David Placer (ALN).- José Carlos Gómez, el fotógrafo que acompañó a Nicolás Maduro en su primera campaña, cuenta cómo fue descubriendo que el chavismo ha quedado reducido a “show y negocio”. Asegura que, detrás de la enorme propaganda de las misiones y de los planes sociales, sólo vio mentiras y, en el mejor de los casos, medias verdades.
José Carlos Gómez, fotógrafo y profesional de la imagen, trabajaba en Venezuela con una empresa de fotografía y diseño, cuando recibió en 2006 un encargo de un productor ejecutivo: entrevistar a un indígena que contase en cámara la gran labor de inclusión que hacía el chavismo con su etnia.
El resultado final gustó entre los responsables de marketing del chavismo y comenzó a recibir cada vez más encargos del régimen. Con ellos, comenzó a ascender en el escalafón de la industria publicitaria del chavismo hasta convertirse en el fotógrafo de las campañas electorales de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Gómez fue contratado por la agencia de publicidad Contextus, propiedad de Mónica Ortigosa (casada con Alejandro Escarrá, sobrino de Hermann Escarrá), quien a su vez trabajaba contratada para una empresa de marketing político de Brasil. Gómez recibió el encargo de ser “los ojos de Chávez” durante la campaña electoral. La campaña de publicidad incluía una cámara subjetiva para mostrar todo lo que el fallecido expresidente veía en sus recorridos: las ancianas llorando, las madres mostrando sus bebés al presidente, los pobres arrodillados para pedir trabajo o casa.
La farsa de la vivienda
Uno de los encargos consistía en fotografiar las viviendas que construyó el chavismo en el Plan Misión Vivienda Venezuela. Recibió un listado de 25 proyectos habitacionales, pero finalmente sólo pudo retratar cuatro. “Algunas de las misiones estaban tomadas y controladas por malandros que decidían quién entraba y quién salía y que hasta cobraban peaje por pasar por allí”, explica el fotógrafo.
Gómez fue víctima de un joven que vivía en una Misión Vivienda de la avenida Libertador en Caracas y que le terminó robando el teléfono. También conoció en persona la delincuencia enquistada en “Ciudad Belén”, que se ha popularizado como “Ciudad Balín”. Pero su descubrimiento más revelador fueron los grupos de interés y negocios que se tejían alrededor de las misiones.
“Por un lado estaba el grupo de Rafael Ramírez y por el otro, los de Farruco Sesto. Pero lo que ninguno de ellos quería promocionar era otro plan social del chavismo que consistía en dar los materiales de construcción a los pobladores. Era el Frente Francisco de Miranda, pero ellos mismos lo ocultaban por una sencilla razón: allí no había un negocio tan lucrativo como en los planes. Por eso se construyeron tantas viviendas: porque era un negocio redondo”, explica.
El fotógrafo de Maduro descubrió la farsa de las viviendas chavistas. Tenía que fotografiar 25 proyectos, pero sólo pudo hacer el trabajo en cuatro. Las mafias de la delincuencia organizada impedían el propio trabajo del régimen.
El fotógrafo fue descubriendo la verdadera esencia del chavismo en la medida en que iba haciendo más fotos para Chávez y Maduro. Y entonces descubrió cómo la farsa también se montaba en clave interna, para convencer a los suyos de que todo lo malo que pasaba nunca era culpa de Chávez.
“Hasta la una de la madrugada, nadie sabía dónde sería la campaña el día siguiente. Supuestamente era para que los gobernadores y alcaldes chavistas no supiesen por dónde se aparecería Chávez. Así no tendrían tiempo de asfaltar las calles o hacer las obras a última hora que nunca hicieron porque se robaron el dinero”, asegura.
Con esa táctica, el fallecido expresidente enviaba un mensaje a los suyos. Quería hacer ver que siempre era engañado, que nunca estaba enterado de ninguna de las corruptelas cometidas. Así, popularizó la creencia de que “a Chávez lo engañaban”. Pero su propio fotógrafo pudo darse cuenta fácilmente de toda la mecánica. “Era bastante obvio que estaba al tanto de todo, conocía y toleraba toda la corrupción”, añade.
La farsa de la campaña también pasaba por montar escenas impactantes para los medios. Por eso, en la primera campaña de Nicolás Maduro, dos mujeres se acercaron con las franelas de Henrique Capriles. Y Maduro llegó para convencerlas de que su proyecto era mejor. El entonces candidato las convenció en pocos minutos y se hizo las fotos con sus nuevas seguidoras.
“Era un montaje barato, unas mentiras muy mal hechas. Ellos saben que nadie se las cree pero necesitan seguir manteniendo el show, porque lo que les importa es seguir repartiéndose el negocio. Desde la campaña hasta la misión, lo único que importa es seguir con los contratos”, explica el exfotógrafo presidencial.
Mentiras externas, mentiras internas
Gómez también conoció el funcionamiento interno del chavismo que, consciente de su propio desastre, tenía que montar estructuras paralelas para sacar el trabajo. Cada ministro monta su propio equipo de confianza porque, con la ley de inamovilidad laboral, buena parte de los trabajadores públicos no trabaja porque no pueden ser despedidos. Entonces los ministerios se han llenado de trabajadores que no asisten a sus puestos. Saben que son intocables.
Y esas estructuras duplicadas afectan hasta la propia imagen de Maduro. La responsable de prensa presidencial es Teresa Maniglia, familiar del almirante Orlando Maniglia, exembajador en Alemania. “Las fotos que hacen de Maduro son pésimas. Hasta le hacen fotografías en modo automático en las que el fotógrafo no decide nada. Si eso sucede con la imagen de Maduro, te puedes imaginar qué sucede de allí para abajo”, explica.
En 2016, Gómez decidió emigrar a Barcelona, España, dado que había vivido muchos años en la ciudad. Allí comenzó a trabajar para el consulado venezolano como community manager. Ganaba 900 euros, pero descubrió que había nueve cónsules con sueldos de unos 6.000 euros mensuales, según relata. La mayor carga salarial para el organismo son, precisamente, los sueldos de los altos cargos, amigos y familiares de los jerarcas del chavismo.
Asegura que fue despedido por publicar un tuit sin la zona en reclamación. Posteriormente fue denunciado por traición a la patria porque, desde la cuenta del consulado, retuiteó un acto de protesta contra el embajador de Maduro, Mario Isea. Asegura que fue un error propio de un community manager con varias cuentas abiertas.
Desde ese momento se busca la vida en trabajos muy por debajo de su cualificación. Ahora, sirve vinos en una bodega en Barcelona. Antes lavó platos en Londres. Uno de sus antiguos amigos, el exembajador de Venezuela en Turquía, José Gregorio Bracho, le confesó su deseo personal. Terminar su vida en España, un destino deseado por casi todos los altos jerarcas del chavismo. “Aquí quieren venir a gastar su dinero. Aquí se sienten como en casa. Aquí se sienten a salvo”.