magnitud con respecto a hace unos años. Pero aun así, hablamos de proyectos que rondan entre uno y cinco millones de euros, incluso menos si son tecnologías más pequeñas, pero esto comparado con los 100 o 500 millones que costaba anteriormente supone un cambio significativo”, dijo.
Aunque los costes de una misión espacial asusten a algunos, Rafel Jordà afirma que las misiones con nanosatélites son rentables, “rentabilísimas”. Lo son porque esas misiones espaciales pueden recopilar datos con un valor muy superior a ese millón de euros.
“El extravío de un buque o una catástrofe natural son impactos que tienen muchísimos costes para los países, y no sólo económicos. Con los datos que recolectamos, los podemos evitar. Nuestros satélites también tienen sistemas de detección energética que permiten emplear usos más eficientes. Todo esto es rentable”, dice.
Las utilidades de los microsatélites
Gracias a la miniaturización de los satélites, estos tienen cada vez más funcionalidades. Son más accesibles, más diversos y permiten realizar coberturas globales en materias como la agricultura, forestal, la monitorización de recursos naturales, la infraestructura… Pero en líneas generales, sus usos principales son dos, explica Jordà.
Las telecomunicaciones. “Estos satélites pueden utilizarse para transmitir datos dando cobertura a áreas donde no llegan las antenas terrestres, ya sea en medio del mar, en montañas u otras áreas remotas”.
Y la observación terrestre. “Los satélites de ahora cuentan con cámaras con distintas capacidades que permiten extraer información muy detallada. Puedes saber la cantidad de recursos mineros que hay en un área concreta, o si el urbanismo en una ciudad enorme se está haciendo acorde a las regulaciones medioambientales”.
Los nanosatélites también han traído al mundo una preocupación nueva. En febrero, el director de la Agencia Espacial Europea, Jan Wörne, apuntó que está comenzando “una nueva era del espacio en la que se están lanzando al cielo grandes constelaciones de miles de satélites”. Satélites que podrían convertirse en “basura espacial”, y también en “una amenaza”, pues esta basura aumenta el riesgo de colisiones.
Rafel Jordà defiende que “la sostenibilidad en el espacio es esencial”. Para ello, en Open Cosmos cuentan con sistemas que gestionan el tráfico de los satélites para evitar colisiones.
Los satélites de esta empresa también se lanzan en órbitas bajas. “De forma natural, en cuestión de tres, cuatro, cinco años, estos entrarán de nuevo en la atmósfera y serán remplazados por otros nuevos con mayores capacidades, generando un ciclo sostenible”.